El impacto del Prestige sobre la pesca gallega

Por José Juan Rodríguez Jerez 26 de noviembre de 2002

El hundimiento del Prestige cerca de las costas gallegas ha provocado una marea negra que amenaza no sólo la salud ambiental de la zona sino también la productividad de casi 500 kilómetros de costa especialmente rica en marisco y otros productos del mar. Su afectación representa un coste añadido al grave impacto ecológico sufrido.

El vertido de petróleo o de algunos de sus derivados en zonas marítimas próximas a la costa suele generar una elevada alarma social que se justifica no sólo por los graves problemas medioambientales que causa, sino también por su negativo impacto económico. Este es el caso del Prestige, un buque petrolero con bandera de conveniencia que ha dejado, antes de su hundimiento cerca de las costas gallegas, un reguero de fuel-oil a sus espaldas. La marea negra, en forma de varias manchas de petróleo, ha alcanzado áreas de gran riqueza marina y pesquera en Galicia y amenaza ahora a las costas cantábricas. Desde el punto de vista económico, la amenaza se cierne no sólo en las artes de pesca que se practican en el lugar. La actividad marisquera podría ser, de largo, la gran perjudicada.

Las razones que motivan esta alerta radican en las características propias del marisco. Como es conocido, este tipo de animales suele anclarse en zonas geográficas concretas y raramente se desplaza a grandes distancias. Es por ello que, ante un caso de contaminación de las aguas donde habita, difícilmente puede eludir sus efectos. La consecuencia directa de la contaminación suele conducir a la muerte del animal, bien por problemas de toxicidad de los vertidos o por un fenómeno de asfixia.

El impacto de una marea negra se mide en función de la toxicidad de los hidrocarburos vertidos y por los efectos físicos que causa en un ecosistema

La posibilidad de ingestión de los animales contaminados por parte de un consumidor potencial es variable y depende en gran parte de la acción diligente de administraciones y pescadores. Que el producto contaminado llegue al consumidor acaba siendo directamente proporcional a la capacidad de inmovilización que las autoridades sanitarias y con competencia en el sector pesquero puedan asegurar.

La toxicidad del petróleo

Los crudos de petróleo y sus productos derivados difieren en cuanto a su toxicidad. Los experimentos realizados con plantas y animales han puesto de manifiesto que los efectos tóxicos más graves corresponden a los compuestos que tienen bajos puntos de ebullición. En consecuencia, los peores daños tóxicos han sido los causados por derrames de petróleos ligeros, especialmente cuando se han concentrado en un área restringida.

Ello no implica, sin embargo, que el vertido de aceites pesados, como el fuel-oil derramado por el ante las costas gallegas, no acabe teniendo efectos negativos. Por norma general, los aceites pesados pueden acabar cubriendo amplias zonas de la costa y matar organismos por asfixia (que es un efecto físico) más que por los efectos tóxicos.

La toxicidad del petróleo se debe a las diferentes sustancias que lo componen, todas ellas solubles en grasas, y que pueden lesionar células, inestabilizar las membranas o reaccionar con diferentes estructuras celulares. Incluso se han documentado efectos sobre material genético, por lo que en exposiciones muy continuadas podrían evidenciarse algunas formas de cáncer.

No obstante, los efectos perjudiciales del petróleo y sus derivados se reducen con su exposición a la intemperie. Así, un vertido de crudo que llegue rápidamente a la costa será más perjudicial para la vida costera que si ha quedado expuesto a las inclemencias del tiempo durante varios días antes de alcanzarla.

El petróleo derramado por el petrolero Exxon Valdez en marzo 1989 en Alaska, estuvo expuesto a la intemperie varios días antes de alcanzar la mayor parte de las costas del canal Príncipe Guillermo. La exposición del crudo al ambiente favoreció la acción oxidante del aire y de la luz, así como la evaporación de una parte sustancial del petróleo vertido. Ambos factores, junto con el efecto disgregador de las olas del mar, factor que rompe las manchas de crudo creando agregados de menor tamaño y facilitando la disolución de oxígeno en el agua, redujeron el impacto ecológico hasta el punto de que, transcurrido un tiempo, empezó a apreciarse la recuperación de vida vegetal y animal, signo inequívoco de baja toxicidad a medio plazo.

