Bioterrorismo en la sopa

Los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York levantaron el temor de que los alimentos se usaran como agentes de transmisión de enfermedades
Por Xavier Pujol Gebellí 12 de septiembre de 2002

La obsesión por la seguridad que viven los Estados Unidos a raíz de los atentados del 11-S ha llevado a las autoridades sanitarias a extremar las precauciones en todos los procesos que conforman la cadena alimentaria. El temor a que los alimentos puedan ser usados como agente de transmisión de enfermedades ha propiciado modificaciones legales ante las que distintas organizaciones ya han expresado su rechazo.

Los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York o el Pentágono, en Washington, motivaron como respuesta inmediata la revisión de las medidas de seguridad en Estados Unidos. No sólo se activaron planes específicos de control en los aeropuertos o aduanas, sino que también, como se ha sabido estos días, se han redefinido protocolos informáticos y se han puesto en marcha actuaciones restrictivas para frenar la entrada de mercancías sospechosas.

El cierre o el filtro escrupuloso en las fronteras, no obstante, no parece haber sido suficiente a ojos de las autoridades sanitarias norteamericanas. Inmediatamente después de los atentados, en octubre de 2001, se anunciaron normas complementarias para prevenir la introducción de sustancias tóxicas en la cadena alimentaria humana. Los Institutos Nacionales de Salud (NIH), el Departamento de Defensa (DOE) y el Centro de Control de Enfermedades (CDC, en Atlanta), además de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) y la todopoderosa Agencia de Alimentos y Medicamentos (FDA), trabajaron coordinadamente para poner a punto una serie de indicaciones ante las que organizaciones de productores norteamericanos ya han expresado su rechazo. La escrupulosidad de las medidas derivadas de la ley aprobada el pasado mes de junio ha chocado con los intereses de productores y distribuidores de alimentos perecederos. El seguimiento estricto de la norma, argumentan, puede poner en peligro el normal desarrollo de su actividad.

La ley, cuyo reglamento se desarrolla en el Acta contra Bioterrorismo de 17 de julio, destaca la necesidad de «reforzar la seguridad» del abastecimiento de alimentos. Para ello, incorpora cinco capítulos de obligado cumplimiento para «productores de alimentos, procesadores, transportistas y detallistas», además de importadores o responsables de almacenes. Los distintos capítulos se expresan en forma de «guías voluntarias» y ofrecen distintas estrategias para prevenir la entrada masiva de sustancias tóxicas a través de los alimentos.

Control en origen

Entre otras medidas, el acta contra bioterrorismo exige el registro de cualquier instalación, entre las que se cuentan factorías, almacenes o grandes centros de comercialización y distribución, de sus actividades y de las personas que participan de ellos. El registro excluye granjas, restaurantes y pequeños comercios, además de establecimientos sin afán de lucro en los que se prepare o se sirva comida directamente al consumidor.

En paralelo al registro obligatorio, destinado sobre todo a establecer un control en origen, el acta ordena la notificación de cualquier producto alimenticio o de componentes y aditivos de los mismos que pueda entrar en el país por vía marítima. Además de la descripción del artículo, se exige notificar el país de origen o de donde embarcó, el puerto de entrada y el nombre del fabricante. En todos los casos, asimismo, el acta reclama un aviso a las autoridades en el caso de que existan sospechas de que el producto o alguno de sus manipuladores puedan ser sospechosos.

El acta se extiende también en medidas cautelares antes de que se desaten posibles emergencias alimentarias provocadas por un ataque bioterrorista. Por ejemplo, habla de la necesidad de mejorar los sistemas y canales de información, elaborar kits de diagnóstico rápido para detectar adulteraciones intencionadas o el desarrollo de tecnología portátil para inspecciones. Del mismo modo, establece períodos de notificación ante sospechas y protocolos de actuación en el caso de que éstas se confirmen. Para cubrir cualquier contingencia, la FDA ha anunciado su intención de incrementar el número de inspectores para el control de productos domésticos y de importació, así como la puesta en marcha de una red global de vigilancia.

