Entrevista

«El error con el TDAH es confundir síntomas con comportamientos»

Marino Pérez, catedrático de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos
Por E. Sánchez 18 de junio de 2020
martino perez psicologo

Les cuesta concentrarse, se muestran incapaces de controlar su conducta, son muy impulsivos, no paran en clase, pero se enteran de todo. Son algunos de los síntomas asociados al Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), uno de los más diagnosticados en niños y adolescentes, pero que su definición, origen y tratamiento no cuenta con unanimidad en la comunidad científica. Una de las voces más críticas con el sistema de diagnóstico del TDAH es Marino Pérez, catedrático de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos en la Universidad de Oviedo y autor de varios libros sobre comportamiento infantil.

Usted afirma que el TDAH no existe, puesto que no tiene entidad clínica y no existen biomarcadores específicos que permitan emitir un diagnóstico basado en criterios objetivos. ¿Por qué hay entonces tanta literatura científica al respecto y está tan diagnosticado?

Esa pregunta fue precisamente la que me llevó a escribir el libro ‘Más Aristóteles y menos Concerta’, donde analizo la ciencia en la que se basa el TDAH. Se trata de un análisis meta-científico sobre los supuestos a menudo implícitos de la propia ciencia, que muestra puntos ciegos y preconcepciones. Entiendo que no todo son intereses, sino que los investigadores y clínicos hacen los diagnósticos de buena fe, convencidos de lo que observan a diario. Pero, ¿qué es lo que observan? Sin duda, comportamientos de niños, algunos de los cuales pueden cualificar para el diagnóstico. Pero todo empieza a torcerse aquí: al ver síntomas en lugar de comportamientos.

¿Podría desarrollar esta idea?

Desde el momento en el que se observan síntomas, ya está operando la preconcepción biomédica de una supuesta condición o enfermedad. Ya no se ven comportamientos de niños en relación con las situaciones en las que están y de acuerdo con su historia de aprendizaje. La visión de síntomas descontextualiza los comportamientos, reofreciéndolos como manifestaciones de una supuesta enfermedad. La reunión de unos cuantos «síntomas« sirve para establecer el diagnóstico, en realidad tautológico. Los síntomas definen el TDAH y el TDAH se define por los mismos síntomas. Es como decir que te duele la cabeza porque tienes cefalea y que tienes cefalea porque te duele la cabeza. De hecho, el diagnóstico es fácil de establecer. Lo que hacen los clínicos es legitimarlo con sus informes.

¿Qué sucede a continuación?

A partir del diagnóstico, se establece la dicotomía TDAH/no-TDAH: afectado, neurodesarrollo atípico y enfermo (en el primero de los casos) frente a no afectado, neurodesarrollo típico y normal (en el segundo). Entonces empiezan estudios buscando diferencias. Se generan miles y miles de datos genéticos y neuronales y, si es el caso, se cogen aquellos que pudieran mostrar diferencias. Sin hallar diferencias concluyentes, cantidades de casi-diferencias se toman como resultados convergentes, sugerentes de seguir investigando, según la retórica al uso. Entre tanto, tienes a un niño diagnosticado, reducido a síntomas. Los comportamientos-síntomas son ahora la mayor identificación del niño por los demás y por sí mismo. Cualidades positivas del menor, como vitalidad, curiosidad, inquietud y creatividad, quedan fuera del cuadro. Sin embargo, el diagnóstico satisface una variedad de preocupaciones, cerrando un círculo de «evidencias».

Entonces, ¿qué diría que le sucede a un niño cuando se muestra inatento, hiperactivo o impulsivo de manera prolongada?

Por lo pronto, que le interesan más otras cosas que aquellas por las que se define la situación en la que está. Dicho a la inversa: las cosas de la situación le interesan menos de lo que debieran, bien porque no tiene éxito en ellas, porque nadie espera nada de él o porque se aburre al resultarle poco desafiantes (no sería la primera vez). También puede tener que ver con su temperamento y vitalidad. Las personas, empezando por los niños, tenemos diferentes formas de vitalidad en lo que se refiere al movimiento, expresividad corporal, ritmo y contacto con las cosas. También puede tener que ver con que el niño no aprendiera a esperar, ni el autocontrol que la vida va requiriendo. La sobreestimulación del ambiente, la hiperactividad de otros y pautas desorganizadas en la vida cotidiana también pueden contribuir. Estas posibilidades no se excluyen unas a otras, sino que pueden ir juntas, pero ninguna de ellas ni su interacción es una enfermedad.

Se afirma que los niños con TDAH tienen un problema de neurodesarrollo o un desarrollo cerebral más lento. ¿Por qué estaría tan extendida esta creencia si, como usted asegura, no está probada?

Por dos razones relacionadas. Una, porque la sociedad hoy prefiere explicar los problemas en términos de enfermedad individual, en vez de revisar las formas de vida. Otra, por el atractivo que tiene la neurociencia en explicar todos los asuntos humanos, siendo el cerebro y la genética los «culpables» perfectos, porque así nadie es responsable de nada. No se repara lo suficiente en que la mayoría de los niños diagnosticados de TDAH suelen tener entre medio año y casi un año menos que los demás de su clase.

¿Qué papel juegan el ‘Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales’, la guía que marca la pauta, y la industria farmacéutica?

Los sistemas diagnósticos son la fuente legitimadora sobre los que se reconocen enfermedades, se aprueban los medicamentos, se establecen subvenciones y se justifican las ayudas. La industria farmacéutica es la más beneficiada de que existan diagnósticos como el TDAH. Entiendo que el diagnóstico es un requisito para recibir ayudas, lo que es lamentable. Sin embargo, no es buena idea porque, no nos engañemos, técnicamente significa que quien lo recibe tiene un trastorno mental, y puede que ?gure en en el historial de uno, amén del estigma que suele implicar.

¿Cómo sería deseable actuar para beneficiar a los menores?

De acuerdo con el psiquiatra infantil británico Sami Timimi, se pueden ofrecer ayudas sin necesidad de diagnóstico, a nivel del problema mismo presentado en el contexto escolar y familiar. Las ayudas psicológicas, aun cuando se denominen terapias, no necesitan el diagnóstico, porque analizan el problema concreto en términos comportamentales y de las necesidades del niño, sin patologizarlo.

Si una familia tiene un hijo con los rasgos o comportamientos que se le atribuyen al TDAH y está preocupada porque genera conflictos en el ámbito doméstico o el académico, ¿cómo le recomendaría actuar?

Recomendaría buscar una ayuda psicológica en términos de análisis y modificación de conducta. Este enfoque, que no necesita diagnóstico, analiza los problemas concretos, establece un plan para el desarrollo de los repertorios convenientes (autocontrol, etc.), potencia aspectos deficitarios (habilidades sociales, rendimiento escolar, etc.) que pueda tener el niño y da pautas a los padres y profesores para crear un contexto de cambio.

¿Deberían los padres o profesores acudir a algún tipo de profesional?

Siempre está bien ir al pediatra, el neurólogo, el psiquiatra o el psicólogo infantil con miras a descartar si el niño tiene alguna condición propiamente clínica que explique los comportamientos que preocupan. Si tiene alguna condición, ésta nunca sería el TDAH como algo en sí, de acuerdo con neurólogos que cito en mi libro. Para los problemas que se suelen definir como TDAH, recomendaría un psicólogo conductual. Los propios padres podrían pedir expresamente ayudas conductuales para el niño y para ellos mismos en sus relaciones con él.

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