El peso ideal, ¿realidad o fantasía?

El concepto de 'peso ideal' o 'peso perfecto' es un gancho habitual de los promotores de las dietas milagro
Por Julio Basulto 13 de febrero de 2013
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Imagen: Laura Nubuck

Muchas personas consideran que la cifra que debe marcar su báscula de baño se parece al minúsculo hoyo de un campo de golf. Es decir, se enmarcaría en un estrecho rango de valores. Sin embargo, como se detalla en este artículo, se parece mucho más a la portería de un campo de fútbol… aunque sin portero. El concepto de “peso ideal” o “peso perfecto” es un gancho habitual de los promotores de las dietas milagro, y es muy aconsejable no tomarlo en consideración a la hora de evaluar nuestro peso. Para entender por qué, el siguiente reportaje indaga en el origen del “peso ideal”, explica qué se entiende por peso normal, detalla cómo se alimenta el mito de tener un peso perfecto y cuánto nos cuesta, en dinero y en salud.

El origen del peso ideal

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Imagen: Justyna Furmanczyk

La compañía de seguros más grande de Estados Unidos, la Metropolitan Life Insurance Company, elaboró en 1943 unas tablas que relacionaban el peso de hombres y mujeres con su riesgo de mortalidad. Lo hizo para ajustar en base a ellas las cuotas de sus asegurados y las denominó con el desafortunado nombre «tablas de peso ideal». Ello generó malas interpretaciones y estigmatizó a las personas que no encajaban en ese quimérico peso. Así que la compañía, en 1959, para reparar el desaguisado, denominó a sus tablas con un calificativo más modesto: «peso deseable». Término que, de nuevo, no era en absoluto apropiado: la población malinterpretó que ese peso era el que minimizaba las enfermedades, optimizaba el rendimiento laboral o deportivo, o se traducía en una mejor apariencia física. No era el caso.

En 1983, la revista JAMA recogió una crítica metodológica de los conceptos «peso ideal» o «peso deseable» y aconsejó lo siguiente: «deben abandonarse». Ese mismo año, la aseguradora publicó, por tercera vez, sus tablas, pero esta vez sin adjetivo alguno. Ello resultó más agradable a los oídos de los expertos en nutrición o salud pública. Aunque no a todos: el epidemiólogo Ancel Keys, considerado el impulsor de la dieta mediterránea, cuestionó en 1986 ya no el adjetivo de dichas tablas, sino su validez científica.

Como se detalla a continuación, hoy sabemos que el rango de peso asociado a un menor riesgo de enfermedades es bastante amplio y no se limita a un estrecho margen de cifras, tal y como sugerían aquellas arcaicas tablas. Por desgracia, el concepto «peso ideal» ha perdurado hasta nuestros días.

¿Qué se entiende por peso normal?

Se considera que tenemos normopeso si nuestro IMC oscila entre 18,5 kg/m2 y 24,9 kg/m2

El peso normal se define hoy mediante un cálculo denominado «Índice de Masa Corporal» (IMC), sobre el que profundiza el artículo ‘Subir de peso, ¿cuándo preocuparse?‘. Para averiguar nuestro IMC debemos dividir los kilos que pesamos por nuestra altura, expresada en metros y elevada al cuadrado (esto es, multiplicada por sí misma). Se considera que tenemos «normopeso» si nuestro IMC oscila entre 18,5 kg/m2 y 24,9 kg/m2.

La horquilla de lo que se entiende por peso normal es muy amplia. Para verlo con claridad, imaginemos que alguien acude a la consulta de su dietista-nutricionista. Este calcula que la persona, que mide 1,70 metros, presenta un IMC de 18,5 kg/m2. Como se ha visto, estaría en el límite inferior de la definición de normopeso. ¿Cuál sería su peso con dicho IMC? Es un cálculo simple: 18,5 kg/m2 x (1,7m x 1,7m). Pesaría 53,5 kg. ¿Y si su IMC fuera de 24,9 kg/m2 (el límite superior de la definición de normopeso)? Veamos: 24,9 kg/m2 x (1,7m x 1,7m)= 72 kg. Así, esta persona puede pesar 53,5 kg y estar en normopeso, y puede pesar 72 kg y estar todavía en normopeso. Su peso puede variar nada menos que 18,5 kg sin dejar de considerarse normal.

Ahora bien, incluso si padecemos sobrepeso (IMC igual o superior a 25) u obesidad (IMC igual o superior a 30), debemos tener presente que las personas con exceso de peso que realizan ejercicio físico de forma habitual pueden presentar menos riesgo de padecer enfermedades del corazón o cáncer que las personas sedentarias pero con peso normal. Este dato, aportado por dos estudios publicados en febrero y en septiembre de 2012, demuestra que el IMC no predice en todos los casos el riesgo de enfermedad o de mortalidad.

Si a ello le sumamos el indiscutible papel que desempeña en la salud seguir una alimentación saludable o evitar los efectos negativos del tabaco o del alcohol, es fácil entender el actual mensaje de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos: el peso saludable no es una dieta, sino un estilo de vida. Eso sí, no podemos obviar que las tasas de inactividad tienden a ser más frecuentes en personas con exceso de peso, que España es hoy uno de los países con más sedentarismo de la Unión Europea y que nuestra dieta se aleja a marchas forzadas de un patrón de dieta sana. Mejorar nuestros hábitos es una prioridad de salud pública.

