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Las cifras sobre obesidad en todo el mundo reflejan una tendencia alarmante: desde 1990, la obesidad en adultos se ha duplicado, mientras que en niños y adolescentes se ha cuadruplicado en poco más de tres décadas. Y las proyecciones para el futuro no tranquilizan: según el Atlas Mundial de la Obesidad 2023, para 2035 más del 51 % de la población mundial —más de 4.000 millones de personas— tendrá sobrepeso u obesidad; de estos, uno de cada cuatro será obeso.
Este aumento de la obesidad no se debe únicamente a hábitos individuales, sino también a factores ambientales que favorecen su desarrollo. Cuando estos factores se combinan dentro de una comunidad, las probabilidades de desarrollar obesidad aumentan de forma considerable, y de manera especial en el caso de niños y adolescentes.
¿Qué es un entorno obesogénico?
El término obesogénico fue acuñado en 1999 por el profesor Boyd Swinburn, catedrático de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda) y uno de los principales referentes mundiales en el estudio de la obesidad. Asesor de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Swinburn definió los entornos obesogénicos como “la suma de influencias que el entorno, las oportunidades o las condiciones de vida tienen en el fomento de la obesidad en individuos o poblaciones».

En la práctica, un entorno obesogénico surge cuando varios factores convergen para favorecer el aumento de peso y dificultar la adopción de estilos de vida saludables. Estos ambientes moldean los hábitos alimenticios y físicos de comunidades enteras, elevando de forma sostenida las tasas de sobrepeso y obesidad, sobre todo entre niños, niñas y adolescentes.
Entre los principales factores que conforman estos entornos obesogénicos destacan los siguientes:
- Acceso fácil, barato y frecuente a comida rápida, productos ultraprocesados y bebidas azucaradas.
- Exposición constante a la publicidad de estos productos en medios de comunicación y redes sociales, especialmente en espacios dirigidos al público infantil y adolescente.
- Sedentarismo, favorecido por el exceso de tiempo frente a pantallas (teléfonos móviles, televisión, videojuegos).
- Trastornos del sueño y altos niveles de estrés, que afectan tanto al metabolismo como a las decisiones alimentarias.
- Falta de espacios adecuados para la actividad física, en especial al aire libre.
¿Cómo afectan los entornos obesogénicos a nuestra salud física y emocional?
Los entornos obesogénicos afectan a nuestra salud al dificultar el acceso a una alimentación equilibrada y promover hábitos poco saludables. Su impacto va más allá de la dieta; «también moldean nuestra forma de vivir: cómo nos movemos, cómo nos sentimos…», señala la doctora Daniela Silva, especialista en Medicina Interna y e-health medical manager de Cigna Healthcare España.

Estas son las principales consecuencias de vivir en un entorno obesogénico:
🔸 Mayor riesgo de desarrollar enfermedades crónicas
El consumo excesivo de alimentos ultraprocesados, hipercalóricos y ricos en grasas saturadas, azúcares y sal aumenta de forma significativa el riesgo de sobrepeso y obesidad. La obesidad está relacionada con un estado de inflamación crónica de bajo grado, un condicionante que incrementa la probabilidad de desarrollar enfermedades cardiovasculares, trastornos del sistema inmune y afecciones endocrinas. Esto se traduce en un mayor riesgo de hipertensión, diabetes tipo 2, arterioesclerosis e, incluso, distintos tipos de cáncer.
🔸 Problemas de sueño
La combinación de una alimentación poco saludable y un estilo de vida sedentario altera los ritmos naturales del cuerpo, incluidos los ciclos circadianos. Este desequilibrio puede afectar a la producción de melatonina, la hormona encargada del sueño, así como de otros neurotransmisores importantes para un descanso reparador. Como resultado, aumentan los episodios de insomnio y disminuye la calidad del sueño.
🔸 Fatiga crónica
Una alimentación desequilibrada contribuye a una sensación de agotamiento constante. La falta de nutrientes esenciales y los picos de glucosa, provocados por el consumo excesivo de azúcares, afectan a los niveles de energía del cuerpo, ya que reduce la vitalidad y dificulta el rendimiento físico y mental.
🔸 Desarrollo de trastornos mentales
Una alimentación basada en ultraprocesados, con altos niveles de grasas trans y azúcar, puede alterar los neurotransmisores responsables de regular el estado de ánimo y las emociones. Además, su impacto negativo en la microbiota intestinal —clave en la salud mental— está asociado con un mayor riesgo de padecer ansiedad y depresión. Por otro lado, la inflamación crónica generada por estos alimentos contribuye a un desequilibrio neurológico que afecta al bienestar emocional.
🔸 Aumento de la obesidad infantil
Los niños son muy vulnerables a los entornos obesogénicos, ya que están expuestos de forma constante a alimentos poco saludables que, gracias a la publicidad, se perciben como altamente atractivos. Además, el estilo de vida acelerado y los entornos urbanos favorecen el consumo de comida rápida y limitan los espacios para la actividad física. Esto contribuye a un estilo de vida cada vez más sedentario, con mayor tiempo frente a las pantallas, lo que, a su vez, favorece el aumento de peso y el desarrollo de enfermedades metabólicas desde edades tempranas.
¿Cómo combatir los entornos obesogénicos?
Acabar con los entornos obesogénicos exige una estrategia coordinada entre gobiernos, sociedad civil y comunidades locales. “No se trata de responsabilizar al individuo, sino de repensar el entorno en el que tomamos nuestras decisiones diarias. Desde la promoción de la educación nutricional hasta la mejora del acceso a espacios para el ejercicio, necesitamos un enfoque más integral que combine hábitos, contexto y conciencia colectiva”, recalca la doctora Silva.

🔹 Educación y concienciación
Promover el conocimiento sobre los beneficios de una alimentación saludable, la práctica regular de ejercicio y los efectos de los entornos obesogénicos empodera a las personas para tomar decisiones informadas.
🔹 Entornos laborales y escolares más saludables
Tanto empresas como colegios tienen la oportunidad de implementar políticas de bienestar que promuevan hábitos saludables. Esto incluye ofrecer menús equilibrados, fomentar pausas activas y crear espacios dedicados a la movilidad. Además, reducir el tiempo frente a pantallas es crucial para prevenir el sedentarismo y mejorar el bienestar general.
🔹 Espacios para el ejercicio físico
Las poblaciones —especialmente las grandes ciudades— deben contar con parques, ciclovías, carriles bici, plazas y áreas deportivas que sean accesibles, seguras y bien distribuidas. Fomentar la movilidad activa, como caminar o andar en bicicleta, no solo mejora la salud física, sino que también tiene un impacto positivo en el bienestar mental, reduciendo el estrés y promoviendo una vida más equilibrada.
🔹 Regulación y compromiso institucional
Los gobiernos desempeñan un papel crucial en la creación de entornos más saludables. Esto implica regular la publicidad de alimentos ultraprocesados, especialmente aquella dirigida a niños, gravar productos con bajo valor nutricional, promover el acceso a alimentos frescos y asegurar que haya opciones saludables disponibles en escuelas, hospitales y edificios públicos.