El peligro de beber agua cruda

Beber agua que no haya sido tratada o sometida a controles estrictos de seguridad alimentaria puede suponer un riesgo para la salud
Por Laura Caorsi 30 de abril de 2018

Silicon Valley es un manantial inagotable de creatividad. Y no solo produce tecnología. De un tiempo a esta parte, el popular enclave informático estadounidense también genera (y difunde y exporta) diversas modas dietéticas con potenciales efectos nocivos para la salud. De allí, donde hace menos de un año se popularizó la dieta del ayuno y el café, ahora mana una nueva propuesta: la de evitar el agua del grifo y la embotellada tradicional para beber únicamente “agua cruda”. ¿Y qué es el “agua cruda” (o raw water, como se la conoce en inglés)? Agua extraída de un manantial que se envasa y se vende sin haber recibido ningún tipo de tratamiento, como, por ejemplo, la que fluye en un arroyo cualquiera de montaña. A continuación se aborda esta moda y sus peligros.

¿Para beber? Una botella de microbios caros

En Silicon Valley está de moda beber «agua cruda». Desde que se conoció la noticia, a principios de este año, la moda hidratante se desparramó con rapidez. También se extendieron los puntos de venta. A día de hoy, la raw water se comercializa dentro y fuera de Estados Unidos a través de Internet con la promesa de ser mejor que otras aguas. Sus anunciantes destacan que no contiene productos químicos (como el cloro o el flúor), que es tan natural como cuando brota de la tierra y que, precisamente por ello, sienta mejor y nos aporta energía extra. El mensaje ha calado hondo, a juzgar por su precio de venta. Una botella de «agua cruda» vale entre 6 y 15 euros, pero, como advierten los especialistas, beberla puede costarnos mucho más que eso.

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Imagen: somchaij

Un apunte antes de continuar: el agua mineral que compramos embotellada en España es, en rigor, «agua cruda». Se obtiene a pie de manantial y no recibe ningún tipo de tratamiento químico. Sin embargo, presenta una diferencia sustancial con lo que proponen desde Silicon Valley: los controles de calidad. En nuestro país -también en Europa-, el agua mineral natural es uno de los productos alimentarios más controlados y reglamentados en cuanto a seguridad, información al consumidor y calidad alimentaria.

Irene Zafra es la secretaria general de la Asociación Nacional de Empresas de Aguas de Bebida Envasadas (ANEABE). Cuando se le pregunta por este tema, la seguridad alimentaria es uno de los primeros asuntos que destaca. «Las aguas minerales son siempre aguas de origen subterráneo -explica-. Son aguas puras ya desde su origen, que las protege de forma natural de cualquier tipo de contaminación, por lo que no necesitan ni reciben ningún tipo de tratamiento químico para su consumo». Eso sí, para poder embotellarla y venderla, «la industria realiza más de 300 análisis diarios». En ellos se vigila tanto la calidad como las propiedades de las aguas minerales.

Los reglamentos y los controles no solo se aplican al agua, sino también al entorno. Como cuenta Zafra, las plantas envasadoras «se encuentran ubicadas en parques naturales o en entornos naturales que la industria se encarga de proteger, asegurando en todo momento el equilibrio natural de los manantiales y la calidad de los mismos. En este sentido -añade-, las autoridades mineras establecen un perímetro de protección del acuífero que el sector se encarga de proteger para preservar la calidad y pureza original de estas aguas tan singulares».

En otras palabras, el agua mineral que compramos procede de un manantial subterráneo ubicado en un entorno vigilado para evitar la contaminación y pasa por una serie de controles antes de llegar a los puntos de venta. De ahí que la secretaria general de ANEABE sea tajante: «En España no podría comercializarse un producto como el ‘agua cruda’ que se vende en Estados Unidos. Tanto a nivel europeo como español, existe una estricta legislación sobre las diferentes aguas aptas para consumo humano».

¿Por qué se toman tantas precauciones?

La idea de beber agua pura y cristalina, recogida de un entorno natural, es muy atractiva. Pero que existan tantos controles da que pensar. ¿El «agua cruda» puede suponer un riesgo para la salud? La respuesta de Miguel Ángel Lurueña es cristalina: «Sí». Como explica este doctor, investigador y especialista en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, «en el ‘agua cruda’ no se realiza control ni tratamiento alguno, así que podemos encontrar cualquier cosa: desde arsénico, hasta contaminación por purines, pesticidas, E. coli, y todo lo que se nos ocurra«. En ese «todo» también caben gérmenes como el CryptosporidiumGiardia o Shigella, que mencionó el doctor Andrew Pavia, especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad de Utah (EE.UU.), a la BBC cuando fue consultado por esto.

Aunque Lurueña califica la moda de Silicon Valley como «una anécdota», señala que es sintomática de un fenómeno muy extendido: la desconfianza hacia el agua de grifo y el agua envasada, que se suma a las leyendas sobre propiedades milagrosas del «agua cruda». «Esto no es algo exclusivo de los EE.UU. En España es frecuente ver determinadas fuentes o manantiales donde son habituales las aglomeraciones de personas con bidones para recoger agua -apunta-. En algunos casos se trata de fuentes sometidas a controles sanitarios, pero hay casos en los que esto no es así y eso puede suponer un riesgo para la salud». No en vano, las pastillas potabilizadoras y las bombas portátiles para filtrar agua (que eliminan bacterias y protozoos) forman parte de la equipación básica deportiva para hacer senderismo y travesía.

Agua de grifo, un goteo de mitos

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Imagen: jurisam

¿Es lo mismo beber agua de grifo que agua mineral embotellada? Irene Zafra, de ANEABE, señala que las características de ambas hacen de ellas dos productos «muy diferentes, complementarios e irremplazables». El agua que sale del grifo puede obtenerse a partir de diversas fuentes, como manantiales, ríos o embalses y, por lo tanto, «debe ser desinfectada y tratada químicamente para garantizar su seguridad alimentaria». Para ello, como explica el doctor Lurueña, «se somete a una depuración en la que se retiran los compuestos indeseables y se añade un desinfectante (normalmente cloro) para eliminar los organismos patógenos. Además, se realizan innumerables análisis en diferentes puntos de la cadena de distribución para controlar su seguridad».

Lo que muchas personas rechazan es la idea del cloro añadido, porque lo consideran malo para la salud. Pero ¿es así? «El cloro puede añadirse de distintas formas químicas, como hipoclorito de sodio (NaClO), cloro (Cl2) o dióxido de cloro (ClO2) -contesta Lurueña-. Al añadir esos compuestos al agua, el cloro puede combinarse con ciertos compuestos orgánicos formando trihalometanos. Tanto estos compuestos orgánicos que se forman en el agua, como el cloro libre, poseen cierta toxicidad, por lo que la legislación establece límites máximos, tanto para la cantidad de cloro libre residual, como para la cantidad de cloro combinado residual y para la cantidad de trihalometanos».

«Desde luego -prosigue el experto-, lo malo sería no desinfectar el agua. Gracias a estos tratamientos hay un buen número de enfermedades que nos suenan ya muy lejanas, como el cólera o la fiebre tifoidea, entre muchas otras». No hay que perder de vista, como dice Irene Zafra, que «el agua del grifo es un servicio público y un derecho del ciudadano, cuyo abastecimiento y calidad deben estar garantizados por la Administración Pública».

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