La jubilación puede llegar a convertirse en un trauma para muchos trabajadores

Algunos ven en el retiro un indulto y otros un despido indeseado que les despoja de compañías y horizontes
Por EROSKI Consumer 15 de mayo de 2002

La mayoría de las veces la jubilación es presentada como un momento muy esperado por el trabajador para poder liberarse por fin de sus obligaciones y disponer del tiempo que no tuvo en su momento para el cultivo de sus aficiones. Sin embargo, en un gran número de casos, lejos de traer el júbilo, acaba siendo un corte traumático que crea desajustes, inadaptaciones y estados de malestar.

Sólo quienes trabajan en condiciones duras, mal pagados y ejerciendo actividades ingratas viven la jubilación como un indulto benéfico. Al resto se le presenta en la forma de un despido indeseado que les arroja a la condición de inútiles sociales y les despoja de compañías, horizontes, satisfacciones e incluso de parte de la recompensa económica que les servía de sustento. A cambio conquistan tiempo, pero muchos no saben en qué ocuparlo. Supuestamente ganan también libertad, pero carecen de hábitos y de recursos para emplearla.

Con razón o sin ella, el jubilado suele vivir el término de su ciclo laboral como el comienzo real de la vejez. Poco importa que tenga buena salud y esté en condiciones de realizar actividades físicas e intelectuales con plenas facultades. Al diagnóstico subjetivo del propio estado se le superpone el decreto social de su caducidad: desterrado del trabajo, queda marcado con el signo de la inutilidad. Mientras trabaja, el individuo ve la vejez como algo que «ya llegará», pero en el momento de la jubilación ese futuro se convierte en un repentino presente sin retorno. El peso de palabras como «jubilado» o «pensionista» le supone una especie de estigma de «muerte civil» contra el que poco vale la evidencia de su buen estado.

Interés empresarial

La edad de jubilación, sin embargo, ya no está relacionada con la edad de la decrepitud. Exceptuando los casos de enfermedad o incapacidad, el retiro laboral es una convención fijada por el mundo productivo con el fin de reponer mano de obra e incorporar nuevas cohortes al mercado de trabajo. Si por término medio ese relevo viene fijado a los 65 años es debido a las estadísticas y los intereses empresariales, más que a la constatación científica de que en ese punto comience el declive de la persona. Antes al contrario, si las jubilaciones sólo se rigieran por criterios de capacidad, en muchos casos habría octogenarios eficientes en las oficinas: pues por una parte ha aumentado la esperanza de vida activa de la población y por otra la mayoría de los trabajos ya no comportan altas cargas físicas.

No hay motivo real, pues, para sentirse viejo por el hecho de llegar a la jubilación. Las depresiones del jubilado -cada vez más abundantes, según los estudios médicos- resultan principalmente de la falta de preparación para el nuevo estado y a la inadaptación al estilo de vida que éste conlleva. Por eso son más infrecuentes entre personas creativas que en las de carácter pasivo. Los especialistas recomiendan el cultivo de aficiones y hobbies, la participación en proyectos de colaboración y ayuda social, la práctica de ejercicio físico, la lectura o los viajes como fórmulas preventivas para superar la sensación de inutilidad. Pero a menudo estas actividades se le antojan al jubilado sucedáneos engañosos del trabajo o simples modos de matar el tiempo.

Es preferible que la persona jubilada asuma su nueva etapa como un derecho al descanso bien ganado y que, a partir de ahí, vaya llenando paulatinamente su vida diaria de ocupaciones escogidas libremente, sin ninguna presión interior ni exterior. No existe, pues, una receta válida para todos. En unos casos lo más gratificante será practicar tareas similares a las realizadas en su antigua profesión, si bien orientándolas hacia el placer de la obra bien hecha en vez de buscar la remuneración y la rentabilidad inmediata. En otros lo conveniente será lo contrario: iniciarse en estudios, habilidades o aficiones que le permitan descubrir nuevos intereses.

Pero los informes sobre la materia coinciden en encontrar mayores índices de satisfacción en las actividades que concilien el interés personal con cierto grado de reconocimiento social, como son las practicadas en grupos cooperativos de jubilados que emprenden proyectos basados en el aprovechamiento de sus destrezas, y en especial si se orientan a la enseñanza y el asesoramiento de personas más jóvenes. Toda persona madura transporta, a veces sin saberlo, un considerable bagaje vital del que puede sacar un enorme provecho para sí misma y para los demás.

Transición gradual

A veces las políticas de bienestar social destinadas a los jubilados pecan de un excesivo paternalismo que acentúa la sensación de inutilidad de sus supuestos beneficiarios. Sucedía con los «club de jubilados» donde, bajo el pretexto de entretener a los socios, se les conminaba a jugar a la baraja o a ver la televisión encerrados en guetos caritativos, y sucede ahora con la sobrecarga de ofertas turísticas o asociativas que los convierten en consumidores de segunda fila a la vez que subrayan su condición de ex trabajadores.

La nueva vía propuesta por los especialistas hace mayor hincapié en fórmulas que favorezcan la transición gradual de un modo de vida a otro sin pautas preestablecidas.

Se trataría de desmitificar la dimensión productiva del trabajo, en primer lugar, para que su pérdida no supusiera un quebranto anímico. Y a partir de ahí, de fomentar una especie de reinserción voluntaria, creativa y enriquecedora en la esfera del hogar, del ocio, de la actividad intelectual o artística, de la cooperación, acomodando las elecciones a los intereses y capacidades del jubilado. La vivencia del retiro no debe ser la de la resignación ni la del conformismo.

Ciertamente no todo depende de la buena gestión de la propia actividad. El salto a la jubilación sigue siendo brusco y de efectos imprevisibles que dependen de múltiples factores, desde el nivel sociocultural hasta la situación económica. Y son también diferentes las respuestas observadas en hombres y mujeres, en operarios y ejecutivos, en trabajadores manuales e intelectuales.

Pero, si desvinculamos la jubilación de la vejez y levantamos nuevos puentes entre las etapas vitales de trabajo y retiro, sin sobreestimar ni infravalorar ninguna de ellas, la jubilación empezará a dejar de vivirse como una derrota.

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