En paralelo, del acta se derivan instrucciones para los consumidores, vehiculadas también a través de la FDA. En esencia, se recomienda extremar las medidas de higiene, cocinar rápidamente los productos crudos o mantener en el frigorífico sin romper la cadena del frío aquellos que precisen de refrigeración para su conservación. La FDA ofrece varios teléfonos públicos donde notificar sospechas ante productos «con el envase alterado, productos mordisqueados o rotos, o con olores extraños», según puede leerse literalmente.

Protestas

Las medidas legisladas por el congreso de los EEUU, aunque aplaudidas en primera instancia, han topado con la oposición de la industria, productores y distribuidores incluidos, que han demandado de la Administración que flexibilice las disposiciones aprobadas e incorpore algunas «cuestiones clave» en el futuro desarrollo reglamentario de la ley.

Entre estas «cuestiones clave», la Produce Marketing Association, una de las mayores organizaciones alimentarias en EEUU, señala la dificultad de establecer una red de vigilancia que afecte a productos perecederos como frutas o verduras, los cuales, afirma, «se mueven muy rápidamente a través de un sistema de distribución muy complejo». El sistema, señala la organización en una nota publicada este pasado 10 de septiembre, se maneja gracias a un «delicado pero eficiente» equilibrio que permite la entrada y posterior distribución de productos frescos a través de las fronteras de Canadá y México en apenas ocho horas desde la formalización del pedido. Tal y como está redactada el acta contra bioterrorismo, añade la nota, la red logística que lo hace posible «deja de tener sentido».

Diversas organizaciones de distribuidores y productores norteamericanos han expresado quejas en el mismo sentido. La mayor parte coinciden en dos aspectos fundamentales: de un lado, hay que extremar las medidas de seguridad para evitar que los alimentos actúen como elementos de dispersión de un ataque terrorista. Pero, del otro, las medidas no deben poner en peligro reglas esenciales para el consumo de alimentos. «Las normas deben ser claras y contundentes», señala en un comunicado la National Food Processors Association, pero «no pueden limitar la actividad de la industria alimentaria ni sus canales de distribución». El control planteado, opina, es excesivo.

LA AMENAZA DEL BIOTERRORISMO AGRÍCOLA

Cherryl Runyon, miembro del National Conference State Legislature, define como terrorismo agrícola el uso de agentes químicos o biológicos para atentar contra la salud de plantas, animales o seres humanos. O, dicho de otro modo, la alteración de productos alimenticios tanto en origen como durante su proceso de elaboración para favorecer la propagación de enfermedades infecciosas o de origen tóxico entre la población. Estas enfermedades no siempre tienen porque ser mortales.

Aunque la posibilidad de contaminar intencionadamente cultivos o granjas ha ganado actualidad tras los atentados del 11-S, los episodios de guerra química o biológica cuentan con un largo y doloroso historial. Rafael Rotger, microbiólogo de la Universidad Complutense de Madrid, relata parte de este historial en una revisión sobre ántrax publicada en la revista de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular (SEBBM). El investigador destaca que, frente a la viruela, “estamos en la misma situación de indefensión” que 60 años atrás, pese a que se ha solicitado reiteradamente la destrucción de depósitos militares en poder de EEUU. Tampoco estamos mejor protegidos que los antiguos, añade, ante plagas como la peste o el tifus. “Básicamente son zoonosis, y la población humana carece de inmunidad ante ellas”, dice, para añadir: “Los letales brotes epidémicos causados por virus de fiebres hemorrágicas (Ébola, Marburg, Lassa) o de encefalitis (Hendra, Nipah) son el resultado de saltos ocasionales de virus de animales al hombre; los virus de la gripe que nos pillan desprotegidos casi todos los años vienen de animales, y también un salto de esta naturaleza condujo a la aparición del SIDA”. Todas ellas son susceptibles de infectar animales de granja, salvo la viruela.

Con respecto al Bacillus anthracis, causante del carbunco (anthrax en inglés), es la bacteria más sencilla de utilizar como arma. “Es fácil de obtener, ya que es endémica en el ganado herbívoro en muchos países; se cultiva con facilidad en el laboratorio y produce esporas extraordinariamente resistentes que son infecciosas. Cuando son inhaladas producen una forma respiratoria del carbunco”, con una alta mortalidad asociada.

Sigue a Consumer en Instagram, X, Threads, Facebook, Linkedin o Youtube