📌 Ya estamos en WhatsApp y Telegram. ¡Entra y síguenos!
A qué hora cenan los menores
En España desayunamos pronto, a la misma hora que en el resto de Europa. En cambio, retrasamos los horarios de la comida y la cena, por lo menos, hasta las 14:00 y las 21:00 horas, respectivamente: en torno a una hora más tarde que los países vecinos.
Estos hábitos de los adultos se trasladan en muchos casos a los niños, niñas y adolescentes que, según los pediatras, deberían romper el ayuno 10-12 horas después de cenar, comer antes de las 14:00 horas y hacer la última comida del día antes de las 21:00 horas. Debido a esta ruptura de la rutina infantil más idónea, sus clásicos almuerzos en el recreo o la merienda a media tarde tienen todavía más sentido.
Así, a veces se saltan el desayuno porque no tienen ganas ni tiempo, las jornadas continuas en los colegios demoran la hora de la comida, y la cena rara vez se realiza sobre las 20:00 horas. Las largas jornadas laborales de sus progenitores, sus numerosas actividades extraescolares y la recomendable práctica de hacer al menos una comida en familia les llevan a cenar tarde.
Precisamente en esta costumbre tan española han querido ahondar investigadores de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), en si el hábito de cenar tarde está pasando factura a nuestros hijos. Y no porque les haga pasar mala noche.
Crononutrición infantil
En el objetivo de su trabajo científico entra en juego la crononutrición. Este campo emergente de la cronobiología estudia la interacción entre la alimentación, la nutrición y los ritmos circadianos (nuestro reloj interno), es decir, analiza cómo el momento del día en el que se ingieren los alimentos afecta al metabolismo y la salud.

Cada vez hay más investigaciones que buscan la relación entre el «cuándo» se come y las enfermedades metabólicas, esas que afectan al metabolismo del cuerpo y la capacidad para descomponer los alimentos, y entre las que están la obesidad, la diabetes tipo 2, el hipotiroidismo o la hipertensión arterial. Pero hay pocos trabajos en el ámbito infantil, y se reconoce que debe investigarse más.
De ellos, destacan los realizados por la experta en crononutrición Marta Garaulet, del Equipo de Investigación en Obesidad de la Universidad de Murcia. Ya en 2020 lideró un estudio publicado en Nutrients con escolares de entre 8 y 12 años, en el que vieron que aquellos chavales que cenaban después de las 20:45 horas presentaban el doble de obesidad que los que lo hacían antes. Además, demostraron que la inflamación en ellos era 1,8 veces mayor, lo que influye en valores más altos de la proteína C Reactiva (PCR), un marcador de riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares en el futuro.
Y en otra investigación con los mismos peques hallaron que el cronotipo vespertino en esos menores (más activo y productivo por la tarde-noche) estaba asociado a un mayor IMC (índice de masa corporal) y riesgo metabólico (valores más altos de insulina, glucosa, triglicéridos y colesterol).
Horarios de desayuno y cena y metabolismo infantil
Ahora, un grupo de investigadores del proyecto VALORNUT de la UCM se ha centrado en ver el impacto de los horarios de alimentación en 880 escolares de entre 8 y 13 años de cinco provincias españolas: A Coruña, Barcelona, Madrid, Sevilla y Valencia.
Para este estudio observacional se recurrió a encuestas que fueron respondidas por los padres y madres de los estudiantes y a evaluaciones realizadas en las escuelas. Con ellas se recogieron datos sobre horarios de comida, composición y calidad de la dieta, parámetros bioquímicos (niveles de glucosa, insulina, colesterol, triglicéridos) y medidas antropométricas (peso, altura, circunferencia de la cintura, pliegues corporales y composición corporal).
Los autores evaluaron los efectos de desayunos y cenas tardías, y de ventana alimentaria prolongada sobre la calidad de la dieta y el perfil metabólico. ¿Y qué significa cada uno de estos conceptos de tiempo? Los definieron del siguiente modo:
- Desayuno tardío: se toma después de las 8:53 horas.
- Cena tardía: se produce a partir de las 21:10 horas.
- Ventana de alimentación prolongada: más de 12 horas entre la primera comida del día y la última.
👉 Los resultados del estudio

No se encontró una relación directa entre esos horarios y mayores índices de obesidad infantil, pero sí se registraron marcadores metabólicos alterados. Los niños y niñas que desayunaban tarde tenían niveles más bajos de glucosa y colesterol LDL (“colesterol malo”), mientras que mostraban niveles más altos de colesterol HDL (“colesterol bueno”).
También una ventana de alimentación de más de 12 horas se asoció con valores menos favorables de glucosa y colesterol, además de mayores índices de aterogénicos (indicadores para medir el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares a largo plazo).
Por último, se vio que tanto desayunar como cenar tarde se relacionaban con una peor calidad global de la dieta. Menos planificación y más improvisación a la hora de preparar el desayuno y la cena afectan a esa calidad nutricional.
Y un dato curioso: el 60 % de los escolares con ventanas alimentarias prolongadas cenaban tarde y, además, dormían menos horas. Esta falta de sueño en los menores podría agravar el impacto metabólico. Se sabe, por ejemplo, que descansar poco por la noche se vincula a la aparición de enfermedades cardiovasculares, perfil lipídico aterogénico y calcificaciones en las arterias coronarias, además de repercutir en su salud física y mental del menor.
👉 La conclusión del estudio
Por todo ello, los autores de este estudio confirman que no basta con que los peques coman de forma saludable; también es importante que lo hagan a ciertas horas. Entonces, ¿su recomendación para mejorar la salud metabólica infantil? Adelantar el horario en el que se realiza la cena y acortar la ventana de alimentación diaria, es decir, que todas las comidas se concentren en un período de menos de 12 horas.
“Aunque se trata de un estudio de asociación, puede ser relevante considerar el horario de las comidas como una estrategia de salud preventiva en el desarrollo de futuras guías dietéticas, especialmente en países como España con hábitos de cena tardía”, afirman en sus conclusiones. De esta manera, si se quiere frenar la obesidad infantil, los investigadores sostienen que el “cuándo” debe ocupar un lugar tan significativo como el “qué” y el “cuánto”.
Y no solo eso. También proponen que se siga investigando, pero incorporando variables como el cronotipo (si el niño es más activo por la mañana o por la noche), la duración de las comidas o los niveles de melatonina, para entender mejor cómo el reloj interno influye en nuestra salud desde la infancia.


