Entrevista

Sylvia Earle, directora científica de NOAA

«Hay que explotar los recursos marinos de forma más inteligente si no queremos agotarlos en pocos años»
Por Xavier Pujol Gebellí 4 de noviembre de 2004
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Sylvia Earle (New Jersey, 1935) es en la actualidad una de las figuras más respetadas en el mundo por su conocimiento de los fondos marinos. Nombrada «explorer in residence» por la National Geographic Society, y directora científica de la National Oceanic and Athmospheric Administration (NOAA) bajo el mando de Bill Clinton, ha desempeñado en estas dos últimas décadas un trabajo imprescindible para mejorar el conocimiento de ecosistemas y recursos naturales en el mar y para el desarrollo de tecnología que facilitase un mejor acceso. Su gestión se ha visto acompañada de importantes éxitos en la protección de santuarios marinos. Earle pronunció una conferencia recientemente en CosmoCaixa de Barcelona.

Hay cuatro grandes problemas que amenazan el futuro de los océanos en el mundo. La sobrepesca, la contaminación, tanto costera como en mar abierto, un tráfico cada vez más intenso y las presiones políticas que ejercen grupos económicos y los gobiernos con acceso directo al mar. Si bien todos ellos están catalogados y perfectamente descritos por infinidad de organismos e instituciones científicas y conservacionistas, no son, en opinión de Earle, los que mayor preocupación deberían suscitar. «El peor problema es la ignorancia», afirma tajantemente. «Si hubiéramos sabido hace medio siglo la importancia real de los océanos no habríamos actuado con tanta impunidad». El conocimiento, agrega, es esencial para entender el rol que juegan los océanos en el ciclo de la vida planetario. Maltratarlos, pues, es como «jugar a la ruleta rusa con nuestro futuro». De ahí que propugne un uso más inteligente de los recursos.

En 1999 consiguió que el entonces presidente Bill Clinto duplicara los fondos gubernamentales destinados a la investigación y conservación de los fondos marinos. ¿Por qué era tan necesario ese aumento?

Para entenderlo mejor sería preciso remontarse a principios de la década de los noventa, cuando acepté la dirección científica de NOAA. Una de las razones por las que me ofrecieron el cargo fue mi interés por desarrollar en el océano el mismo concepto que durante el siglo XX se ha aplicado con relativo éxito a la protección de ecosistemas terrestres. Hoy en día menos del uno por ciento de los océanos está protegido. Alcanzar mayores cotas de protección es esencial para preservar nuestra herencia biológica, natural y cultural.

¿En qué basó su propuesta?

Fundamentalmente en el impulso de proyectos de investigación que permitieran identificar las zonas que merecían mayor atención. Se inició así un proyecto de colaboración con la National Geographic Society al que se sumó el apoyo del sector privado y del gobierno. El objetivo era investigar los grandes santuarios marinos. Está claro que este proyecto no iba a conseguir preservar todas las riquezas que atesoran, pero sí contribuir a inspirar a otros investigadores e instituciones en el mundo para tomar la misma iniciativa.

La propuesta fue reconocida en su momento como pionera. Trascurridos ya más de diez años, ¿piensa que los objetivos se han cumplido?

Creo que en parte sí. Más de cien científicos empezaron a trabajar recorriendo las aguas costeras de Estados Unidos hasta profundidades superiores a los 500 metros. Fue el primer paso para ir mucho más allá de lo que hasta ese momento se había investigado. Queríamos llegar más lejos de lo ya conocido y aportar mayor conocimiento de esas zonas. Los proyectos de investigación, por otro lado, demostraron la necesidad de un mayor apoyo si realmente se pretende instaurar medidas de protección para el océano. Pero no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo.

¿Qué tipo de planes o estrategia siguió en ese momento?

La estrategia que apliqué fue la misma que he llevado a cabo a lo largo de toda mi vida. Está basada en el conocimiento, en la comprensión. Para explorar es necesario investigar. Sumando el conocimiento aportado por otros muchos investigadores, tratamos de identificar cuales son las zonas críticas. Es algo parecido a lo que se ha hecho en tierra firme. Se han buscado zonas que merecen ser protegidas porque contienen una alta biodiversidad, o porque son áreas de crecimiento o de cría. Tener esta información es fundamental para tomar decisiones inteligentes o para diseñar las mejores políticas.

¿Y a qué conclusión ha llegado después de todo este tiempo?

Hay un abuso excesivo de gran parte del océano. Incluso ahora, y pese a la información disponible, se continúa creyendo que el mar es capaz de absorber todo cuanto escondemos en él o de soportar que continuemos extrayendo lo que nos plazca, como si no tuviera límite alguno. El conocimiento que tenemos ahora nos demuestra que su capacidad es limitada y que además cumple con otras funciones que son esenciales para la vida misma.

¿Cómo cuáles?

