¿Qué es el síndrome de la cabaña?

El regreso a la normalidad no es igual de fácil para todas las personas: algunas tienen miedo a salir de casa por la posibilidad de contraer la enfermedad
Por Laura Caorsi 21 de mayo de 2020
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Imagen: Mabel Amber

El regreso a la normalidad trae consigo nuevos desafíos. Además de seguir las normas de prevención general —por ejemplo, en los espacios públicos o el transporte colectivo— y de la precaución individual con la higiene de manos, el uso de mascarillas o la distancia interpersonal, hay una tercera cuestión a la que debemos hacer frente: el temor a salir de casa por la posibilidad de sufrir un contagio por coronavirus. Hoy en día, tras más de dos meses en estado de alarma, no son pocas las personas que temen salir a la calle. En diversos espacios se habla del síndrome de la cabaña para referirse a estos casos, pero ¿existe tal síndrome? ¿Es normal sentir miedo? ¿Qué se puede hacer para remediarlo? Conversamos con una experta para despejar estas dudas.

Síndrome de la cabaña y coronavirus

El famoso síndrome de la cabaña no existe. A diferencia de otros —como el de Asperger, el de Tourette o el del estrés postraumático— no está tipificado como tal, ni reconocido por la Asociación Americana de Psicología (APA). Sin embargo, en estos días la expresión ha empezado a ganar protagonismo en las noticias, en los mensajes de WhatsApp y en las conversaciones cotidianas. La utilizamos para hablar del miedo a salir de casa en tiempos de coronavirus, un temor que es muy real y que está ligado al riesgo de contagio. Según un estudio reciente de la Universidad Europea, 7 de cada 10 personas teme contraer la enfermedad.

¿Por qué el síndrome de la cabaña no se considera como tal? Porque «no está claro su origen ni hay estudios suficientes que lo avalen», apunta la psicóloga María Martín de Pozuelo, coordinadora del centro de Terapia Estratégica en España. En su opinión, se trata más bien de una expresión para referirse al miedo a salir de casa; un temor ante el que cada persona puede reaccionar de maneras muy diversas. Del mismo modo que el confinamiento prolongado nos ha afectado de distintas maneras (nos ha generado, por ejemplo, desasosiego, tristeza, impaciencia, nerviosismo, problemas de insomnio o sensación de soledad), la vuelta a la vida normal también nos toca de una forma diferente. Y esto sucede incluso cuando la emoción de base es la misma. 

El miedo, la emoción dominante

«Quédate en casa» ha sido, y todavía es, el lema principal para hacer frente a esta pandemia. Al comienzo de la crisis sanitaria, muchas personas vivieron el confinamiento como una pérdida repentina de libertad. No obstante, con el avance de las semanas, nos hemos ido acostumbrando al encierro: el hogar se ha transformado en cobijo, en espacio protegido y en sinónimo de seguridad. Hemos pasado de la casa como prisión a la casa como refugio… justo cuando las cosas vuelven a cambiar. Ahora nos encaminamos a una cierta normalidad en la que ya es posible salir a pasear, encontrarse con los amigos y hacer algo de vida al aire libre, pero no todo el mundo lleva igual de bien salir del espacio seguro.

El miedo es la emoción dominante. «Una pandemia es algo inminente, incierto, que escapa a nuestro control y que genera impotencia. Cuando nos enfrentamos a algo de estas características, la emoción más usual es el miedo», detalla Martín de Pozuelo. Ahora bien, como apunta la psicóloga, esto no tiene por qué ser algo negativo: «Tener miedo es natural; es una emoción que contribuye a nuestra supervivencia, que nos protege». El problema surge cuando superamos cierto umbral y ese temor se vuelve incapacitante.

Y es que el miedo puede ser funcional o disfuncional. En el primer caso nos lleva, por ejemplo, a tomar ciertas medidas de precaución, a protegernos. En el segundo caso, en cambio, puede conducirnos a la limpieza compulsiva, a desarrollar actitudes obsesivas (como buscar permanentemente información sobre el coronavirus o hablar solo de ello) y, también, a no querer salir de casa por temor al contagio. «A su vez, el miedo puede ser a contagiarse uno mismo o a contagiar a los otros, con lo que las reacciones también son distintas», añade María Martín de Pozuelo.

Miedo a salir de casa: qué hacer

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Imagen: Unsplash

Las recomendaciones que nos llegan por diversos canales van desde obligarse a salir hasta recuperar viejas rutinas o apoyarse en el ejercicio físico. Sin embargo, la especialista no es muy partidaria de las recetas universales. «No es lo mismo este miedo en los niños que en los adultos. Y tampoco es igual entre personas de la misma edad. El temor depende de lo que haya vivido cada uno«, indica Martín de Pozuelo, y subraya que es preciso tener en cuenta si alguien de nuestro entorno ha enfermado o ha fallecido, si conocemos casos graves, si formamos parte de la población de riesgo o si convivimos con personas que han salido a trabajar durante las semanas más críticas. «La percepción de la realidad cambia según las experiencias individuales. En el caso de los médicos, por ejemplo, la emoción que más predomina es la rabia, el enojo con quienes salen sin protección o no respetan las medidas de seguridad, y esto sucede porque han estado expuestos a situaciones muy extremas», comenta la experta que, en estos meses, se ha unido a un proyecto de asistencia psicológica gratuita dirigido al personal sanitario.

Entonces, ¿qué podemos hacer? Lo primero, «tener presente que toda emoción es adaptativa» y que, por tanto «es posible llevarla a esa funcionalidad». Para ello, Martín de Pozuelo sugiere «dedicar un tiempo cada día a afrontar ese miedo, en lugar de evitarlo, para superarlo y convertirlo en coraje. Al miedo hay que usarlo como un recurso y no como un límite«, expone.

En este sentido, es importante darle un lugar, reconocer que existe, analizar de dónde nace e intentar afrontarlo. Empezar a salir poco a poco —por ejemplo, a tirar la basura, hasta la esquina, a dar una vuelta a la manzana— puede ser un buen punto de partida. Lo mismo que procurarse aquellas medidas que nos den seguridad: como el uso de la mascarilla, el gel hidroalcohólico y seguir un protocolo de higiene al volver a casa. Y, muy importante, evitar la búsqueda constante de información sobre el virus o estar todo el tiempo hablando sobre ello. La sobreexposición informativa no ayuda.

Si estas pequeñas estrategias no son suficientes, María Martín de Pozuelo recomienda consultar con un profesional. «En estas semanas se ha hablado mucho de ansiedad, pero realmente lo que predomina es la angustia. Para algunas personas, la sensación de derrota es muy grande. Y esto, cuando se mantiene en el tiempo, puede conducirnos a una depresión», advierte. Al respecto, cabe recordar que el Ministerio de Sanidad y el Consejo General de Psicólogos han activado unos teléfonos de apoyo para la población afectada:

  • El 91 700 79 88 para la población en general con dificultades derivadas del estado de alerta.
  • El 91 700 79 89 para familiares de personas enfermas o fallecidas como consecuencia del coronavirus.
  • El 91 700 79 90 para profesionales con intervención directa en la gestión de la pandemia como sanitarios, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o Policía Local, entre otros.

Además, en cuanto al personal sanitario, el Ministerio de Sanidad, la Fundación Bancaria La Caixa y la Fundación Galatea han puesto en marcha un servicio de apoyo psicológico al cual pueden acceder a través del teléfono gratuito 900 670 777, todos los  días de la semana, entre las 9:00 y las 22:00 horas.

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