Los médicos constatan un uso excesivo de tranquilizantes y somníferos

Consideran que se prolongan innecesariamente los tratamientos en los procesos leves
Por EROSKI Consumer 26 de febrero de 2003

Unas jornadas celebradas en la ciudad guipuzcoana de San Sebastián sobre el uso y abuso de los medicamentos han rubricado, con cierta inquietud por parte de los médicos asistentes, que los tranquilizantes constituyen el segundo grupo de fármacos que más se prescriben en toda España. Sólo los analgésicos y antitérmicos alcanzan una mayor demanda.

La ingesta de tranquilizantes sin receta alcanza al 2,5% de la población de 15 a 64 años, mientras que los somníferos sin receta son consumidos por un 1,6%, según los últimos datos de la encuesta domiciliaria del Plan Nacional sobre Drogas.

La evolución del uso de este grupo de fármacos en España ha sido creciente. En el caso de los tranquilizantes, la prevalencia de consumo pasó del 2% en 1997 a 2,5% en 2001, y en el caso de los somníferos del 1,2 al 1,6, en el mismo periodo.

Los expertos consideran que existe un fenómeno de prolongación innecesario de los tratamientos en procesos leves y de búsqueda de un alivio inmediato frente a síntomas que tradicionalmente se han superado sin medicación. Es posible también que las propias características de estos fármacos, su fácil manejo y la práctica ausencia de efectos secundarios, los conviertan en un recurso más extendido de lo que en realidad se precisa.

Algunos especialistas consideran que el problema, más allá de la cuestión numérica, reside en que muchos tratamientos, incluso aquellos que estuvieron correctamente indicados en su momento, se mantienen sin necesidad. «Los tranquilizantes deben usarse durante periodos cortos, de tres o cuatro meses como mucho, incluyendo ahí una reducción progresiva del fármaco», afirma el psiquiatra Álvaro Iruin. Lo mismo ocurre con los somníferos, medicamentos del mismo grupo que los tranquilizantes. «En este caso, la recomendación es que se usen en tandas de entre siete y quince días».

Pero muy pocos pacientes siguen las pautas al pie de la letra con este tipo de medicamentos. «Se instaura el tratamiento y se deja pasar el tiempo; de hecho, a veces vemos resistencias por parte de la gente a abandonar el consumo», asegura Iruin. Y esto obedece en cierto modo a que se trata de fármacos que actúan con rapidez. Además, son de fácil manejo, con muy pocos efectos secundarios y, en dosis normales, es muy difícil que generen adicción. Se ha extendido tanto su uso que se ha popularizado y ahí podría radicar su mayor problema. Y aunque no es fácil que generen dependencia física -se ven casos-, sí que se encuentran cuadros de dependencia psicológica.

Desde Primaria

Aunque se percibe que un amplio porcentaje de los que utilizan ansiolíticos posiblemente no los necesitan, es difícil de cuantificar este dato. La prescripción no sale únicamente de Salud Mental. También se recetan tranquilizantes en la Atención Primaria. Jesús Acín, médico de familia, asegura que si bien es cierto que los médicos de familia están recetando muchos tranquilizantes menores, «no se puede decir que sea en exceso», considerando que detrás de siete de cada diez consultas existe un componente de ansiedad.

Hay casos, sin embargo, en los que un tratamiento prolongado con tranquilizantes no está contraindicado. «Depende del grupo de edad», afirma Iruin. «En el caso de una persona de edad avanzada, por ejemplo, que lleva tomando desde hace varios años una pastilla que le ayuda a dormir, no sé si tiene más inconvenientes quitarle la píldora o mantenerla; pero cuando se trata de un paciente joven sí que debería seguir de forma más estricta el tratamiento, porque en definitiva el hecho de tomar pastillas le está generando una condición de enfermo, que puede no ser real».

Serenidad farmacológica

El consumo excesivo de ansiolíticos puede tener varias lecturas, pero en las consultas de los especialistas en salud mental se aprecia cada vez más la necesidad de un aporte exterior que ayude a descargar tensiones. «Precisamos ayuda para tranquilizarnos -explica Iruin-, sin tener muy claro qué es estar tranquilos, porque no se debe olvidar que un cierto nivel de estrés no sólo es aconsejable, sino bueno, ya que predispone a una actividad, a enfrentarse a un riesgo o a encarar una situación difícil; pero parece que incluso los niveles bajos de estrés ahora ya no son tan soportables». La situación generada por la muerte de un familiar es un ejemplo de la reflexión de Iruin: «Lo lógico es tener un cierto grado de tristeza, que conlleva una necesidad de adaptación; pero parece que ahora la capacidad de soportar ese trance ha disminuido y se requiere un aporte externo que nos ayude a sobrellevarlo».

Si se están recetando más ansiolíticos de los que realmente se necesitan, ¿no habría que revisar criterios respecto a la prescripción? Es una cuestión que se han planteado los especialistas de Salud Mental y los médicos de la Asistencia Primaria. La respuesta es complicada, asegura Álvaro Iruin, porque en ella inciden diversos factores: la gente acude más al psiquiatra, o al médico de cabecera, con problemas de ansiedad, aunque algunas de estas dolencias ni siquiera necesitan un tratamiento especializado; muchas veces, la disponibilidad sanitaria para atender no es la que debiera, por falta de tiempo o de profesionales y, por otro lado, el apoyo terapéutico en estas situaciones es bastante efectivo. La conclusión es que los fármacos producen una rápida sensación de bienestar al paciente, lo que a veces evita un tratamiento de apoyo no farmacológico desde una instancia especializada. Pero a su vez, ésta no siempre alcanza a prestar la ayuda específica, mucho menos considerando el aumento de este tipo de patologías leves.

Como resume Jesús Acín, el problema es el tiempo que hay que dedicar al paciente. «En los casos leves, el fármaco es un atajo muy práctico, pero ante una persona que sufre un ligero problema de ansiedad, si se le escucha y se le orienta, con toda seguridad no necesitará apoyo farmacológico». Acín insiste en que una atención más personalizada y de mayor dedicación a cada paciente en la Asistencia Primaria contribuiría a reducir de forma significativa el consumo de medicamentos.

En el caso de somníferos, por ejemplo, antes de extender la receta, los médicos suelen aconsejar al paciente algunas recomendaciones no farmacológicas que ayudan a conciliar mejor el sueño. Básicamente, se trata de medidas higiénicas, como no cenar demasiado, no hacer ejercicio en el último momento o mantener el ritmo normalizado de la hora de acostarse. Y ser consciente de que no todo el mundo necesita las ocho horas de sueño. Hay personas que precisan sólo siete, y a otras les basta con seis. «Cada cual ha de captar sus necesidades», recomienda Iruin, «porque al que sólo necesita seis y piensa que debe dormir ocho le puede suceder que esté inquieto en la cama y al final le genere un malestar».

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