Un cúmulo de amenazas lleva a los grandes cetáceos al límite de su resistencia

La caza comercial, la contaminación o la falta de control del turismo de avistamiento ponen en peligro su supervivencia
Por EROSKI Consumer 15 de octubre de 2002

Tras el varamiento masivo de zifios ocurrido a finales del pasado mes de septiembre en aguas canarias, coincidiendo con unas maniobras militares de la OTAN, los grandes mamíferos que habitan los mares y océanos vuelven a estar de actualidad, una relevancia que hasta ahora sólo conseguían cuando tienen lugar las reuniones de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) en la que los países que luchan por la conservación de los cetáceos se enfrentan a aquellos que defienden la utilización de los arpones con fines científicos siempre puestos en duda por las distintas organizaciones ecologistas.

Sin embargo, la caza comercial no es la única amenaza de origen humano a la que se ven sometidas las ballenas y otros cetáceos. Las epidemias, la contaminación -ya sea acústica, debida al tráfico marítimo, o por residuos y sustancias tóxicas-, el uso de artes y aparejos de pesca destructivos o no selectivos y la falta de control en algunas zonas del cada vez más de moda turismo de avistamiento, son algunos de los retos a los que día a día deben enfrentarse si quieren sobrevivir. Además, otros problemas «globales», como el agujero en la capa de ozono y el calentamiento del planeta, fenómenos que, para la mayoría de los científicos, se deben a la acción del hombre, suponen serias amenazas para la vida en los océanos. De lo que sí que no hay ninguna duda, afirman desde la organización ecologista Greenpeace, es de que «la presión que las actividades humanas ejerce sobre estos mamíferos ha provocado drásticas reducciones en algunas de sus poblaciones».

Así, durante los últimos 30 años, las flotas balleneras de todo el mundo han capturado más de 426.800 ballenas, 21.500 de ellas durante la moratoria a la caza de estos cetáceos decretada en enero de 1986 y que continúa vigente. Son los únicos datos fiables que existen, pues como explica la responsable de la campaña de océanos de Greenpeace España, María José Caballero, es muy difícil conocer cuántas llegan a morir por la degradación que están sufriendo los mares. Algunas estimaciones realizadas por esta organización y por la Sociedad para la Conservación de Ballenas y Delfines revelan que la población de ballenas en el hemisferio sur, donde van a reproducirse, está en torno a 1.200.000 ejemplares, siendo la ballena gris, la legendaria ballena azul y la ballena franca las especies con mayor peligro. Como ejemplo de hasta qué punto se han diezmado las poblaciones de estos cetáceos, baste decir que se calcula que quedan en torno a 290.000 cachalotes, cifra sólo un poco superior a los casi 162.000 que han muerto por culpa de los arpones en las últimas tres décadas.

Pero las ballenas que aún sobreviven en los océanos deben hacer frente a más peligros. Así lo explica el biólogo y presidente de la Sociedad Española de Cetáceos (SEC), Ricardo Sagarminaga, para quien la sobrepesca es uno de los más acuciantes. La sobreexplotación de los recursos marinos afecta sobre todo a las especies costeras de cetáceos, como son el delfín mular y la marsopa, pues se alimentan de especies comerciales que interesan al hombre. La reducción de su alimento fragmenta a los grupos familiares, afecta a su reproducción y, por tanto, merma su población. Para las demás especies, que viven mar adentro, la competencia con el hombre es indirecta, pero igualmente dañina, ya que los cefalópodos de los que se alimentan sí comen especies comerciales. Asimismo, advierte que no hay que desdeñar el número de animales que mueren atrapados entre las redes de los pescadores. Las pesquerías industriales, como las de Japón, con artes sobredimensionadas, conllevan la captura accidental de muchos cetáceos. La presión en este sentido es alarmante en el caso de las poblaciones de tortugas marinas y delfines.

Otra de las grandes amenazas para los cetáceos es la contaminación. Investigaciones científicas han puesto de manifiesto la existencia de una alarmante circulación y acumulación de compuestos contaminantes altamente tóxicos y persistentes (organoclorados, metales pesados, hidrocarburos…) en todos los mares del mundo. Los mamíferos marinos, al estar situados al final de la cadena trófica, sufren muy directamente los efectos nefastos de esta contaminación, ya que ingieren importantes cantidades de estos compuestos que se han ido concentrando a lo largo de la cadena.

Estas sustancias no son depósitos inertes, sino que existe un intercambio continuo de sustancias entre las reservas de lípidos y el torrente sanguíneo, afectando al sistema inmunológico, provocando tumores y, en caso de que se trate de una hembra gestante, afectando también al desarrollo del embrión, víctima de graves trastornos, como pérdidas de fertilidad, dificultades de maduración sexual y neuronal, malformaciones e incluso casos de hermafroditismo. Además, explica Sagarminaga, este proceso se acelera en situaciones en las que los animales pasan por fases de ayuno, en las que precisamente recurren a estas reservas de grasas para sobrevivir, o cuando las hembras están en periodo de lactancia, pues transmiten a través de la leche grandes cantidades de estos contaminantes, que pueden provocar incluso la muerte de las crías.

En cuanto al vertido de hidrocarburos al mar, además de su evidente toxicidad, forman una capa muy densa sobre la superficie del mar que no deja pasar la luz, circunstancia que afecta al proceso de fotosíntesis que realiza el fitoplancton, base de las redes de alimentación marina. De continuarse con esta degradación de los mares, algunas poblaciones estables de cetáceos podrían disminuir de forma catastrófica.

Pero hay otros tipos de contaminación. Lo cierto es que ya no quedan mares silenciosos. El tráfico marítimo de grandes barcos o las exploraciones subacuáticas en las que se utilizan aparatos de ultrasonidos para detectar bolsas de gas o petróleo provocan bajo el mar un ruido continuo en todas las frecuencias. Teniendo en cuenta que el oído es un sentido vital para los cetáceos, la contaminación acústica reduce su capacidad de comunicarse, alimentarse y reproducirse, además de provocarles episodios largos de desorientación que pueden provocar choques con los buques.

En los últimos años se ha puesto de moda el turismo de avistamiento de cetáceos, una práctica que «si no se sale de control» -advierte Ricardo Sagarminaga- puede reportar importantes beneficios para la conservación de las ballenas. Así, este experto cuenta que en Vancouver (Canadá) se ha reducido de forma drástica el número de ejemplares de la manada de orcas que cientos de turistas visitan cada día, y en Nueva Zelanda se ha propuesto que un fin de semana al mes sea de uso y disfrute exclusivo de las ballenas, ya que el número tan elevado de barcos en la zona hace que no puedan salir a respirar y les impide el reposo. Añade que una de las zonas donde se lleva a cabo esta actividad en nuestro país es Canarias, donde «afortunadamente se reaccionó muy bien para regular» esta práctica. Ahora, empieza a desarrollarse en el Estrecho de Gibraltar, donde las propias compañías que realizan esta actividad están incorporando biólogos, pues les interesa que estas poblaciones de ballenas se conserven.

Pero existen otras amenazas que no son tan fáciles de controlar. Se trata de los problemas «globales» como el agujero en la capa de ozono y el cambio climático que, según Greenpeace, pueden afectar de forma drástica a la abundancia y distribución de las especies de las que dependen los grandes cetáceos para alimentarse. Así, el incremento de la radiación ultravioleta como resultado del adelgazamiento de la capa de ozono influirá sobre las especies que forman la base de las redes de alimentación marina, provocando un efecto en cadena en toda la estructura ecológica, explican los ecologistas.

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