Entrevista

Óscar Vilarroya, director de la Cátedra del Cerebro Social de la UAB

«El miedo puede ser una vacuna contra el propio miedo»
Por Clara Bassi 29 de octubre de 2007
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Imagen: Daniel Lobo

El miedo es una emoción natural del ser humano que tiene dos caras. Una buena porque prepara al organismo para escapar o afrontar un peligro. Y una mala cuando esta emoción se mantiene de forma continuada. Este es el caso de las enfermedades relacionadas con el temor, como la angustia o las fobias. La buena noticia para las personas que sufren estas patologías es que existen buenos tratamientos farmacológicos y de psicoterapia para superarlas. Es más, pasar cierto miedo puede ser una vacuna terapéutica frente al propio miedo, explica Óscar Vilarroya, doctor en Ciencia Cognitiva y director de la Cátedra del Cerebro Social de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Esta Cátedra ha organizado el taller ‘Las dos caras del miedo’ en el Festival de Cine Internacional de Cataluña, en Sitges (Barcelona).

¿Por qué tenemos miedo?

El miedo es una emoción que compartimos con muchos animales, sobre todo con los mamíferos. Apareció, dentro de la historia evolutiva, en antepasados nuestros lejanos. Tiene el valor de la supervivencia, de reaccionar de forma adecuada ante el peligro. Esta emoción detiene todos los procesos innecesarios del organismo, como el de la digestión, la reproducción y las defensas. Y pone en marcha todos los procesos necesarios para huir o luchar frente al peligro.

¿Cuáles son esos procesos necesarios para afrontar el peligro?

El miedo aumenta el riego sanguíneo en los músculos y la frecuencia cardiaca; abre los bronquios para que haya más capacidad pulmonar; aumenta el nivel de glucosa, que está acumulada en diversos depósitos del organismo y la dispone en la sangre para aportar a los músculos la energía necesaria para reaccionar; segrega endorfinas (opiáceos internos), para que no suframos dolor y podamos huir del dolor físico, o no sentirlo. El miedo despierta todos estos procesos que nos permiten sobrevivir en situaciones de peligro. Nosotros los hemos heredado de nuestros antepasados que tenían miedo. Los que no lo tenían desaparecieron y no hemos heredado nada de ellos.

¿Qué tiene de bueno y de malo esta herencia?

«Hay una predisposición genética a sufrir miedo patológico, aunque también influyen factores externos»

Tiene de bueno que en una situación moderna de peligro nos permite huir de forma adecuada. Pero tiene de malo que es un mecanismo para actuar de forma muy rápida, muy poco fino, y que puede ser negativo si se dispara demasiado. Siempre existe un nivel óptimo de respuesta para que no haya bloqueos y el sistema no quede paralizado o no se pase de largo, lo que puede provocar situaciones muy estresantes e, incluso, la muerte. Hay una muerte documentada científicamente, la muerte del Vudú. Es la de la persona que sabe que le han hecho Vudú y que sufre tantas horas y tantos días que acaba sucumbiendo y muere por estrés continuado. El exceso continuado de miedo puede conducir a la angustia, el ataque de pánico, el trastorno obsesivo compulsivo y las fobias, que son las llamadas enfermedades del miedo.

¿Estos mecanismos son los mismos en el caso del miedo de ‘sustos’ que del miedo continuado?

El miedo puede ser debido efectivamente a un susto. Pero también puede presentarse en períodos cortos o de forma sostenida a lo largo del tiempo. Cuando el miedo es continuo se activa el mismo mecanismo que cuando es por periodos cortos. Se mantiene porque el cuerpo siente la amenaza del peligro; la frecuencia cardiaca es alta y la presión arterial es alta. Cuando la sensación de amenaza es continuada, el organismo lo paga. El miedo está para evitar situaciones nocivas, pero mantenido resulta patológico por naturaleza. Las fobias también lo son, pero no se deben a un miedo mantenido, sino localizado, que se asocia a estímulos concretos frente a los cuales se tiene una respuesta exagerada.

¿Hay diferencias entre hombres y mujeres en la forma de experimentar el miedo?

