Dos de cada diez niños sufren algún trastorno de conducta o de aprendizaje

Los especialistas destacan que el sistema educativo juega un papel crucial ante estos desórdenes
Por EROSKI Consumer 27 de diciembre de 2008

Los trastornos en la infancia son mucho más comunes de lo que se cree. En España, entre un 15% y un 20% de la población infantil sufre algún trastorno de conducta o de aprendizaje, según el doctor Josep Artigas, neuropediatra y psicólogo, que prefiere denominar a estas alteraciones como «trastornos del neurodesarrollo».

Las franjas de edades establecen los trastornos más comunes en la infancia. De los dos a los cinco años se registran los trastornos de la conducta y del lenguaje y, en menor proporción, lo que los especialistas denominan el trastorno del espectro autista. A partir de los cinco años hasta la adolescencia, se contemplan también estas alteraciones, a las que se suman los trastornos de déficit de atención e hiperactividad, los de aprendizaje específicos (como la dislexia) y surgen otros con una manifestación de tipo emocional, como la ansiedad y la depresión.

Para abordar correctamente estas incidencias en la vida de los niños es clave, primero, el diagnóstico y, segundo, la comprensión del problema. «Que se entienda que lo que le ocurre al niño no es porque se trate de un vago, un maleducado o un malcriado por sus padres, sino que padece unas dificultades intrínsecas derivadas del funcionamiento de su cerebro», apunta Artigas. «Si esto se entiende, se le puede ayudar mucho en el colegio y en su casa».

Sistema educativo

Los especialistas sostienen que el sistema educativo juega un papel crucial ante estos desórdenes del neurodesarrollo. «Su papel es crítico, decisivo, porque es el ‘punto caliente’ donde la mayoría de estos problemas se evidencian y afloran más, toda vez que es donde el niño aprende y convive», subraya el experto. Además, es el sitio donde se puede «canalizar» la situación de forma más adecuada, siempre que el maestro «entienda a ese niño y se ponga de su parte».

Desde el punto de vista médico, el tratamiento de estos trastornos debe ser multidisciplinar, terapéutico y también farmacológico. «Se trata de evitar que el niño pierda su autoestima y la confianza en sí mismo, que se sienta un fracasado y pierda a los amigos. Porque esto le llevará en el futuro a un fracaso profesional y social. Hay que utilizar todos los medios a nuestro alcance, incluidos los fármacos, aunque a veces estos tengan mala fama», dice Artigas.

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