Estrés en los recién nacidos: ¿cómo les afecta?

La recurrencia de episodios estresantes en los primeros años de vida podría tener efectos sobre la salud del bebé
Por Núria Llavina Rubio 20 de junio de 2011
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Imagen: philipus

Aunque no pueden expresarlo del mismo modo, los recién nacidos y lactantes también sufren las secuelas del estrés, una condición cada vez más común. En adultos, las consecuencias a largo plazo pueden llegar a ser graves y favorecer el desarrollo de enfermedades. En los más pequeños sucede igual, ya que pueden padecer desde síntomas físicos, como mayor susceptibilidad a sufrir alergias, a manifestaciones psicológicas, como trastornos del aprendizaje o falta de autoestima. En este artículo se describe qué hace aumentar los niveles de la hormona del estrés en los bebés y qué consecuencias físicas y psíquicas puede provocar a corto y a largo plazo.

La hormona del estrés en bebés

Los recién nacidos tienen la capacidad de generar una respuesta anticipada al estrés basado en las expectativas acerca de cómo sus padres les tratarán en un contexto determinado. Si bien situaciones estresantes en determinados momentos pueden ser beneficiosas para desarrollar estados de alerta y mecanismos de defensa, su recurrencia, a largo plazo, tendría efectos muy negativos en el desarrollo normal de los más pequeños.

Sufrir estrés a edades tempranas se ha asociado con depresión en la edad adulta

Expertos en desarrollo infantil de Canadá realizaron un estudio («Infant anticipatory stress») a mediados de 2010, publicado en Biology letters, que aseguraba que los menores de seis meses que se consideran privados del amor de su madre durante dos minutos aumentan sus niveles de cortisol, la hormona del estrés. Además, según comprobaron los investigadores de la Universidad de Toronto, los recién nacidos también se preocupan porque la situación pueda repetirse al día siguiente, lo que confirma que pueden recordar emociones no usuales. Los responsables del estudio avisan de las consecuencias de exponer a las criaturas, de manera repetida, a situaciones estresantes.

Los científicos también quisieron comprobar si los pequeños de medio año son capaces de anticipar problemas. Para ello, contaron con la participación de 30 mujeres y sus bebés. Las madres se pusieron ante sus hijos, que estaban sentados en asientos de coche, y jugaban y hablaban. En periodos de solo dos minutos, sin embargo, se limitaron a mirarles con una cara neutra. Los niveles de cortisol, medidos a lo largo de las pruebas, se incrementaban cuando no se les hacía caso. En un segundo grupo que pasó por el mismo proceso, pero sin ser ignorado por su madre, sus niveles hormonales casi no cambiaron.

Factores de estrés en bebés y sus consecuencias

No se dispone de datos exactos sobre el efecto del estrés en los más pequeños. Tan solo un estudio español de 2009, «Estudio sobre el Estrés del Bebé», afirmaba que los recién nacidos de hoy en día tienen 50 veces más probabilidades de sufrirlo que hace 15 años. Y las cifras van en aumento, probablemente por los cambios en el modelo social y familiar, el exceso de permisividad, la incomunicación y el estilo de vida inadecuado de los progenitores (exigencias, necesidades y estatus social que se debe alcanzar), entre otros.

Tras nacer, son muchos los factores que predisponen a padecer esta condición: el propio parto, enfermedades habituales (cólicos del lactante, flatulencia u otitis, entre otras), falta de cuidados (pañales húmedos o inseguridad), alimentación insuficiente o inadecuada y ambiente familiar problemático (falta de cariño y afecto o discusiones constantes entre los padres). Los bebés acostumbran a expresar estas situaciones de estrés con el llanto.

El pequeño responde con estados de alerta extremos (se muestra demasiado movido o demasiado quieto), duerme mal, está irritado y presenta alteraciones de la alimentación (muchas o pocas ganas de comer).

