Cómo enseñar a tu hijo a compartir

Compartir las cosas con los demás no es una cualidad innata de los seres humanos, sino una actitud que el pequeño aprende durante su desarrollo
Por Cristian Vázquez 24 de febrero de 2016
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Imagen: szefei

Muchos padres se inquietan cuando su hijo se resiste a compartir algo con otros niños. Temen equivocarse y estar formando a un futuro egoísta. Pero esa preocupación es infundada. Todos los pequeños atraviesan en sus primeros años por una etapa de egocentrismo, en la que creen que el mundo les pertenece. Compartir con los demás es una actitud que el niño aprende cuando comienza a socializar. Este artículo ofrece pistas sobre ese aprendizaje y sobre las dificultades que acarrea una socialización precoz. También enumera algunas claves para acompañar a los hijos en el camino de aprender a compartir.

El egocentrismo infantil y el aprendizaje del compartir

De todos los grandes retos que plantea la crianza de los hijos, uno de los que más inquietud genera en algunos padres es la cuestión de cómo enseñar a los pequeños a compartir. Muchos se preocupan sobre todo cuando, en sus primeros años de vida, el niño atraviesa lo que el psicólogo Jean Piaget denominó «etapa de egocentrismo infantil», cuando el pequeño asume que todo el mundo, los objetos y las personas que le rodean, son suyos y él puede disponer de ellos siempre que lo desee. Esta etapa, si bien es más intensa hacia los dos años de edad, puede prolongarse hasta los cuatro o cinco años.

«Compartir no es una cualidad innata del ser humano, sino una actitud y un comportamiento que forman parte del desarrollo psíquico y de la identidad del niño«, explica Fernando González Serrano, miembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (SEPYPNA). Esta actitud forma parte de lo que se llama «conciencia moral», la cual «incluye la idea de cómo nos gustaría ser», añade el especialista.

Durante la etapa del egocentrismo infantil, lo que González recomienda es procurar que el menor viva con intensidad el apego con sus padres y otros adultos, así como también con sus cosas, sin preocuparse por la idea de compartir. De esta manera, el bebé experimenta sentimientos de seguridad y autoestima que le darán fortaleza para su desarrollo posterior.

La socialización precoz, una dificultad

Una dificultad es que, a menudo, los niños asisten a la guardería y la escuela desde muy pequeños y, como consecuencia, deben atravesar allí al menos una parte de esa etapa de egocentrismo. En ese ámbito, el menor -además de no estar con su familia- tiene que empezar a lidiar con ciertos valores para los cuales todavía no está preparado. Compartir es uno de ellos.

En ocasiones, el centro escolar propone que los niños lleven un juguete, una posesión propia que les ayuda a superar la separación de la familia. En muchos casos ese juguete puede ser el llamado objeto transicional. Se trata -según la clásica definición del psicoanalista inglés Donald Winnicott- de un objeto material con el cual el pequeño desarrolla una relación de apego y que se convierte en una fuente de placer y de seguridad en momentos en que la madre (o la figura de apego principal) está ausente.

Como es normal en este periodo, los niños no quieren compartir ese juguete. Pero esto no debe ser motivo de preocupación para los mayores. No se debe temer que el pequeño vaya a ser egoísta en el futuro, ni nada por el estilo. En palabras de Fernando González Serrano, quien también es jefe del Centro de Salud Mental Infantil- Juvenil de Uribe Costa (Bizkaia), es a partir de los tres años cuando «el niño está mucho más preparado para ir asumiendo los valores sociales, aunque esto no está bien consolidado hasta los cinco o seis».

Claves para acompañar al niño en el camino del compartir

A partir de los cinco o seis años es, entonces, cuando mejor se puede acompañar al menor en el camino del aprendizaje de compartir. A continuación se enumeran algunas claves detalladas por Fernando González.

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Imagen: Wavebreakmedia
  • Aprovechar la socialización. Al pequeño le resulta más fácil compartir con las personas a quienes se siente unido: sus amigos. Luego podrá extenderlo a otras esferas, como los compañeros del colegio, los maestros y profesores, compañeros de deportes, etc.
  • Respetar el derecho del niño a no compartir. González destaca la importancia de inculcar «el concepto de responsabilidad» por las ideas, actos o comportamientos del pequeño. Es decir, que debe aceptar las consecuencias de sus acciones. Más allá de eso, «es crucial respetar que un niño no quiera compartir -apunta el especialista- como un acto de significado suyo propio, aunque en ese momento podamos dar testimonio de lo que como adultos esperamos, es decir, nuestro deseo de que comparta».
  • Enseñar que a veces los demás tampoco quieren compartir. Este hecho está muy vinculado con el anterior. Así como el pequeño a menudo no desea compartir, tiene que aprender a aceptar que, en ocasiones, el resto de los niños no querrá compartir sus objetos o juegos con él. Estas son situaciones de frustración o marginación, con una inevitable carga de sufrimiento, y a muchos padres les cuesta acompañar a sus hijos en esos momentos. Lo que hay que intentar, indica González, es «trasmitirle con serenidad que lo podrá superar y que esa superación le ayudará en el aprendizaje de la vida social».
  • Encontrar momentos de exclusividad entre padres e hijos. Esta es una forma de «recobrar», en momentos puntuales, el lugar único y no compartido que el niño tenía cuando era bebé. González propone que el cuento infantil puede trasformarse en diez minutos antes de acostarse, para conversar sobre lo que él quiera o compartir un juego tranquilo (no videojuegos). Contar con esta especie de bien propio e invaluable contribuye a que el pequeño sea más generoso en otros aspectos.
  • Educar con el ejemplo. Siempre que se habla de educar al niño, el primero y más importante de los pasos es que los adultos hagan lo mismo. Los hijos siempre quieren parecerse a sus padres: ellos son sus modelos de conducta. Si su padre y su madre comparten sus cosas, el menor recibirá las mejores lecciones para repetirlo. Y viceversa, ya que, como señala González, «los niños son muy listos para encontrar las contradicciones e incumplimientos de los adultos».
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