El océano es uno de los principales reguladores del clima en el planeta. Además, controla el ciclo del oxígeno y del dióxido de carbono. Si continuamos abusando, si destruimos la capacidad de los sistemas naturales, ponemos en peligro nuestra propia existencia. No es sólo un problema de sobrepesca o de contaminación, sino nuestra propia seguridad lo que está en juego. Probablemente, ahora estamos empezando a pagar el precio de todo lo que hemos hecho de forma inconsciente.

¿Cómo se identifica una zona crítica y se pone en marcha un plan de protección?

«Las nuevas tecnologías nos están aportando una visión revolucionaria de los fondos marinos y sus interacciones

Por ejemplo, con medios acústicos para cartografiar el fondo, submarinos robotizados, un ejército de investigadores viendo in situ donde están los valles y las montañas en el fondo del mar, determinando qué tipo de vegetación hay o qué especies animales. Son tecnologías y prácticas que hacen innecesario tener que recurrir a técnicas extractivas que, en realidad, destruyen lo que queremos observar. El trabajo efectuado con las nuevas tecnologías nos está dando una nueva visión del mar, una visión revolucionaria. Nos permiten vivir literalmente, ni que sea por poco tiempo, en el fondo y compartir el espacio con todos sus habitantes. Ocurre lo mismo en cualquier ecosistema terrestre. Imagínese que Jane Godall hubiera sobrevolado la selva y lanzado una red para recoger todo cuanto hubiera podido en lugar de vivir al lado de los chimpancés. Los resultados de su investigación hubieran sido totalmente distintos. Los animales muertos no son los que nos dan mejor información sobre la vida.

Uno de los grupos animales por los que se han extremado los llamamientos a su conservación son los grandes cetáceos. ¿En qué situación se encuentran?

Empezamos a sentar las bases para una recuperación mucho más efectiva. Puedes pasarte un año estudiando las ballenas, por ejemplo. Ver cómo se desplazan, como salen a la superficie, donde crían… Pero lo que me ha permitido entender su comportamiento es haberlas observado bajo el mar, oír sus cantos, como se comunican o dan a luz. Ocurre lo mismo con otras muchas especies de cetáceos, de grandes peces, hoy claramente en declive, o con los arrecifes de coral. Cómo podemos cuidar o conservar si no conocemos de qué estamos hablando. Hoy sabemos más de su realidad y por tanto podemos instaurar mejores medidas de protección.

¿Cree que conocemos lo suficiente ya?

No, apenas tenemos conocimiento de una pequeñísima porción de los fondos marinos. Cada día descubrimos cosas nuevas. Arrecifes de coral en las grandes profundidades, nuevas especies… Es increíble lo que estamos encontrando. Además, ahora lo entendemos porque podemos verlo.

Los problemas que afectan a los océanos son globales, pero hay quien diferencia entre las zonas costeras y las de mar abierto. ¿Dónde le parece que es más fácil o necesario intervenir?

«Si no ponemos freno en 50 años no habrá atunes y en tan sólo 20 sólo estarán al alcance de quien pueda permitírselo»

Como ya es sabido, todos los países tienen jurisdicción directa sobre sus zonas costeras, pero más allá son aguas internacionales. Eso significa que más del 60% de los mares no están gobernados directamente por ningún país. Eso limita enormemente cualquier previsión de actuación. En 1992 la ONU estableció una prohibición del uso de técnicas destructivas en alta mar como las grandes redes de arrastre [pueden alcanzar decenas de kilómetros de longitud] porque entendieron que se estaban destruyendo los sistemas naturales que pertenecen a todos en beneficio de unos pocos. El problema es que la moratoria no se puede hacer cumplir. Y mientras, especies marinas sin interés comercial se acercan al punto de extinción. Tortugas, delfines, albatros, aves marinas, todas las especies están expuestas a su destrucción. Extraemos demasiado del mar para el poco beneficio que obtenemos. Ya han desaparecido el 90% de las especies de grandes peces. Los atunes, sin ir más lejos, han visto reducida drásticamente su población. Si no se pone freno, en 50 años dejaremos de comer atún. Y probablemente en 20 sólo podrán hacerlo los que se permitan el lujo de pagarlo.

¿Qué sugiere que deberíamos hacer?

Sin duda, encontrar otras formas de alimentarnos. Es imposible alimentar a toda la población mundial sólo con pescado y menos aun mantener el actual ritmo de extracciones. Hay que recordar, asimismo, que la mayoría de la población humana en el mundo es herbívora, y que lo que se extrae del mar, que es mucho, se destina a mercados muy concretos. Un solo atún se está vendiendo ya a precios prohibitivos para la mayor parte. Si se sigue así será un alimento exclusivo de clases altas. No tiene demasiado sentido habiendo otras opciones.

¿Qué tipo de opciones plantearía?