Las diferencias entre hombres y mujeres no se manifiestan en situaciones normales. Pero sí que hay diferencias en la frecuencia de los miedos patológicos. Las mujeres sufren más de ansiedad, mientras que los hombres padecen más de trastorno obsesivo compulsivo. Pero los innatos son similares en ambos. Me refiero a miedos a fenómenos clásicos como la oscuridad, las alturas y los sociales como el miedo al rechazo en el entorno social o a la incertidumbre.

¿Actualmente existen buenos tratamientos para superar los miedos patológicos?

Sí, dentro de las patologías psiquiátricas, estas enfermedades tienen buenos tratamientos farmacológicos y de psicoterapia. Han mejorado mucho en los últimos 30 años.

¿Tiene que existir un detonante que dispare el miedo patológico o hay personas más proclives a tenerlos por una base genética?

Sí, hay una predisposición genética, pero también tienen que darse los estímulos adecuados para generar miedo. La persona con esta predisposición, si vive en un convento de monjes budistas, probablemente no lo desarrollará, pero en una sociedad abierta, donde hay muchos estímulos, es probable que lo desarrolle más fácilmente. Aunque depende de cada persona, los estímulos pueden despertar angustia, ataques de pánico y fobias concretas.

Esta pregunta tiene que ver con el taller de miedo que ustedes han celebrado en Sitges, con motivo del Festival de Cine. ¿Es bueno pasar miedo y ver películas de miedo?

Nosotros somos seres que aprendemos a gestionar las cosas de la vida. Tenemos un aprendizaje de las relaciones sociales y de las tareas. Del mismo modo, gestionamos las emociones y realizamos un aprendizaje de forma inconsciente desde pequeños. Aprender a gestionar los miedos es parecido. Es como dos lobeznos que juegan simulando una pelea que luego puede darse en una situación real. Ir a ver películas de miedo nos ayuda a aprender a gestionarlos en un entorno controlado, entretenido, donde lo pasamos bien, aprendemos a gestionarlos, sentirlos e identificarlos.

Entonces, ¿pasar miedo puede ser una vacuna contra el propio miedo?

Sí, puede ser una vacuna. De hecho, el tratamiento de psicoterapia cognitivo-conductual de las fobias consiste en hacer una inmersión en el estímulo que provoca el miedo hasta que éste desaparece.

MIEDO A LA TECNOLOGÍA

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La sociedad moderna nos ha provisto de nuevos estímulos y situaciones con potencial para despertar nuestros miedos más ancestrales. El temor al depredador se ha transformado en el miedo a hablar en público, a hacer el ridículo, a ser rechazado o a no cumplir las expectativas sociales. Estos son algunos de los más típicos que salen a relucir en encuestas que se realizan en sociedades occidentales bien estructuradas, recuerda Óscar Vilarroya. Pero no todo acaba ahí.

A los miedos sociales hay que sumar los relacionados con las nuevas tecnologías por dos motivos: falta de capacidad de control -o incertidumbre- y desconocimiento. «Si no se controla la tecnología, ésta nos controla a nosotros», afirma el experto. Ese descontrol conduce a la ansiedad. El desconocimiento y la sensación de incapacidad para utilizarla también la producen. «Esta incapacidad genera angustia por la incapacidad de adaptarnos a los nuevos tiempos», explica Vilarroya.

Actualmente, la Cátedra del Cerebro Social de la UAB trabaja, conjuntamente con Antonio Bulbena, catedrático de Psiquiatría de la misma Universidad Autónoma y director del Instituto de Atención Psiquiátrica del Hospital del Mar, de Barcelona, para identificar los procesos cerebrales que se esconden bajo esta patología y analiza si, dentro de la esquizofrenia, hay un subtipo más asociado a los trastornos de ansiedad mediante máquinas de resonancia magnética (RM) funcional.

Las partes del cerebro que se activan -fundamentalmente la amígdala, que corresponde a la parte más primitiva del cerebro- son las mismas en sujetos que tienen miedo sanamente y los que lo sufren de forma patológica pero varían en intensidad, reactividad y se disparan antes en las personas con miedo obsesivo.

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