Las bases cerebrales del apetito

Una predisposición cerebral regulada por hormonas, que aparece en las primeras semanas de vida, podría explicar las claves del apetito.
Por Jordi Montaner 27 de abril de 2004

La sensación de apetito o de saciedad tienen mucho que ver con señales moleculares que emergen del cerebro y que impactan en vías metabólicas concretas. Algunas de ellas podrían explicar trastornos como la obesidad mórbida y ayudar a regular desórdenes en los que el sobrepeso se presenta como síntoma más evidente. La leptina, según demuestran experimentos recientemente publicados en Science, parece consolidarse como molécula clave de estos mecanismos.

Aun cuando sean un ruido líquido en la barriga o una salivación súbita los indicadores fisiológicos de que tenemos hambre, la base de semejante sensación reside más arriba. De hecho, no son más que alarmas cuyo centro de control reside en el cerebro. Ahí es, donde según todos los indicios acumulados hasta la fecha, emerge la señal para que una hormona específica, la leptina, participe de los mecanismos que regulan el apetito. La última aportación en este sentido parece demostrar que la tendencia a la obesidad de un individuo adulto puede determinarse a las pocas semanas de vida, analizando la intensidad con la que esta hormona regula precisamente la sensación de apetito.

De acuerdo con los resultados obtenidos por un equipo de investigadores dirigido por Richard Simerly, de la Oregon Health Sciences University (OHSU), el papel de la leptina en los mecanismos que influyen en la predisposición a la obesidad es mucho más que especulativo. Simerly empleó ratones modificados genéticamente para determinar la influencia del cerebro en el desarrollo de la obesidad y el papel de la leptina. Con anterioridad, se sabía que el nivel de leptina en los tejidos grasos de nuestro organismo resulta clave para entender el impulso de comer: a mayor nivel de leptina, menor sensación de hambre. Lo que Simerly hizo fue comparar la evolución de ratones sin leptina en su organismo con la de ratones tratados con dosis suplementarias de la hormona. Mientras que los primeros alcanzaron la madurez con una obesidad mórbida y una perenne sensación de apetito, los segundos lo hicieron con una flaqueza excepcional y sin un interés especial por la comida.

El investigador de Portland, que ha publicado sus conclusiones en la revista Science, analizó después los cerebros de los ratones y descubrió que la población de neuronas en la zona cerebral que controla el apetito de los ratones tratados con leptina era mucho mayor y que los cambios fisiológicos duraban permanentemente.

A modo de explicación, el equipo de la OHSU postula que la administración de leptina en ratones recién nacidos provoca una configuración neuronal en la zona cerebral que controla el apetito que durará toda la vida y que reprimirá de forma eficaz toda ingestión no indispensable.

Hallazgo fundamental

Investigaciones recientes abren la vía de regular los impulsos del apetito con un tratamiento hormonal administrado en las primeras semanas de vida

Sadaf Farooqi, investigador de la Universidad de Cambridge, está considerado una autoridad mundial en materia de obesidad. Con respecto al artículo de Simerly asegura que se trata de un «hallazgo fundamental». El descubrimiento, desvela, abre una vía a la especulación de regular los impulsos del apetito de por vida con un tratamiento hormonal administrado en las primeras semanas de vida y que permitirán al individuo modular su apetito a las necesidades reales del organismo, consumiendo sólo las calorías indispensables.

Fisiológicamente, la cantidad de leptina que un recién nacido posee no depende de su alimentación perinatal sino de su configuración genética, lo que apoya la tesis de que la obesidad puede estar condicionada por genes. En la medida en que la leptina estimule el desarrollo neuronal en la zona del cerebro que regula el apetito, el ser humano crecerá con un mayor discernimiento sobre su sensación de saciedad (se saciará más con menos).

Farooqui se muestra partidario de profundizar en el modo en que la leptina configura las neuronas que habrán de regular el hambre para sentar las bases de una intervención farmacológica, pudiendo corregir el déficit hormonal en individuos que nacen con esta predisposición genética. «En la actualidad, existen fármacos que imitan la modulación cerebral que lleva a cabo la leptina, pero habría que pensar en una actuación directa», especula el investigador británico.