La toxicidad es menor en hidrocarburos pesados pero su efecto físico sobre la costa puede ser mayor al formar espesas capas aislantes

Pese a esta notable recuperación, el accidente del Exxon Valdez consta en los anales estadounidenses como la mayor catástrofe ecológica de su historia y como una de las peores en el mundo. En el accidente, motivado por la colisión del barco en unos arrecifes, se vertieron 42 millones de litros de petróleo que afectaron más de 5.000 kilómetros de costa. La recuperación total de vida silvestre se ha estimado en unos 30 años aunque, a fecha de hoy, la mayor parte de la actividad biológica de la zona parece normalizada incluso ante la presencia de petróleo residual.

Los negativos efectos ecológicos del Exxon Valdez, así como de cualquier marea negra, son debidos principalmente a la formación de una capa aislante sobre la superficie del agua o del terreno una vez alcanzada la costa. Esta capa impide la entrada de oxígeno y luz, lo que conduce a la muerte de animales y plantas marinos.

Carga de hidrocarburos

A medida que se evaporan las partes más ligeras del crudo (hasta un 50% del total si las condiciones ambientales son favorables), se forman bolas o agregados con un alto índice de viscosidad que se desplazan por la superficie del agua. Con el paso del tiempo, estas masas viscosas, cada vez más fragmentadas por el efecto del oleaje, se depositan en el fondo marino y se mezclan con la arena de modo que se ven afectados arrecifes coralinos y organismos que sirven de alimento al resto de la cadena trófica.

Si la carga de hidrocarburo es alta puede favorecerse la penetración en algunos sedimentos y es mayor la probabilidad de que las masas viscosas absorban piedras y gravilla. Se forma de esta manera una capa de pavimento asfáltico relativamente persistente. Este tipo de pavimentos suelen tener un espesor de 5 a 10 cm y de 1 a 30 m de anchura. Tienen una mayor persistencia en la parte superior del litoral, donde pueden constituir una barrera física que impide la recolonización, por ejemplo de hierba y arbustos.

La formación de este pavimento asfáltico constituye uno de los principales problemas asociados a las mareas negras. Su eliminación es complicada una vez se ha formado, e incompatible con la vida vegetal y animal. En estos casos, se hace urgente y fundamental, después de un vertido, la rápida retirada del petróleo por los equipos de limpieza, ya que se evita su endurecimiento, no se forma pavimento asfáltico y se puede acelerar la recuperación o minimizar los efectos asfixiantes. Todas estas actuaciones redundan en una menor contaminación y en la recuperación de la actividad productiva.

Los derrames del Exxon Valdez en el Golfo de Alaska y del Metula en el Estrecho de Magallanes (accidente que provocó el vertido de más de 50.000 toneladas de crudo en agosto de 1974) ofrecen una comparación interesante. En ambos casos el derrame se produjo en aguas frías y grandes volúmenes de petróleo (especialmente en forma de emulsión) llegaron a diversos tipos de costas. En el caso del Metula no hubo operaciones de limpieza pero sí en el caso del Exxon Valdez. En el estrecho de Magallanes las masas de emulsión de petróleo combinadas con arena, grava y piedras se endurecieron para formar pavimentos asfálticos hasta una anchura excepcional de 400 m. Dichos pavimentos se fueron erosionando gradualmente pero todavía quedan restos 28 años después del derrame. En el estrecho del Príncipe Guillermo, en el Golfo de Alaska, se evitó en gran parte la formación de pavimentos asfálticos, lo que redundó en una recuperación mucho más efectiva de la zona afectada.

La importancia del factor geográfico

Si el vertido de crudo se produce en una zona próxima a la costa, los daños pueden ser más pronunciados que en mar abierto. En efecto, en aguas protegidas y de poca profundidad como son las bahías y rías, donde el petróleo puede alcanzar una mayor concentración y el tiempo de interacción con condiciones oxidantes medioambientales como la luz o el aire es sensiblemente inferior, el impacto ecológico puede ser mucho más grave.

