Menores sin infancia

Millones de niños en todo el mundo realizan tareas de adultos y carecen de medios para sobrevivir en condiciones dignas
Por Azucena García 19 de noviembre de 2008
Img campo refugiados

La infancia no siempre es la etapa más feliz de la vida. Cada día, millones de menores en todo el mundo luchan, sin demasiado éxito, por esbozar una sonrisa. Su situación es la de pequeños adultos a los que les han robado un pedazo de existencia. El Día Universal del Niño lo recuerda cada 20 de noviembre, pero conviene no olvidarlo nunca.

Cifras millonarias

Niños sin infancia. Una contradicción que, sin embargo, refleja la realidad de millones de menores en todo el mundo. Un baile de cifras, a cual peor. Naciones Unidas revela que existen hasta 150 millones de niños y niñas de la calle. Otros 200 millones trabajan en empleos considerados peligrosos. Unos 70 millones más en edad escolar no van a la escuela. Y así hasta llegar a las cifras de mortalidad infantil que, a pesar de disminuir cada año, todavía hablan de 27.000 menores de cinco años que mueren cada día por causas evitables.

Los niños y niñas tienen derechos, aunque no siempre se respeten. “Hay millones de adultos prematuros encerrados en pequeños cuerpos, que juegan cada día el difícil partido de la supervivencia”, describe Manos Unidas. En la última década, dos millones de niños han muerto en conflictos armados y 250.000 han debutado como niños-soldado. Sin duda, un estreno peligroso.

Unos 200 millones trabajan en empleos considerados peligrosos, mientras que el reclutamiento forzado es una práctica extendida en lugares en conflicto

La atención estos días se centra en República Democrática del Congo donde, según Unicef, los constantes combates en la provincia de Kivu del Norte “han puesto a los niños en peligro de sufrir malos tratos y explotación por parte de los grupos armados”. El reclutamiento forzado es una práctica extendida. El grupo más vulnerable es el compuesto por los niños desplazados. El caos que se ha adueñado del país propicia el movimiento de personas y el aumento de niños que, en su huida, quedan separados de sus progenitores.

Los males que acechan a los infantes son varios y variados. En el mundo, por ejemplo, hay 15 millones de pequeños huérfanos a consecuencia del sida y tampoco ellos se salvan de esta epidemia. El abuso sexual a que son sometidos en algunos países les conduce a traumas psicológicos, contagio de VIH y enfermedades de transmisión sexual “o la adicción a las drogas desde edades tempranas”, recuerda Global Humanitaria. Esta ONG desarrolla desde 2003 el Proyecto Protect. Radicado en Camboya, este proyecto investiga y denuncia abusos sexuales a menores por parte de extranjeros y de redes de prostitución infantil. “La precaria situación económica del país, más acentuada en las zonas rurales, causa el abandono, la venta y el secuestro de niños”, lamenta la entidad. Alrededor de la mitad de los habitantes de Camboya tienen menos de 18 años. Sólo en Phnom Penh, capital del país, se estima que entre 1.000 y 1.500 niños -como mínimo- viven en las calles sin mantener vínculos familiares.

Población mayoritaria

Más de la mitad de la población de los países en desarrollo es menor de 25 años. Esto significa, según datos del Banco Mundial, que el 85% de los jóvenes entre 15 y 24 años reside en estos países y que el 92% de los 1.400 millones de niños que nacerán en el mundo antes de 2010, lo harán también en estas zonas. Sin embargo, los menores son uno de los grupos más vulnerables y sus voces, “las menos escuchadas”. Una cuarta parte de la población que vive en condiciones de extrema pobreza es joven, cerca de 12 millones viven con VIH/sida, unos 133 millones no saben leer ni escribir y entre un tercio y la mitad carece de empleo.

En este contexto, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) buscan, entre otras cosas, mejorar las condiciones de vida de los niños y jóvenes. Para ello, el Banco Mundial cuenta con diversos programas cuyo objetivo es incorporar las opiniones de los jóvenes “a fin de mejorar su presente y su futuro”. En el caso de Youthink!, se pone a disposición de los estudiantes un recurso en línea sobre temas sociales y de desarrollo, en el que el contenido está escrito en un idioma “apropiado a la edad” y se invita a los jóvenes a compartir sus historias y sus experiencias.

