Cistitis intersticial

La inflamación crónica de la pared de la vejiga, de origen desconocido y sin tratamiento, invalida enormemente a los afectados, la mayoría mujeres
Por Montse Arboix 8 de marzo de 2007

La cistitis intersticial es una enfermedad crónica que se caracteriza por micción frecuente de hasta 100 veces al día, urgencia urinaria y dolor tan agudo que incluso precisa tratamiento con opiáceos. Es un cuadro inflamatorio que se caracteriza por síntomas irritativos parecidos a la cistitis aguda clásica pero de forma persistente. Aunque puede afectar tanto a hombres como a mujeres, éstas últimas se llevan la peor parte: son 10 veces más propensas. Suele presentarse entre la tercera y cuarta década de vida y, en los casos más serios, provoca una disminución de la capacidad vesical que conlleva a una situación invalidante.

Inflamación crónica

Inflamación crónica

La cistitis intersticial (CI) es una inflamación crónica de causa desconocida con posibles factores genéticos, autoinmunes y/o de agentes irritativos tisulares locales. Tampoco se ha detectado una causa infecciosa ni de irritación urinaria clara. Por otro lado, los expertos también han estudiado factores hormonales (como disminución de estrógenos) y neuropsicológicos para aclarar mejor la causa, sin encontrar una explicación satisfactoria. Algunos apuntan a cambios de la microcirculación y procesos linfáticos en el proceso local. La primera descripción de la cistitis intersticial la hizo Guy Hunner en 1914, que se refirió a este cuadro como cistitis ulcerosa porque describió un tipo de erosión característica en la mucosa vesical.

Debido a su etiología desconocida y a la falta de tratamiento efectivo, asociaciones como la Asociación Catalana de Afectados de Cistitis Intersticial reclaman más interés por parte de las instituciones sanitarias. En España, por no haber, no hay ni datos epidemiológicos de afectados. En EEUU, según datos de la Intersticial Cystitis Association (ICA, en sus siglas inglesas), más de 700.000 personas padecen esta afección. Asunción Caravaca, afectada desde hace tres años y medio y presidenta de la asociación, que cuenta con 85 socios en todo el territorio español y Latinoamérica, explica que la primera sensación tras el diagnóstico definitivo es de «una inmensa soledad».

Micción frecuente, urgencia urinaria, molestia urinaria, relación sexual dolorosa y dolor en el suelo pélvico son algunos de los síntomas descritos

Cuenta que ni su médico de familia ni el especialista sabían de asociaciones de ayuda a los afectados. «El mayor problema que afrontamos, aparte del diagnóstico tardío y la falta de tratamiento, es a nivel social. El hecho de tener que acudir al baño cada 20 minutos nos condiciona la vida diaria enormemente». Además, «tenemos que enfrontarnos al desconocimiento de la enfermedad incluso para acudir a los servicios de bares y restaurantes sin la obligada consumición», añade Caravaca.

Síntomas y diagnóstico

La CI se diagnostica tras haberse descartado otras enfermedades de transmisión sexual, cáncer de vejiga o infecciones vesicales. Normalmente, y debido a su desconocimiento, aún se confunde con infección de vías urinarias. Los datos revelan que existe una demora de cuatro años aproximadamente desde la aparición de los síntomas hasta el diagnóstico final. «En ACACI hay socias que han tardado hasta diez años en estar correctamente diagnosticadas, después de largos tratamientos con antibióticos, por su fácil relación con la cistitis bacteriana», apunta la presidenta de la asociación.

Micción frecuente (hasta 100 veces al día en los casos graves), urgencia urinaria, molestia urinaria (ardor vesical y malestar), relación sexual dolorosa y dolor en el suelo pélvico son algunos de los síntomas descritos. Los especialistas señalan que los pacientes con estos síntomas irritativos crónicos deben realizarse un completo estudio urológico con análisis de sangre, orina y ecotomografía renal y pelviana o pielografía de eliminación. Todas estas pruebas complementarias permiten descartar otras patologías como litiasis, pielonefritis crónica o tumores. De hecho, el diagnóstico certero sólo se obtiene de la biopsia con hidrotensión.

En cuanto a las complicaciones, el dolor crónico llega a ocasionar cambios de estilo de vida e, incluso, trauma emocional. Los costes derivados de las visitas al especialista de forma frecuente, la pérdida de trabajo o el abandono de los estudios y los efectos secundarios de determinados tratamientos invalidan de tal manera al afectado que llega a ocasionarle, en algún caso, depresión crónica. Según los expertos, tampoco existe suficiente información sobre el embarazo y la CI, pero creen que el problema no afecta la fertilidad ni a la salud del feto. Algunas mujeres descubren que los síntomas de su CI mejoran durante la gestación, mientras que en otras se da el caso contrario.

La importancia de la dieta

La importancia de la dieta

Muchos pacientes con CI han comprobado que la modificación de la dieta ayuda a controlar sus síntomas y a evitar el empeoramiento de la enfermedad. La evidencia reunida por especialistas y la ICA indican que determinar qué alimentos podrían actuar como desencadenantes es una cuestión individual. La idea es evitar los alimentos y bebidas que puedan causar irritación en la vejiga. A pesar de que hay afectados de CI a los que los alimentos no les agravan los síntomas, también es cierto que hay alimentos que son perjudiciales si se consumen en exceso, como le sucede al resto de la población, como el café o el alcohol.

Además, cada persona tiene un nivel de tolerancia distinto a los alimentos: hay enfermos de CI que pueden comer un alimento sin sentir ningún tipo de molestia, pero el exceso les puede provocar una crisis. Otros ni siquiera son capaces de probar este alimento sin que los síntomas se acentúen y, por supuesto, algunos pueden comer de todo sin ningún tipo de problema. J.Kellogg Parsons, investigador en la Johns Hopkins University School of Medicine, en California (EEUU), ha observado que muchos enfermos reaccionan negativamente al potasio de los alimentos así como a los alimentos ácidos. Por ello, señala que si la orina fuera más alcalina tendrían menos ardor.

El alcohol, los tomates, las especias, el chocolate, las bebidas cítricas o con cafeína y los alimentos de alto contenido ácido incrementan la irritación de la vejiga

Los expertos recomiendan que si se ingiere un alimento problemático o se prueba una comida nueva y más tarde empiezan a sobrevenir los síntomas es de gran ayuda tomar una cucharadita de bicarbonato de sodio disuelta en un vaso de agua. Esto ayuda a alcalinizar la orina. Algunos pacientes toman bicarbonato de soda como medida preventiva antes de consumir alimentos problemáticos. Las personas que padecen problemas cardíacos, presión arterial alta u otras dolencias que puedan verse afectadas por el consumo de sal deben consultar al médico antes de tomar bicarbonato. Si no existe contraindicación médica, beber agua en abundancia en caso de empeoramiento ayuda a diluir la orina.

Desde The National Women´s Health Information Center aseguran que, aunque no existen evidencias científicas que vinculen la dieta con la CI, el alcohol, los tomates, las especias, el chocolate, las bebidas cítricas o con cafeína y los alimentos de alto contenido ácido incrementan la irritación y la inflamación de la vejiga. Otros pacientes refieren que sus síntomas empeoran con alimentos y bebidas que contienen edulcorantes artificiales. Los expertos sugieren que no hay que dejar de consumir los alimentos susceptibles de una sola vez, sino tratar de eliminar uno cada vez para observar si ayuda a aliviar los síntomas.

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