Las consecuencias del estrés en recién nacidos pueden ser generalizadas. Afectan tanto a su estado físico como psicológico: disminuyen las funciones del sistema inmunitario; hay mayor tendencia a contraer alergias, alteraciones del aparato digestivo y, sobre todo, trastornos del sueño; decrece la autoconfianza y la empatía, se registra un bajo estado de ánimo y alteraciones de la memoria.

Según el «Estudio sobre el Estrés del Bebé», esta condición se manifiesta con ansiedad, en ocasiones con depresión o, incluso, con trastornos del comportamiento. En las niñas es más frecuente la ansiedad y la depresión, mientras que en los niños son más habituales los trastornos del comportamiento (reacciones agresivas, hostilidad, dificultad en las relaciones).

Estrés del bebé, depresión en el adulto

Para que los recién nacidos reduzcan sus estados de estrés, se deben controlar y respetar sus seis estados de consciencia: cuando están tranquilos, en movimiento y mientras juegan, profundamente dormidos, cuando sueñan, en estado de somnolencia y durante el llanto. Aprender a reconocer cada uno de estos estados y saber interpretar las señales para no interrumpirlos es clave, aseguran los especialistas.

Aunque el estrés depende de las causas que lo originan, siempre es recomendable que el bebé se sienta atendido

El afecto también ha demostrado ser directamente proporcional con su capacidad de aprender y desafiar las circunstancias de la vida. En 2004, en el Congreso Internacional sobre el Cerebro Humano, que se celebró en Roma, ya se relacionó la falta de afecto con el estrés en bebés y el desarrollo futuro de graves problemas cerebrales. En concreto, se asoció con el desarrollo de disfunciones neuronales que en la edad adulta pueden llevar a depresión.

Aunque el estrés depende de las causas que lo originan, siempre es recomendable que el pequeño se sienta atendido. Crear una rutina horaria en la que se distribuyan las horas de la comida y los tiempos de descanso, además de combinar momentos en los que el niño esté acompañado con otros en los que juegue solo, ayuda a crear un ambiente familiar idóneo para el menor. Es muy importante que el ambiente familiar donde se desarrolla el pequeño sea relajado, sin discusiones ni gritos. De la misma manera, una alimentación adecuada contribuye a reducir sus niveles de estrés, no solo porque mejora el estado de ánimo y de relajación, sino porque también beneficia al sistema inmunitario. Punto aparte merece la lactancia materna, que actúa como inmunorregulador contra este tipo de malestares.

Estrés durante la gestación y el parto

Aunque todavía no se conocen los mecanismos por los cuales los estados de tensión maternales afectan al feto, se sabe que las hormonas de la respuesta de activación del estrés de la madre pasan al embrión a través de la placenta. En los últimos años, diversas investigaciones han afirmado que los cambios en el ritmo cardiaco y la presión sanguínea provocados por el estrés durante el embarazo junto con la ansiedad crónica, se han relacionado con el ritmo cardiaco del feto. También se ha asociado con un aumento del riesgo del bebé de desarrollar asma en la infancia. Incluso un estudio reciente del King’s College de Londres apunta que las posibles consecuencias que podrían generar la ansiedad y la tensión vividas por la gestante son hiperactividad y déficit de atención.

No es fácil mantener un estado de relajación constante durante la gestación. La propia espera del parto puede causar cierta ansiedad. Diversas pruebas que se llevan a cabo durante el proceso, como la amniocentesis, también provocan estados de nerviosismo en las mujeres. Incluso en embarazadas fumadoras se les recomienda el cese del hábito de manera paulatina y con una buena planificación, de modo que el estrés no se convierta en algo cotidiano mientras dura la dependencia.

Para mantener a raya el estrés durante el embarazo, es necesario en primer lugar encontrar la causa. Es fundamental mantener una dieta equilibrada, practicar ejercicio rutinario, evitar el alcohol y el tabaco, establecer comunicación con la familia, amigos u otras gestantes, descansar y, por último, consultar con un médico todo lo que genere malestar, para que el especialista evalúe si se requiere un tratamiento determinado.

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