Una lata de conserva casi eterna

El hallazgo de una lata de manteca de cerdo de la II Guerra Mundial, apta para consumir, reabre el debate sobre indicar o no la fecha de vencimiento de los alimentos
Por Maite Pelayo 16 de febrero de 2012
Img lata conserva
Imagen: Petre Birlea

La insólita noticia se conocía hace unos días: una lata de manteca de cerdo de la II Guerra Mundial se encontraba en buenas condiciones de consumo 64 años después de envasarse (1948). Su propietario, un jubilado alemán que la había hecho analizar, declaraba que, según los resultados, solo tenía una ligera merma de aroma que para nada contraindicaba su consumo. En plena vorágine sobre el estudio que destapa el fecha de caducidad de los alimentos y cuestionaba la inclusión en el etiquetado. Hay que recordar que una parte importante de este derroche de alimentos se atribuye a una mala gestión del consumidor, que se deshace de ellos por estar fuera de las fechas de consumo.

La conserva de manteca de cerdo se envasó en Estados Unidos hace más de 60 años y se distribuyó en Alemania en un cargamento de ayuda. Su dueño, un octogenario con formación farmacéutica y sabedor del debate acerca de establecer o no una fecha de caducidad de los alimentos y si es o no agua y de otros factores externos como humedad, temperatura, e incluso, grado de acidez. También la presencia y desarrollo de microorganismos puede acelerar su deterioro. En el primer caso, la alteración química provocaría cambios en la composición, que causarían sobre todo la pérdida de características sensoriales: sabor, color y olor se modificarían, pero también, y muy importante, pérdidas nutricionales.

Por otro lado, y de forma simultánea, se produciría un desarrollo de microorganismos, en ocasiones patógenos, que podrían dañar la salud. A su vez, el desarrollo microbiano, además de una contaminación, también generaría cambios en el alimento, como fermentaciones no deseadas que transforman unas sustancias en otras diferentes. La rapidez y evolución de todos estos procesos dependerá sobre todo del tipo de alimento y de las condiciones ambientales (incluida la higiene) y, por supuesto, de si se ha aplicado algún sistema de conservación.

Hay que aclarar que un alimento en fecha puede estar contaminado (bien química o biológicamente), y viceversa, es decir, un alimento caducado puede estar exento de contaminación. Sin embargo, un tiempo de almacenamiento excesivo, y más en condiciones no adecuadas, incrementaría el riesgo de una posible contaminación hasta niveles peligrosos para la salud.

Los dos conceptos descritos corresponderían, en términos generales, a la fecha de consumo preferente y fecha de caducidad. La primera se refiere al tiempo en que el producto sin abrir mantiene sus propiedades sensitivas y nutricionales en condiciones adecuadas de conservación y, pasada esta fecha de consumo, la calidad del producto puede disminuir, pero en ningún caso supone problemas para la salud. Respecto a la fecha de caducidad, a partir de esta, el producto no se debe ingerir, ya que no es adecuado para el consumo y puede generar problemas de salud.

Habría que establecer un equilibrio sostenible entre proteger al consumidor y garantizar su seguridad, así como unas buenas condiciones sensoriales del alimento, a la vez que se optimizan los recursos. Un margen razonable de seguridad alimentaria sin caer en el despilfarro. El fabricante o responsable del alimento estima el periodo de tiempo real en el que puede garantizar primero la seguridad del consumidor y luego, unas óptimas condiciones sensoriales y nutricionales de su producto. El periodo establecido dependerá lógicamente de multitud de factores que deberán tenerse en cuenta. No establecer este límite sería un error y una clara indefensión del consumidor por falta de información.

Esta noticia no deja de ser una curiosidad, aunque habría que decir «no intenten hacer esto en sus casas». Consumir una lata de conserva caducada o con anomalías, como óxido o hinchazón, puede conllevar un grave problema de salud.

UNA BÚSQUEDA INCESANTE

A modo de “piedra filosofal”, la búsqueda del alimento eterno o casi es, hoy por hoy, una quimera. Desde la preservación de alimentos a través del frío en neveras naturales, hasta los más novedosos sistemas de conservación basados en sofisticadas tecnologías, el ser humano ha intentado conservar los alimentos a través del tiempo y frenar su deterioro para mantener intactas sus propiedades sensoriales y nutricionales. Uno de las más populares y extendidos son las latas de conserva. El proceso denominado “appertización”, en honor a su inventor, consiste en la conservación de los alimentos en recipientes cerrados de forma hermética, a los que se aplica un tratamiento térmico como sistema para prevenir las alteraciones.

Fue un cocinero francés, Nicolás Appert, quien a principios del siglo XIX realizó una completa investigación sobre la conservación de alimentos en botes de vidrio tratados con calor. Su trabajo para las Fuerzas Armadas, capitaneadas por el mismísimo Napoleón Bonaparte, le hizo merecedor de un importante premio económico y marcó todo un hito en el conocimiento y desarrollo de las técnicas de conservación. Hay que tener en cuenta que, en aquella época, no se conocía apenas nada acerca de la relación entre los microorganismos y la alteración de los alimentos. Después la hojalata sustituyó al vidrio y nació la tradicional lata de conservas, un hecho que al principio pasó inadvertido. Transcurrieron varias décadas hasta que se inventó el abrelatas y, hasta entonces, abrir una lata constituyó una operación difícil que, a menudo, se realizaba en el campo de batalla con la bayoneta.

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