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Malnutrición en economías avanzadas
Alguien podría pensar que los datos se refieren exclusivamente a los países en vías de desarrollo, pero la malnutrición también es un problema grave de las economías avanzadas y las cifras que lo demuestran son alarmantes. En España, cerca de 90.000 muertes al año se asocian a dietas inadecuadas y los costes directos de tratar el sobrepeso ascienden a cerca de 1.950 millones de euros al año.
Además, el problema tiene relación directa con las desigualdades y la injusticia social, lo que le añade una nueva dimensión: el 75 % de los niños y adolescentes españoles en situación de vulnerabilidad social tienen dificultades para acceder a alimentos nutricionalmente adecuados para su crecimiento, salud y bienestar, según un estudio de la Universidad CEU San Pablo y la Fundación Mapfre, y más de seis millones de personas —un 13,3 % de la población española— sufren inseguridad alimentaria, según el estudio encabezado por la doctora Ana Moragues, ‘Alimentando un futuro sostenible’, de la Universidad de Barcelona.
Falta de vitaminas y minerales
La dietista-nutricionista Blanca Raidó lleva casi 12 años trabajando en Cruz Roja, donde ejerce de técnica del ámbito de salud. En su día a día está en contacto con centenares de familias que se asoman al abismo de la inseguridad alimentaria: “La falta de acceso frecuente a alimentos que sean suficientes y nutritivos y que a nivel de seguridad sean inocuos, debido a factores económicos, sociales o culturales”, explica Raidó.
Hasta unos años, organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) manejaban el concepto de malnutrición A para referirse a la desnutrición clásica, propia de los países en desarrollo, caracterizada por una falta general de alimentos y calorías, y la malnutrición B, un problema más específico de los países desarrollados y que se centra en la calidad nutricional de la dieta, no en la cantidad de calorías.
👉 El hambre oculta
Pero hoy en día, se habla más de desnutrición y de malnutrición, y los expertos manejan también el concepto de “hambre oculta”. Según la OMS, se trata de una deficiencia de micronutrientes —vitaminas y minerales— que se produce cuando el patrón de alimentación no es lo suficientemente variado, dando lugar a un consumo insuficiente, deficiente o inadecuado de determinados alimentos, como frutas, legumbres, verduras y hortalizas, carne y pescado, lácteos y alimentos ricos en grasas de origen vegetal.
El hambre oculta es una forma de malnutrición que suele pasar desapercibida porque no siempre se refleja en un peso bajo o una apariencia desnutrida. Además, muchos profesionales de la salud no están familiarizados con el concepto y esto, sumado a su complejidad diagnóstica —que requiere evaluaciones continuadas en el tiempo, algo que suele ser complicado—, explica en parte que esté infradiagnosticado. También conlleva un importante estigma social, porque la asociación entre pobreza y malnutrición puede hacer que algunas familias oculten el problema.
Obesidad también es malnutrición
El hambre oculta no afecta solo a personas que viven en situación de escasez alimentaria, sino también a los que consumen alimentos de escasa calidad nutricional en exceso; es decir, que es posible tener sobrepeso u obesidad y sufrir malnutrición. “La obesidad también es malnutrición. Que estén comiendo no significa que tomen los nutrientes que necesitan”, aclara Raidó.
Además, existe una relación directa entre la capacidad económica y el exceso de peso. “Históricamente venimos de la idea de que una persona con sobrepeso u obesa está comiendo bien, que tiene una buena vida. Vinculamos la obesidad a la abundancia, pero las estadísticas nos dicen justo lo contrario: en las personas en riesgo de exclusión social, los niveles de sobrepeso y de obesidad están por encima de la media”, puntualiza la dietista-nutricionista.
Según el último estudio ALADINO, elaborado por la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) y el Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, el 47,3 % de los niños y niñas que viven en entornos familiares con ingresos inferiores a los 18.000 euros anuales sufren problemas de sobrepeso u obesidad, un 14 % más que los menores que residen en hogares con un ingreso superior a los 30.000 euros anuales.
¿Cómo elegimos nuestra dieta?
La elección de los alimentos que compramos, aparte de las preferencias personales, tiene mucho que ver con tres factores: nuestra capacidad económica, nuestra cultura alimentaria y nuestro nivel de conocimientos.
Cuando el dinero escasea, las elecciones se suelen limitar a alimentos baratos con alto contenido calórico, pero bajos en nutrientes, como los alimentos ultraprocesados. “Si no dispones de información correcta, vas al súper y ves que comprando ultraprocesados tienes la posibilidad de comprar más cantidad que comprando fruta o pescado, y no sabes los beneficios que conlleva comer esos alimentos, pues tiras hacia lo otro”, comenta Blanca Raidó.
Existe una relación directa entre el nivel educativo y el acceso a la alimentación. Las personas con un nivel educativo y social alto tienen menos probabilidades de sufrir inseguridad alimentaria.
El estudio ‘Alimentando un futuro sostenible’ también refleja esta realidad. Según este, el porcentaje de hogares que no consumen cinco raciones al día de fruta y verdura por motivos económicos se eleva a un 38,7 % entre los hogares con inseguridad alimentaria moderada o grave. Además, un 3,1 % de los hogares encuestados tampoco puede permitirse el consumo de carne, pollo o pescado al menos cada dos días. Pero entre los hogares con algún tipo de inseguridad alimentaria, este porcentaje llega hasta el 20,3 %.
Consecuencias sobre la salud
Erradicar la inseguridad alimentaria se ha convertido en una urgencia, ya que como veremos perpetua situaciones de desigualdad y tiene un impacto directo en el crecimiento, la salud y el bienestar de los niños y niñas. La dietista-nutricionista Blanca Raidó explica que las consecuencias negativas sobre la salud de la inseguridad alimentaria se suelen separar en tres grupos: las físicas, las cognitivas y las socioemocionales.
- Las físicas tienen que ver con el bajo peso y el retraso en el crecimiento.
- Pero el impacto a nivel físico tiene más consecuencias, especialmente a nivel cognitivo. “Todo afecta al desarrollo del cerebro, lo que tiene un impacto directo sobre el rendimiento escolar, porque no se han desarrollado bien el lenguaje, la concentración y la memoria”, analiza Raidó. “Al final, todo esto conlleva un abandono de los estudios, lo que a su vez los afectará cuando sean adultos”, advierte.
- Por último, está también la parte socioemocional. Estas carencias físicas y cognitivas pueden conducir a una menor autoestima, que genera sentimientos de inseguridad y frustración, lo que va minando la autoconfianza y la motivación y la relación con el entorno personal y laboral. Además, señala la experta, también puede llevar a situaciones de depresión o de ansiedad: “Es como un pez que se muerde la cola. Si estás con depresión o ansiedad, comerás peor, tendrás otra vez patologías, problemas de enfermedades no transmisibles –cardiovasculares, algunos tipos de cáncer y la diabetes– u otras situaciones que te impidan salir de esta situación”.
👉 También afecta a los adultos
Raidó aclara: “He hablado de niños y niñas, pero a excepción de los problemas de crecimiento, casi todo es extrapolable a los adultos”. A largo plazo, la inseguridad alimentaria también incrementa el riesgo de enfermedades crónicas en la edad adulta y puede perpetuar ciclos de pobreza y desigualdad al afectar las oportunidades educativas y laborales futuras. En este sentido, la malnutrición es un problema individual, pero también colectivo, ya que tiene un impacto profundo en el bienestar social y económico del país.