En las costas rocosas desnudas, los efectos sobre los organismos vivos suelen ser mínimos y la velocidad de recuperación es grande porque el petróleo no se pega fácilmente a dichas costas. Aún cuando una pequeña parte lo haga, desaparecerá por la fuerte acción de las olas. A medida que aumenta la protección vegetal de las costas rocosas, aumenta también la probabilidad de la persistencia del petróleo, a lo que contribuyen la masa de algas o de otras especies vegetales marinas con su capacidad de aprisionar el crudo.

Si el petróleo penetra en el substrato, los tiempos de permanencia suelen aumentar de acuerdo con las características del mismo. Las costas sujetas a una variedad de niveles energéticos con arena, grava o piedras, que permiten el drenaje, son porosas y el petróleo penetra con relativa facilidad. Si después viene absorbido por la superficie mayor de los granos del substrato y queda expuesto in situ haciéndose más viscoso, puede permanecer en el sedimento durante muchos años. En cambio, el petróleo no penetra fácilmente en la arena firme o en el lodo apretado.

LA ACCIÓN CONTAMINANTE EN ZONAS MARISQUERAS

La acción contaminante de un vertido de hidrocarburos puede ser muy importante si afecta costas de arena y barro protegidas, en las que existe una elevada productividad biológica. En estas áreas, el petróleo penetra por los surcos abiertos por los gusanos, moluscos y crustáceos y por los tallos y raíces de las plantas de marisma. En condiciones normales dichos surcos permiten la penetración de oxígeno en los sedimentos. Un posible problema que puede surgir a raíz de un derrame es que se produzca una penetración del substrato, seguida de la muerte de los organismos que normalmente perforan los surcos. A continuación estas galerías se derrumban, es decir, los surcos se llenan del sedimento procedente de la parte superior en el caso de que los animales no los mantengan. Por ello, el petróleo puede verse aprisionado en un sedimento anaeróbico en el que su tasa de degradación será muy baja y los organismos que traten de recolonizar pueden encontrarse con hidrocarburos tóxicos. En estas condiciones, se ven favorecidas las especies que toleran los hidrocarburos.

Los percebes y lapas son los invertebrados dominantes en muchas costas rocosas. De resultar muertos tras un derrame de hidrocarburos, la recuperación de la comunidad depende del establecimiento de ejemplares jóvenes de estas especies fuera del plancton. El establecimiento y crecimiento posteriores dependen de la debida reducción del volumen y toxicidad de los residuos de petróleo.

Respecto a los peces, las huevas y larvas en bahías de poca profundidad pueden ser victimas de una elevada mortandad en virtud de los derrames, especialmente si se utilizan dispersantes, ya que los peces adultos suelen alejarse de los hidrocarburos. No existen pruebas hasta ahora de que ningún derrame haya afectado considerablemente a las poblaciones de peces adultos en mar abierto. Aún cuando muchas larvas hayan resultado muertas, ello no se ha comprobado posteriormente en las poblaciones adultas, posiblemente porque los supervivientes han gozado de una ventaja competitiva (más alimentos y menos vulnerables a los depredadores). Sin embargo, los peces de acuicultura resultan casi todos ellos muertos o contaminados por residuos tóxicos.

Posibilidades de consumo

Otro de los problemas asociados es la introducción en la cadena alimentaria de este tipo de productos. Normalmente, la entrada de pescado o marisco procedente de zonas contaminadas es poco probable en las fases en las que se produce la crisis. Normalmente, al ser una sustancia de tipo liposoluble, van a conferir aromas y sabores a petróleo o sus derivados. Como consecuencia, raramente serán aceptados por el consumidor.

El principal problema se presenta cuando pudieran encontrarse animales organolépticamente aceptables, pero con concentraciones de sustancias tóxicas por encima de lo tolerable (desde restos de hidrocarburos a benzopirenos o incluso dioxinas). En este caso se requiere un esfuerzo adicional en el control de la producción que dé garantías a los consumidores.

Bibliografía
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