Los Centros para el Control de las Enfermedades de EEUU han reconocido recientemente que la obesidad supera ya al tabaco como principal causa prevenible de enfermedad. Una obesidad mórbida dispara el riesgo de enfermedades como la diabetes tipo 2 y algunas formas de cáncer. La OMS, de hecho, advierte en un informe reciente que la obesidad acapara el 7% de todos los costes de salud en los países desarrollados. «Aun cuando la moderación en las comidas y la práctica de 30 minutos de ejercicio físico diario suponen un remedio eficaz a este problema», advierte Farooqui, «no podemos olvidar que muchos pacientes necesitarán, además, una intervención farmacológica».

Las señales del hambre

La investigación publicada ahora sobre leptina se inscribe en un marco mucho más amplio que persigue, desde hace años, encontrar claves fisiológicas que ayuden a comprender no tanto los mecanismos que rigen la obesidad como los que determinan lo que se denomina «las señales del hambre». En buena parte, éstas emergen en el cerebro y desde ahí activan respuestas, en su mayor parte mediadas por hormonas, que se traducen en algo tan visible como la sensación de hambre o de saciedad.

La influencia de estas respuestas obre el organismo son igualmente visibles, aunque la que mejor representa su valor es la tendencia a ganar o a perder peso de forma aparentemente injustificada. El desorden metabólico responsable de la obesidad mórbida se sitúa en este contexto. Y algunos autores sostienen que enfermedades alimentarias de claro componente nervioso como la anorexia y la bulimia podrían guardar algún tipo de relación.

Sea cual sea la causa, cada vez está ganando mayor peso la predisposición genética y su traducción, en forma de proteínas (o señales hormonales), como fórmula para explicar estos desórdenes. Del mismo modo, la industria farmacéutica ha entrado desde hace un decenio largo en la carrera por hallar moléculas específicas que interfieran en estas señales. Tras años de fracasos, algunos de ellos extraordinariamente sonoros en el sector, la investigación se centra cada vez más en moléculas que, como la leptina, apuntan en esta dirección. Otras fórmulas para controlar las señales del hambre, como algunos psicoestimulantes, han entrado en declive por la gravedad de sus efectos secundarios.

LA HORMONA DEL APETITO
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Imagen: Ars Image Gallery

En nuestro medio, un equipo coordinado por Edurne Simón (Departamento de Nutrición y Bromatología de la Facultad de Farmacia en la Universidad del País Vasco) han estudiado la influencia de la leptina en el desarrollo de la obesidad. «Existen numerosos factores neuroendocrinos encargados de regular la ingestión y el balance energéticos, como son los agentes beta-adrenérgicos, la colecistoquinina o el neuropéptido; sin embargo, fue el descubrimiento de la leptina el desencadenante de múltiples investigaciones destinadas a establecer los mecanismos implicados en esta homeostasis», indica la investigadora.

La homeostasis energética del organismo permite establecer una estabilización del peso corporal y de la masa grasa a través de una red compleja de sistemas fisiológicos que regulan el aporte, el gasto y el almacenamiento de las reservas energéticas.

Para llevar a cabo este proceso, debe existir un mecanismo que señalice el nivel de reservas energéticas y mande una señal que se pueda transmitir a los centros reguladores del organismo. De este modo, los lugares de control del sistema nervioso central (SNC) y, en particular, del hipotálamo, deben poder recibir e integrar el mensaje sobre el estado del depósito energético. Por tanto, «debe existir un mecanismo que module las señales periféricas y los centros nerviosos, para intervenir en la regulación de los dos componentes del balance energético, el aporte y el gasto de energía».

Estos estudios no encontraron una confirmación evidente hasta el descubrimiento de una hormona adipostática con poder saciante, a finales de 1948, a la que que se denominó leptina. Un gen presente en el cromosoma 7 humano es el encargado de codificar la síntesis de leptina, llamada así en virtud de la palabra griega leptos, que significa delgado. La leptina es un péptido de 167 aminoácidos, con un ritmo circadiano relacionado, entre otras cosas, con la pauta de ingestión, aumentando a lo largo del día en humanos (de hábitos diurnos) y reduciéndose en el caso de roedores (de hábitos nocturnos). No se conoce exactamente el mecanismo responsable del valor máximo de leptina a lo largo del día en los humanos, aunque parece estar modulado por el régimen de horas de luz/oscuridad, la ingestión y las horas de sueño del individuo.

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