Por ejemplo, si ahora mismo se decidiera detener la extracción de algunas especies, podría ser posible su recuperación hasta límites razonables que harían más asequible su consumo a capas de población mayores, en lugar de mantenerlas como un lujo culinario. Si queremos continuar comiendo pescado tenemos que aprender a hacerlo crecer, a cultivarlo. Tenemos la tecnología y el conocimiento para hacerlo.

¿Es la piscicultura la solución a adoptar? ¿No va a abrir eso la puerta a la expansión de los peces transgénicos?

Cierto, les llaman ya ‘frankenfish’… En cualquier caso, ese no es el problema real. La cuestión es como alimentamos a los peces de piscifactoría, una práctica que acabará generalizándose sin duda ante la gran presión de la demanda de pescado. Es, de nuevo, lo mismo que ocurre en tierra firme. Nos alimentamos, la gran mayoría, de tres o cuatro vegetales principales y de unas pocas fuentes de proteína animal. Todos los animales de los que nos alimentamos son herbívoros y los sacrificamos a edades tempranas. Eso significa que se busca el máximo rendimiento de proteína animal a partir del consumo de vegetales o productos transformados. En el mar, en cambio, hacemos lo contrario: comemos peces que se alimentan de otros peces y son los mismos que intentamos criar en granjas. Visto así, el atún o el salmón no parecen una buena elección. Es como si criáramos leones para comer. No es en absoluto sostenible. Un atún tarda de 6 a 8 años en crecer y está en la zona alta de la cadena trófica. Lo mismo pasa con el salmón. No resultan rentables debido al enorme coste de alimentación. Además, se debe mantener un control estricto de la calidad del agua, lo que supone aún mayores inversiones.

Está diciendo, por tanto, que el actual modelo de piscicultura debería ser revisado.

Lo que digo es que necesitamos un modelo de piscicultura inteligente. Hay que buscar mejores opciones que las actuales, de manera que se puedan transformar los vegetales, por ejemplo, en proteína animal de forma mucho más eficiente. La pregunta es cómo hacerlo.

En definitiva, que se trata de encontrar el ‘pollo marino’.

Algo así, en efecto. Y probablemente no sea necesario recurrir a los animales transgénicos para lograrlo. Basta con investigar y desarrollar la mejor y más eficiente tecnología posible. Tenemos que ser más inteligentes, entender cómo funcionan los sistemas naturales para tratar de ver si podemos extraer algún fruto sin dañar al ecosistema marino. Probablemente de este modo podamos extraer mucho más de lo que hemos conseguido hasta ahora.

¿Su predicción para el futuro?

Sólo conocemos el 5% de los mares. Hemos llegado una única vez a lo que creemos que es la zona más profunda, a 11 km. Debemos movilizar toda la tecnología y actuar ya en esta próxima década. No podemos esperar 50 años más a tomar medidas. Los próximos diez años podrían ser los más cruciales del milenio que ahora empezamos.

EL CICLO NATURAL DE LA VIDA

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El valor real de los océanos, sostiene Sylvia Earle, no debe medirse sólo en términos de explotación de sus recursos. Aunque la sobrepesca o la contaminación son las cuestiones que durante años han centrado la discusión de oceanógrafos, biólogos marinos u otros científicos, con representantes políticos y empresariales, la afamada investigadora sostiene que hay problemas de mucho mayor calado que merecen la atención internacional.

Earle, como desde hace poco muchos otros investigadores, vincula las agresiones al medio marino a problemas de carácter global. El más acuciante, según se está viendo, es su relación con el proceso de calentamiento global del planeta y su influencia sobre el efecto invernadero.

Las claves de esta relación tienen mucho que ver con el papel que ejercen los océanos como sumideros de dióxido de carbono y protagonistas principales en el control del ciclo del oxígeno. Asimismo, juegan un papel determinante en la regulación del clima a escala planetaria, aspecto que se refleja en la circulación de las corrientes marinas y en la temperatura de superficie, auténtico termómetro de la Tierra. La conjunción de todos estos elementos influye en la composición de los gases de efecto invernadero.

La ignorancia, señala la investigadora, ha impedido ver hasta ahora este cúmulo de funciones. De ellas «depende nuestro bienestar, nuestra salud y nuestra seguridad», afirma. «Si destruimos el océano destruimos nuestro futuro».

Es por ello que Earle entiende que lo más grave en el mar no son los barriles de petróleo o las toneladas de desperdicios vertidos día a día. «Lo más importante es que el océano nos da la vida misma, sin ellos no habría un planeta habitable». Además, reflexiona, «contienen la mayor biodiversidad del planeta, mucha de ella aún desconocida, y es el origen de nuestra propia especie y de la mayoría de las que hoy habitan el planeta». Incorporan, pues, nuestro patrimonio cultural e histórico.

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