Más de 4.000 millones de hectáreas de suelo en todo el mundo están afectadas por la degradación

El Día Mundial contra la Desertificación y la Sequía llama la atención sobre la necesidad de frenar este fenómeno
Por EROSKI Consumer 17 de junio de 2003

El término desertización (o desertificación) fue acuñado en el año 1949 por un silvicultor francés que trabajaba en África occidental tras comprobar cómo las arenas del Sahara conquistaban día a día los húmedos bosques que lo rodeaban. Dos décadas después, y tras la muerte por inanición de más de 200.000 personas en el sur del Sahara por una grave sequía, los gobiernos del mundo comenzaron a evaluar el problema. Sin embargo, hicieron falta siete años más para que Naciones Unidas organizara en Nairobi (Kenia) una conferencia para afrontar el que iba a convertirse en el primer problema ambiental en ser considerado de carácter global. Hoy, en el Día Mundial contra la Desertificación y la Sequía, la ONU quiere llamar la atención sobre la necesidad de frenar un fenómeno que avanza sin detenerse.

Desde aquella primera conferencia en Kenia, la desertización se ha entendido no como el aumento de extensión de los desiertos existentes, sino como el proceso de degradación de las tierras. Un fenómeno gradual de pérdida de productividad del suelo y de adelgazamiento de la cubierta vegetal por efecto de las actividades humanas y de las variaciones climáticas. La desertización está determinada por toda una serie de factores entre los que el excesivo cultivo y los altos niveles de pastoreo figuran como los más influyentes.

Datos de la ONU revelan que un 70% de los 5.200 millones de hectáreas de tierras secas que se utilizan en la agricultura, o un 30% de la superficie total del mundo, está ya degradada y amenazada por la desertización. Una cuarta parte de América Latina y el Caribe son desiertos y tierras secas; más del 30% de la superficie de los Estados Unidos está afectada por la degradación de las tierras; en África, donde más de la mitad de las tierras cultivables se han perdido debido a la desertización, el ritmo de destrucción es cada vez más rápido; y en China, los expertos advierten de que los desiertos se expanden a una velocidad alarmante.

España tampoco escapa a los impactos de este fenómeno. No en vano es el país más árido de Europa, con el 66% de nuestro territorio nacional potencialmente amenazado por la desertización y un 6% del país -en especial el sureste- en situación de pérdida irreversible. Las estimaciones para 2025 aventuran que habrá en el mundo menos tierras cultivables: disminuirán en dos tercios en África, un tercio en Asia y en una quinta parte en América del Sur.

Falta de agua

En el pasado, las tierras secas se recuperaban fácilmente después de largas sequías, pero hoy pierden su productividad biológica y económica como consecuencia de cultivos o pastoreos abusivos, deforestación y prácticas de regadío deficientes. Por otra parte, los recursos hídricos disponibles en las zonas secas disminuyen. Así, en 19 de los países situados en las zonas secas de África y de Oriente, la disponibilidad de agua por persona era hace una década de 1.300 metros cúbicos. En 2025 se dispondrá, según las previsiones, de la mitad, es decir, de 650 metros cúbicos por habitante.

La desertificación también saliniza el suelo, deteriora la calidad del agua y ocasiona la deposición de lodo en ríos y embalses. Además, la degradación de las tierras resulta también una importante fuente de contaminación para los océanos, por el efecto de arrastre de sedimentos de los grandes ríos.

Amenaza para el sustento

Pero además del coste medioambiental, la sequía constituye una amenaza para el sustento de más de mil millones de personas en 110 países. Las previsiones no resultan halagüeñas: 135 millones de personas podrían verse obligadas a desplazarse por efecto de la desertización. Así, se espera que hasta 2020 unos 60 millones de personas abandonen las áreas desertificadas del África subsahariana en dirección al norte de este continente y a Europa.

Pero también representa un enorme sumidero de recursos económicos. Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), se estima que a nivel mundial el volumen de ingresos anuales perdidos a causa de la desertificación en las áreas afectadas por este fenómeno asciende a 42.000 millones de dólares anuales. A pesar de esto, las fuerzas económicas empujan a sobreexplotar las tierras y la desertización se convierte al mismo tiempo en causa y efecto de la pobreza: obliga a quienes viven de la tierra a sobreexplotarla para subsistir.

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