Jefes de misión de una ONG

Deben ser personas flexibles, con gran capacidad de adaptación y organización para garantizar el éxito de un proyecto
Por Azucena García 25 de abril de 2008
Img jefe mision
Imagen: ACH

En sus manos se confía el éxito de una misión. Los coordinadores y coordinadoras en terreno son una pieza clave en cualquier organización humanitaria. Ejercen el papel de directores de empresa, pero ni sus trajes ni corbatas les delatan. Su estilo es informal, pero con principios sólidos que defienden la cooperación. No puede ser de otra manera. “Nos gusta pensar que la persona que ocupa el puesto de jefe de misión se compromete plenamente”, afirman desde Acción contra el hambre (ACH).

Imagen: ACH

Personas flexibles, con facilidad de adaptación y buena capacidad de planificación y organización. Éstas son las principales cualidades de los jefes de misión de una organización no gubernamental (ONG), pero no las únicas. Ellos y ellas (es una de las profesiones más paritarias) son los coordinadores en terreno, a quienes se exige un compromiso a largo plazo, de unos dos años, para garantizar su permanencia en el lugar de destino y el éxito del proyecto.

Son los máximos representantes de una organización en el país de destino

La responsable de gestión de Recursos Humanos de Acción contra el hambre, Gemma Boada, recuerda que estos profesionales son los máximos responsables de la organización en el país de destino. Su posición conlleva establecer contacto con las autoridades, fuentes de financiación, organismos y entes públicos y privados. Son los interlocutores directos de la ONG para la que trabajan. «En cualquier asunto de cualquier tipo», precisa Boada.

Además de esta labor de representación, los jefes de misión evalúan las necesidades de cada programa, determinan qué medios son necesarios y a qué población se destinan. Aseguran el cumplimiento de los presupuestos, prevén las necesidades futuras y coordinan el trabajo de los diferentes departamentos. Se encargan de la organización, coordinación y gestión del equipo expatriado y nacional. Pueden tener a su cargo entre 40 y 200 personas. «Atienden tanto las cuestiones puramente profesionales, como las personales», subraya Boada. Otra de sus tareas es la de garantizar la seguridad del personal expatriado. Deben hacer un seguimiento del contexto en el que se trabaja, los niveles de riesgo y las políticas de seguridad que conviene aplicar. «Incluso toman la decisión de evacuar una misión, salir de un determinado país o cerrar una zona. Todo pasa por sus manos», reconoce Gemma Boada.

Disponibilidad y compromiso

Los jefes de misión no están solos. Cuentan con el apoyo del resto de coordinares de área (logística, contabilidad…) que trabajan en terreno y del personal de la sede, con base en el país de origen. Sin embargo, deben tener unas cualidades y competencias individuales. Capacidad de trabajo en equipo, planificación, organización, motivación, flexibilidad y adaptación, «esto es algo que se exige, prácticamente, a cualquier perfil expatriado», detalla la responsable de Recursos Humanos de ACH. A los coordinadores en concreto se les pide, además, capacidad de análisis y solución de problemas, gestión del estrés, buen nivel de autonomía, capacidad de comunicación y liderazgo.

Las misiones exigen, al menos, la estancia por un periodo de dos años en el lugar de destino

En cuanto a la experiencia profesional, la mayoría de las ONG exigen unos dos años de experiencia mínima. También los idiomas son importantes. Es conveniente hablar fluidamente dos lenguas extranjeras. Por lo menos inglés. El francés y el portugués son también muy útiles. Pero hay un requisito aún más importante: el compromiso. Cuando se acepta el puesto de jefe de misión, se hace a largo plazo. Las misiones exigen, al menos, la estancia por un periodo de dos años en el lugar de destino.

En definitiva, un jefe de misión ha de ser una persona formada, puesto que el grado de compromiso y responsabilidad que adquiere así lo exige. «Esta posición requiere amplia experiencia, talento y capacidades especiales de organización y gestión de personal, aptitud para la gestión financiera y diplomacia», resumen en Médicos Sin Fronteras. De ahí la dificultad en la selección de personal. Cuando se pone en marcha un proceso de estas características, lo habitual es que las organizaciones opten por la promoción entre sus propios empleados. No obstante, si los candidatos y candidatas no cumplen el perfil requerido, es preciso realizar una convocatoria abierta a otras personas.

Viajar en familia

Según datos de ACH, a 31 de marzo de este año, de los 18 jefes de misión con que cuenta en la actualidad, 7 son mujeres (39%). De ellas, cinco tienen hijos, con los que se han desplazado hasta su destino. Es lo habitual. La carrera humanitaria evoluciona, se consolida, a medida que lo hace la vida familiar. Por ello, cuando una persona ocupa un puesto de jefe de misión se le permite viajar acompañada. Una de las ventajas que favorece el acompañamiento es el hecho de establecer la base en la capital del país de destino, puesto que se garantiza el acceso a servicios básicos como la sanidad o la educación. Permitir el traslado en familia facilita la disponibilidad de las personas, que cuentan así con un apoyo importante y fundamental.

Otros incentivos

Además de la ventaja de viajar en familia, las organizaciones humanitarias suelen ofrecer una serie de incentivos económicos, conscientes de las particularidades de este puesto. En concreto, todos los miembros de la familia suelen tener cubiertos los mismos gastos que los expatriados: viajes, alojamiento, manutención, seguro de vida e invalidez, atención sanitaria y repatriación.

La organización afronta los gastos de toda la familia y autoriza un periodo de descanso de una semana para “desconectar” de la misión

Además, los expatriados pueden aprovecharse de periodos de descanso o “breaks” que suelen durar una semana. Estos periodos no se contabilizan como vacaciones, sino que los concede voluntariamente la ONG para “desconectar” del proyecto y la misión en la que se trabaja. La frecuencia de los descansos está determinada por el propio contexto y su nivel de estrés, por lo que se pueden realizar cada tres, cuatro o seis meses, según la misión. “Por ello, no solemos autorizar que se aproveche el break para visitar otros proyectos de la organización, sino que les pagamos un billete de ida y vuelta a un lugar fuera del país en el que se trabaja”, puntualiza Gemma Boada.

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