Mantenerse a dieta sin adelgazar

Las dietas restrictivas no se traducen en la pérdida de grasa corporal
Por Elena Piñeiro 5 de junio de 2008
Img dieta listado
Imagen: James Farmer

Los 2.050 millones de euros que se gastaron el año pasado los españoles en productos milagro para adelgazar demuestran que el anhelo por perder peso no se detiene ante las advertencias de los expertos. En una época que nos empuja en pos de la delgadez a cualquier precio, se constata que muchas personas viven sometidas al deseo obsesivo de adelgazar y al pánico a engordar, hasta el punto de llegar a utilizar métodos nada apropiados. Pero, llega un momento en el que, incluso comiendo menos de lo que necesita el organismo para sobrevivir sano, no se adelgaza.

Si está realizando algún tipo de dieta conviene que reflexione sobre cuáles son los mecanismos biológicos que se esconden tras el control del peso. A pesar de que el peso corporal permanece estable en la mayoría de las personas a lo largo de la vida, hay una tendencia a ganar grasa con la edad, aunque suele ser un proceso bastante paulatino. Ahora bien, que el peso se mantenga constante no es tarea fácil, debe darse un mecanismo regulador que sea capaz de contar las calorías ingeridas, descontar las calorías quemadas y controlar las sensaciones de hambre en la medida exacta. Todo esto ocurre gracias a una complicada técnica fisiológica encargada de mantener el equilibrio.

El nivel de regulación ponderal

Curiosamente, el organismo humano muestra una clara tendencia a mantener su peso dentro de ciertos límites. Los excesos o los defectos alimentarios parecen poner en marcha procesos compensatorios sumamente eficaces. Si se está una temporada comiendo menos, por ejemplo, haciendo una dieta hipocalórica durante meses, el metabolismo disminuye proporcionalmente, se adapta a la energía ingerida y consigue así la estabilización del peso.

Por este motivo hacer dietas de pocas calorías durante un tiempo prolongado o intermitentemente año tras año da lugar al famoso «efecto yo-yo» de pérdida y aumento de grasa en el cuerpo, que es contraproducente. Según el especialista Josep Toro, del Servicio de Psiquiatría y Psicología del Hospital Clínico de Barcelona, «la verificación de estos hechos ha dado lugar a la teoría del nivel de regulación ponderal, según la cual los excesos y las insuficiencias alimentarias desencadenan cambios metabólicos que intentan prevenir las modificaciones del peso corporal».

El peso corporal no depende simplemente de la diferencia entre la energía que se ingiere y la que se gasta

Se sabe que el cerebro y, concretamente, el hipotálamo lateral, desempeña un papel clave en la determinación de este nivel regulador. Se supone que a través de las funciones encarnadas en esta área se expresan las influencias genéticas y evolutivas que actúan sobre el peso corporal conformando así un delicado y misterioso equilibrio con múltiples incógnitas aún por resolver.

No somos todos iguales

Se suele incurrir en el error de pensar que el peso corporal de toda persona depende simplemente de la diferencia entre la energía que come y la energía que gasta. Pero no es una simple cuestión de entradas y salidas que nos haría iguales a todos los seres humanos. No es tan sencillo; las diferencias metabólicas entre los individuos son muy grandes y dependen de la edad, el sexo, la altura, el peso, la masa muscular y la grasa, entre otros factores.

Además, como no podía ser de otra manera, está la genética, esa clave cifrada que aún no nos desvela por qué un obeso puede ganar el doble de peso que una persona que no lo es cuando ambos han comido las mismas kilocalorías de más en el mismo período de tiempo. Heredamos la propensión a engordar, pero para que esta propensión se convierta en barriga prominente tiene que darse un ambiente adecuado. De la misma manera, la ciencia ha acreditado que los obesos en tratamiento de adelgazamiento sufren un enlentecimiento de su metabolismo, se adaptan a la restricción fácilmente y, como resultado, les cuesta más perder grasa corporal.

Los hábitos alimentarios y el estilo de vida son cruciales en todo este puzzle patológico que conforma la multicausalidad de la obesidad. Numerosos estudios han demostrado cómo poblaciones sin propensión genética a la obesidad, como japoneses, indios sudamericanos o norteafricanos, cuando se exponen a un ambiente de sobrealimentación, como el de EE.UU., llegan a desarrollar este síndrome al igual que el resto de sus conciudadanos.

Está claro que las nuevas condiciones culturales y económicas se traducen en mayor consumo de carne, lácteos, postres, dulces, cerveza, aperitivos y un largo etcétera que invita al consumo de comida energética y al sedentarismo como eje del ocio. El comportamiento alimentario o la relación con la comida influida por factores culturales, sociales y psicológicos como la ansiedad, el estrés o la depresión, influyen enormemente y pueden producir temidas consecuencias.

LO MÁS DIFÍCIL

ImgImagen: Rachel

Cualquier internauta halla en décimas de segundo unas 2.630.000 páginas con “soluciones para mantener el peso” después de una dieta. Dadas las circunstancias sociales de hoy en día, en las que casi todas las personas aspiran a tener el mismo peso relativo, es normal que el mercado se centre en esta aspiración tan lucrativa. Desde del sentido común, los colegios oficiales y asociaciones de dietistas-nutricionistas no dejan de alertar de los peligros de muchos de estos consejos, que producen en la mayoría de los casos es un empeoramiento de la situación.

Prestigiosos miembros de una de las asociaciones de dietistas-nutricionistas más veteranas, como la de EE.UU., advierten de que si se está haciendo una dieta determinada y no se adelgaza, conviene olvidarse de ella y reconducir los hábitos alimentarios. Las dietas restrictivas no sólo no funcionan, sino que tienden a provocar reacciones posteriores de compulsión con la comida y una recuperación de los kilos.

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