Explotación laboral

En los últimos años, el trabajo infantil es una denuncia continua. La situación afecta a un buen número de países, en los que las condiciones de vida de estos menores dejan mucho que desear. En Bolivia, Global Humanitaria ha detectado a unos 800.000 niños, niñas y adolescentes trabajadores. La mayoría se ven obligados a ayudar en el hogar (principalmente las niñas), en el campo y en la venta ambulante de productos: “Hay niños que limpian zapatos, otros trabajan cargando bolsas, en los basurales o vendiendo periódicos”.

El trabajo infantil provoca cada año cerca de 22.000 muertes, accidentes o negligencias

En otros países de América Latina, como Colombia, cerca de dos millones y medio de niños entre 5 y 17 años se ven obligados a trabajar en algún momento del año. “Casi un millón desarrolla actividades que corresponden a las peores formas de trabajo infantil”, advierte Global Humanitaria. Las tasas de matriculación escolar descienden de manera preocupante entre Primaria (87%) y Secundaria (55%) y sólo un 64% de los niños que trabajan asiste a centros de educación formal. Una situación similar se repite en Guatemala y Nicaragua, donde la mitad de los menores de 15 años son también trabajadores, en su mayoría, no remunerados.

Las consecuencias del trabajo infantil provocan cada año, según la ONG Ayudemos a un niño, cerca de 22.000 muertes, accidentes o negligencias. De ahí la puesta en marcha del Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC), impulsado desde la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Esta entidad define el trabajo infantil como “toda actividad laboral que realizan los niños, las niñas y adolescentes antes de los 18 años y que les perjudica en su desarrollo físico, social, intelectual y moral”. Sin embargo, más de 200 millones de menores se ven obligados a trabajar. De ellos, unos 50 millones tienen entre 5 y 11 años y desempeñan su labor en “circunstancias peligrosas”.

Matrimonio infantil y adolescente

El matrimonio infantil es una práctica habitual en África subsahariana y Asia meridional. Su aplicación “niega a las niñas el derecho a un futuro mejor”, advierte Unicef, pero la situación se repite en Oriente Medio, África septentrional y otras regiones de Asia, donde la tradición apuesta por el matrimonio con adolescentes. En Sierra Leona, el 56% de las niñas contrae matrimonio antes de cumplir 18 años. El 66% en las zonas rurales. En Etiopía y en África occidental, los enlaces a los 7 u 8 años son frecuentes. En Djibouti, llegar a los 20 años sin haberse casado convierte a las mujeres en “solteronas”.

Apenas hay estadísticas. Los datos se silencian amparados en tradiciones sin intención de ser revisadas. “Resulta difícil conocer el número de matrimonios prematuros, debido a la cantidad de ellos que no se inscriben y que, por tanto, son ilegales”, explica Unicef. Las familias pobres aprueban los matrimonios porque consideran a las niñas una carga económica: “Casarlas es una medida de supervivencia”. Otras están convencidas de que el matrimonio a una edad temprana protege a las niñas frente a agresiones sexuales y “les procura la protección de un tutor varón”.

Abandono escolar

El matrimonio prematuro es una de las principales causas de abandono escolar entre las niñas. “Cuando pueden ir a la escuela y completar sus estudios, se modifica diametralmente su futuro”, advierte Unicef. Se teme a una educación que puede cambiar “para bien” la orientación de la vida de las niñas y de sus futuras familias. A pesar del incremento que han registrado en los últimos años las tasas de escolaridad, la proporción de niñas que cursa estudios secundarios es sensiblemente inferior a la de niños.

Para mejorar esta situación, Unicef impulsa desde 2006 los Clubes de Madres. La finalidad de estos grupos es ayudar a las niñas dentro de sus comunidades para que concluyan los estudios. En concreto, apoyan a las mujeres para que obtengan ingresos derivados de la horticultura comunitaria en gran escala y puedan hacerse cargo de la educación de sus hijas. Las integrantes del Club de Madres cultivan hortalizas como mandioca y patatas, “cuya venta genera fondos que se emplean para pagar la matrícula escolar de las niñas”.

Por otro lado, las mujeres que componen estos grupos movilizan a sus comunidades en apoyo de la educación de las niñas y se encargan de informar y orientar sobre aspectos culturales como el matrimonio precoz, el embarazo adolescente y la prevención de las enfermedades de transmisión sexual. Una vez que las madres han entendido la importancia de enviar a sus hijas a la escuela, se intenta que transmitan esos conocimientos a otras mujeres para que todas las pequeñas tengan la oportunidad de acudir al colegio y, por qué no, también a la universidad.

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