¿Cuáles son los alimentos más adulterados?

Aceite de oliva, leche, café o zumos de fruta son algunos de los alimentos con más riesgo de fraude alimentario
Por Marta Chavarrías 11 de mayo de 2017
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Imagen: rmbarricarte

Sustituir ingredientes, vender alimentos convencionales como ecológicos, usar logotipos con un origen o calidad específicos que no tienen o etiquetar de forma incorrecta son algunos de los casos de fraude alimentario detectados en la Unión Europea. La lucha para impedir esta adulteración de alimentos que preocupa cada vez más a las autoridades sanitarias se centra sobre todo en el aceite de oliva, el café, el pescado, los productos ecológicos o la miel. El artículo explica cuáles son los alimentos que han sido más adulterados y qué se hace para evitarlo.

Un alimento adulterado es aquel al que se le ha añadido o quitado, de manera premeditada e intencionada, alguna sustancia con fines fraudulentos y se ha modificado para que varíe su composición, peso o volumen o para encubrir algún defecto. Un alimento adulterado no tiene por qué ser tóxico, como la leche a la que se ha agregado agua. El fraude alimentario es un acto intencional para obtener beneficios, incumple la legislación alimentaria e induce a error al consumidor. En muchos casos el engaño tiene que ver con la sustitución de ingredientes, el etiquetado incorrecto, la venta de productos convencionales como ecológicos o el uso de logotipos con un origen o calidad específicos que en realidad no son. Por tanto, un alimento adulterado es aquel que contiene sustancias distintas a las declaradas en su etiqueta o en la publicidad; no es necesario que sean tóxicas o ilegales, pero sí pueden ser perjudiciales para la salud del consumidor.

Los seis alimentos más adulterados

El fraude alimentario puede producirse en una variedad de situaciones. Productos o ingredientes alimentarios pueden sustituirse por otros de menor calidad, inferiores o de otra especie. Los ingredientes pueden diluirse con agua o pueden omitirse o eliminarse. Debe tenerse en cuenta que los productos alimentarios pueden reemplazarse con alérgenos comunes, como frutos secos o huevos, lo que puede provocar reacciones adversas graves a determinados consumidores.

Los alimentos con más riesgo de fraude alimentario son, según un informe presentado en 2013 por la Comisión de Medio Ambiente, Salud Pública y Seguridad Alimentaria del Parlamento Europeo:

  • Aceite de oliva. Es un producto de gran demanda y no de los más económicos. En ocasiones, por tanto, puede someterse a mezclas con otros aceites más baratos, como el de cacahuete o el de avellana, no permitidas desde el punto de vista legal y que, además, pueden suponer riesgos para la salud.

  • Leche. En el caso de la leche adulterada, el fraude más frecuente es el uso de leche en polvo y falsear el contenido del producto.

  • Café. El fraude más común tiene que ver con su procesado.

  • Azafrán. Esta especia también ha sido muy atacada por la adulteración, ya que tiene un precio muy elevado. El fraude viene, en la mayoría de los casos, por la utilización de sustancias muy tóxicas como el cromado de plomo o el tetraóxido de plomo.

  • Miel. Puede estar adulterada con jarabe de azúcar, jarabe de maíz, fructosa, glucosa o azúcar de remolacha e, incluso, «miel de un origen geográfico no auténtico». Además, puede contener antibióticos, productos químicos y edulcorantes añadidos.

  • Zumos de fruta. El caso más frecuente de adulteración está relacionado con adicionar zumo de frutas no declaradas en el envase y que tienen un contenido no autorizado.

Aunque la seguridad del producto no se vea afectada, sí se compromete la confianza del consumidor con implicaciones a largo plazo para la industria alimentaria. Uno de los últimos casos más citados en los últimos años es el caso de la carne de caballo detectada en productos elaborados cárnicos. En febrero de 2013, las autoridades sanitarias europeas aseguraban que el caso de la carne etiquetada como vacuno con presencia fraudulenta de carne de caballo no era una crisis sanitaria, sino un fraude de etiquetado. El problema no fue de seguridad alimentaria sino de incumplimiento de la legislación sobre el etiquetado de productos, ya que no se informó de que los productos cárnicos comercializados como carne de vacuno contenían también carne de caballo. Los proveedores eran conscientes de que sus productos contenían carne de caballo, pero, en lugar de declararlo en las etiquetas, vieron la oportunidad de ganar más dnero y engañar a los consumidores, que pensaban que estaban comprando carne de vacuno. Este escándalo mostró que una de las debilidades del sistema de vigilancia a lo largo de la cadena alimentaria fue la dificultad de las autoridades competentes de comunicarse de manera eficaz entre ellas.

Qué se hace para evitar el fraude alimentario

En la Unión Europea se llevan a cabo una serie de iniciativas para mejorar la capacidad de identificar lo antes posible el fraude alimentario, es decir, una acción cuya intención es obtener un beneficio indebido. Esta categoría se incluye en el Reglamento (CE) 178/2002 dentro del apartado «prácticas fraudulentas y engañosas».

Los errores o las prácticas fraudulentas se controlan con métodos innovadores de análisis de alimentos. La detección de alimentos adulterados es posible a través de la identificación de marcadores. Las técnicas empleadas van desde la espectroscopia de infrarrojo a la espectrometría de masas por reacción de transferencia protónica. Esta última sirve para autentificar de forma rápida el aceite de oliva monovarietal y es útil para controlar que la variedad de aceite que aparece en el etiquetado corresponde con el contenido del envase.

En la actualidad, para controlar los alimentos se usan técnicas analíticas basadas en la detección molecular (PCR o Reacción en Cadena de la Polimerasa), capaces de detectar partes infinitesimales, es decir, moléculas de proteínas o ADN. El ácido desoxirribonucleico (ADN) es el material hereditario único en todas las células y se encuentra en animales y plantas y, por tanto, en los alimentos. Las pruebas de ADN se han convertido en un instrumento importante que posibilita evaluar la seguridad, la calidad y la trazabilidad de la cadena alimentaria. Tiene numerosas aplicaciones, desde la identificación de material alergénico, la detección de adulteraciones y la identificación de microorganismos responsables de enfermedades transmitidas por los alimentos. También permite detectar cualquier tipo de infracción de la legislación sobre el etiquetado.

El pasado mes de marzo, el Parlamento Europeo aprobó nuevas condiciones de control más estrictas de los productos, desde la granja al tenedor, con el fin de: mejorar la trazabilidad de los alimentos, combatir el fraude y recuperar la confianza del consumidor en la cadena alimentaria. Una de las medidas incluye llevar a cabo inspecciones sin previo aviso y aprobar acciones más efectivas contra el fraude alimentario.

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