Efectos de los contaminantes químicos alimentarios

Estas sustancias, que llegan a los consumidores a través de la dieta, tienen efectos perjudiciales en el cerebro durante la gestación y los primeros años de vida
Por Maite Pelayo 8 de abril de 2010
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Imagen: Lynne Lancaster

Los contaminantes químicos presentes en los alimentos son, a menudo, consecuencia de la contaminación ambiental. Llegan hasta ellos a través del suelo, el aire o el agua. Este hecho se agrava con el uso de sustancias pesticidas, farmacológicas, abonos y otros productos químicos utilizados en la industria. Entre los posibles efectos adversos sobre la salud humana, destacan las consecuencias en el cerebro durante la gestación y los primeros años de vida. Los contaminantes químicos que más preocupan son los orgánicos persistentes (COP). Por su naturaleza acumulativa, tanto en el medio ambiente como en la cadena trófica, se concentran en la pirámide alimentaria hasta llegar a las personas. Es el caso del metilmercurio o los PCB (bifenilos policlorados), que se acumulan en el medio marino y de ahí pasan a los peces, que ingieren después los seres humanos. Otros contaminantes, como los metales pesados (aluminio, mercurio, manganeso o plomo) también tienen un efecto neurotóxico en el organismo. Los alimentos son la principal vía de exposición y, aunque en la actualidad su uso está regulado y muchos de ellos se han prohibido, no es posible eliminar por completo su presencia del entorno debido a su persistencia y baja degradación.

Un cerebro en desarrollo resulta muy vulnerable a la exposición de las sustancias químicas contaminantes marinos, unido a una dieta muy rica en pescados, demuestran un elevado aumento de este tipo de alteraciones entre la población infantil.

Zonas más contaminadas

En el caso de los países nórdicos o Islas Feroe, donde se analizó el nivel de PCB, se detectaron concentraciones significativas en la aluminio o el manganeso de alimentos y agua, se relaciona con el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas en edades avanzadas, como el Alzheimer o el Parkinson.

Debido a la relevancia del tema, se ha celebrado en España un simposio internacional sobre «Alteraciones de la función cerebral inducidas por contaminantes de los alimentos y del agua», donde los investigadores que estudian la neurotoxicidad y los efectos sobre el desarrollo cerebral de los contaminantes alimentarios han intercambiado información sobre los últimos avances. Las presentaciones versaron, entre otros temas, sobre los efectos neurotóxicos del manganeso en primates no humanos, los mecanismos de toxicidad del pesticidas organoclorados, podían incrementarse a través de la lactancia materna. Sin embargo, se ha constatado que la lactancia a largo plazo resulta beneficiosa para el desarrollo cognitivo y del comportamiento, además de contrarrestar el potencial impacto de la exposición a estas sustancias químicas a través de la leche materna. Por último, este estudio, realizado en diversas zonas de nuestro país, determinó que niveles de exposición alta a pesticidas organoclorados antes del nacimiento repercuten en un retraso en el desarrollo mental y psicomotriz de los niños.

CONTAMINACIÓN QUÍMICA

Los contaminantes que ponen en peligro la salubridad de los alimentos son de distinta naturaleza. Destacan los contaminantes macroscópicos, que son visibles; los biológicos, como parásitos y microorganismos, que no se ven pero pueden estar presentes en los alimentos; y los contaminantes químicos, como pesticidas, metales pesados o compuestos orgánicos persistentes (COP). Cuando se consume un alimento contaminado se sufren alteraciones y se desarrolla una enfermedad de origen alimentario. Otras veces, la exposición a contaminantes puede provocar trastornos y dolencias a largo plazo en las que, a menudo, es difícil relacionar los síntomas con la fuente que las causa.

EL CEREBRO

Éste es el órgano principal del sistema nervioso. Sus células, muy especializadas, transmiten a través de impulsos eléctricos toda la información que el organismo necesita para vivir, desde repartir el gasto energético necesario en cada momento hasta alertar cuando hay un peligro. Verdadero ordenador del cuerpo, gracias a él se tienen experiencias como pensar, emocionarse o aprender. Su complejo desarrollo embrionario es muy sensible a agresiones debidas a la exposición a determinados contaminantes químicos, para los que el cerebro actúa como un órgano diana.

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