Preparan en Canarias un sistema para evitar que los buques de pasajeros colisionen con los cetáceos

Unos 120 barcos cruzan cada día un "corredor" en el que habitan las colonias de cachalotes hembras
Por EROSKI Consumer 29 de noviembre de 2002

En 1992, un ferry rápido de la compañía Trasmediterránea que cubría la ruta entre Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria chocó a gran velocidad contra un cachalote. A consecuencia del violento impacto, falleció un pasajero y el buque sufrió daños de importancia. Unos meses antes, en el verano de 1991, otro ferry de la misma firma, que transportaba a 138 pasajeros, partió en dos con sus patines de acero a un cachalote de seis metros de longitud a sólo cinco millas del puerto de Tenerife: hubo siete heridos.

«El accidente de 1992, el quinto de importancia en esos años, llevó a la compañía a investigar por qué ocurrían las colisiones. Entonces empezamos a estudiar la población de cetáceos en Canarias», explica el ingeniero y bioquímico Michel André. Para su sorpresa, encontraron que 27 especies distintas de cetáceos habitaban de forma habitual en aguas canarias. «Lo más sorprendente -recuerda André- fue encontrar una población estable de cachalotes de unos 300 individuos».

Un cachalote hembra puede medir 12 metros y pesar 40.000 kilos; los machos alcanzan los 20 metros y las 80 toneladas de peso. Capaces de pasar una hora en inmersión y de descender hasta los 3.000 metros de profundidad en busca de calamares y pulpos, los cachalotes necesitan de diez a quince minutos para recuperarse en superficie de sus inmersiones profundas. «Esos son los momentos en que suelen producirse las colisiones. Las quillas afiladas de los buques modernos pueden herir a los cachalotes cuando emergen bruscamente para respirar después de alimentarse», explica André. Cada día un promedio de 120 buques entran y salen de los dos puertos canarios y usan para sus desplazamientos el «corredor» en el que habitan las colonias de cachalotes hembras. Algunos buques navegan a 45 nudos, casi 85 kilómetros por hora.

Un equipo de la Universidad de Veterinaria estableció que las colisiones podrían deberse a una pérdida de capacidad auditiva de los cetáceos. Una hipótesis que confirmaron las autopsias de las víctimas: «Su oído es ya incapaz de captar los sonidos de baja frecuencia que emiten los buques y no pueden esquivarlos», subraya André. La conclusión es que, sometidos al ruido del incesante tráfico marítimo de la zona, los cachalotes habrían sufrido «pérdidas irreversibles de audición por una contaminación acústica excesiva», se lamenta Michel André.

Las soluciones planteadas por los expertos pasan por «avisar» a los cetáceos con sonidos que ellos pudieran entender. Dentro del cráneo de los cachalotes existe un sofisticado centro de comunicaciones que capta los intensos «clics» -«semejantes al sonido de castañuelas»- que componen su «lenguaje». André detectó y grabó los sonidos que significaban peligro para el grupo. «Al principio, cuando lo oían entraban en pánico y escapaban. Pero más tarde se acostumbraron y dejaron de reaccionar e ignoraban las señales de alarma», confía.

Fue entonces cuando se les ocurrió poner a punto el Sistema Anti Colisión de Ballenas. La idea consiste en sumergir boyas sonoras que no interfieran en la comunicación de los distintos cetáceos. Estas boyas, fijadas en el fondo marino a 50 metros de profundidad, contienen micrófonos sumergidos y sensores capaces de detectar a los cetáceos por los sonidos que emiten. Esas señales acústicas son enviadas a un laboratorio en tierra donde se analiza y se localiza a los individuos. La información es remitida por Internet hasta el puesto de gobierno de los barcos. Allí, y en una pantalla de vídeo en tres dimensiones, los capitanes visualizan los «obstáculos» y pueden alterar sus rumbos, siempre de forma mínima, para evitar las colisiones.

Los cetáceos que permanecen en silencio también se detectan porque su presencia «interfiere» en la difusión del ruido ambiental como oleaje, lluvia, sonido de motores o «voces» de otros cetáceos, permitiendo su localización. «Es como crear una autopista acústica que funciona 24 horas al día. Es el primer sistema que combina el interés de los cetáceos con los del hombre», explica el biólogo marino, que se afana en estos momentos en construir el primer prototipo del sistema, que cuesta 300.000 euros. Lo peor de los accidentes que sufren los cachalotes, explica Michel André, es que las víctimas suelen ser hembras que amamantan. Días después de una colisión con un barco no es raro descubrir en las costas el cadáver de una cría de cachalote «muerta de hambre». Las hembras, que viven juntas en pequeños grupos, dan a luz una cría cada 4 ó 6 años.

El problema que trata de combatir André en Canarias afecta también a las poblaciones de mamíferos marinos asentados en el Estrecho de Gibraltar: orcas, cachalotes, calderones comunes, delfines listados, mulares y comunes y rorcuales comunes. «El tráfico de ferrys y fast ferrys, que alcanzan los 35 nudos de velocidad, es tan grande que las posibilidades de impacto son muy altas. El 5 de septiembre vimos una de esas colisiones», explica Renaud De Stephanis, un licenciado en Ciencias del Mar que investiga en el Estrecho. «Tratamos de alertar al ferry desde el barco en que observábamos al cachalote… Pero el cetáceo murió una hora después del impacto».

La zona es recorrida por los buques que conectan Tánger, Ceuta y Algeciras. «Además de la contaminación acústica, la zona está muy afectada por los derrames de crudo y por la limpieza de alcantarillas», señala De Stephanis. «Hay que tomar medidas para evitar las colisiones», subraya. En Canarias, apunta André, se registran de 6 a 10 accidentes cada año.

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