El peso perfecto: cómo se alimenta el mito

El IMC lo utiliza la comunidad científica, de manera oficial, desde 1990 y hoy lo recomiendan todos los estamentos de referencia. No obstante, en diciembre de 2012, investigadores de la facultad de psicología de la Universidad de Sussex (Reino Unido), comprobaron que en occidente, junto a nuestra cultura del consumismo, convive todavía la fantasiosa idea de conseguir un «peso perfecto».

Así pues, las encuestas muestran que nuestras definiciones de qué es un peso normal se desvían de las propuestas por las autoridades sanitarias, tanto en hombres como mujeres. Muchas mujeres consideran que el peso ideal es la «superdelgadez». A la vista de estos datos, es lógico que numerosos adultos estén insatisfechos con su cuerpo y quieran perder peso, aunque tengan un peso normal.

  • Barbie, Ken y los medios de comunicación. Nuestra imagen distorsionada de lo que es un peso normal no solo es responsabilidad de aquel error de la Metropolitan Life Insurance Company. El patrón actual de las y los modelos de moda transmite un erróneo ideal de delgadez extrema, en el caso de las mujeres, o atlético, en el caso de los hombres. El cuerpo femenino que nos muestran los medios ha sufrido una profunda metamorfosis: es cada vez más «tubular» y más andrógino. Es decir, las mujeres son más altas, sus caderas son más estrechas y su cintura es más ancha. Un patrón alejado, por cierto, de lo que los varones consideran como atractivo. En todo caso, Allan y Barbara Pease afirman, con razón, que «cuando un hombre está con una mujer, generalmente se siente motivado por sus características físicas más destacables y está ciego a sus imperfecciones».

Podría evaluarse cómo ha evolucionado el ideal de mujer o de hombre mediante dos de los muñecos más conocidos por muchas generaciones de niños y niñas: Barbie y Ken. ¿Sabía usted que Barbie no ha dejado de adelgazar desde su aparición en 1959? Brownell y Napolitano (Universidad de Yale) calcularon que si una mujer quisiera parecerse a Barbie debería crecer 61 centímetros, aumentar su pecho en 12,5 centímetros, alargar su cuello en 8 centímetros y reducir su cintura en 15,2 centímetros. Para parecernos a Ken, los varones deberíamos crecer 51 centímetros, sumar 28 centímetros a nuestro tórax y abultar 20 centímetros el perímetro de nuestro cuello. Kafkiano.

  • Imagen irreal de lo que es un cuerpo normal. No resulta exagerado afirmar que nos rodea (seamos adultos o niños) un bombardeo de imágenes corporales que glorifican la juventud, de mensajes que vinculan la autoestima a la delgadez y de productos que prometen juventud eterna y belleza inmarcesible. Tal y como afirmó en Radio Nacional de España en julio de 2012 el escritor, ensayista y filósofo Santiago Alba Rico, la sociedad nos oculta a los ancianos, a las personas con invalideces o defectos, a las personas obesas y a las personas en cuyos cuerpos el paso del tiempo ha dejado huellas visibles. Huellas que son, para Santiago Alba, como el relato de una buena novela.
  • Los «realities» televisivos en los que se hacen cambios de imagen mediante cirugía pueden contribuir a los trastornos de comportamiento alimentario y a que distorsionemos nuestro concepto de peso corporal normal. Estudios publicados en 2008 y 2009 han observado que exponer modelos delgadas a chicas jóvenes disminuye, de forma inmediata, su satisfacción corporal, mientras que exponerlas a modelos con un peso normal o con sobrepeso no produce este efecto.

    Esta imagen irreal de lo que es un cuerpo sano nos impulsa a aprehender de manera implícita (y errónea) el ideal de delgadez o de juventud como sinónimos del éxito, pero nos distancia de una saludable autoconciencia de fragilidad. No extraña, por tanto, que varios psicólogos especializados en la imagen corporal consideren que los medios de comunicación pueden aumentar nuestra insatisfacción corporal. Y existen más consecuencias negativas.

    El precio a pagar por un cuerpo ideal

    Los dos grupos más vulnerables a la búsqueda del cuerpo perfecto y el peso ideal son las mujeres mayores y los adolescentes

    La búsqueda para alcanzar el cuerpo ideal viene acompañada de notables costes. Hay que contar con la inversión financiera: libros, revistas, consultoría profesional, material deportivo, inscripción a clubes deportivos, alimentos especiales, suplementos dietéticos, fármacos, cirugía estética, etcétera. También hay que contabilizar el tiempo invertido en intentar conquistar ese inasible «trono». Y, sobre todo, lo que invertimos en salud. Investigaciones publicadas en 1996, 2009, 2010, 2011, 2012 muestran que dicha búsqueda se puede asociar a:

    • La práctica de regímenes dietéticos inadecuados o de restricciones alimentarias injustificadas
    • Trastornos del comportamiento alimentario
    • Realización de ejercicio de manera compulsiva
    • Una creciente insatisfacción con el propio cuerpo
    • Sentimientos de culpabilidad o vergüenza
    • Más riesgo de aislamiento social, depresión, autolesión o incluso suicidio

    Todo ello puede ser una gran fuente de infelicidad y tener un impacto muy negativo en la calidad de vida. Esto resulta preocupante en todos los grupos de población, pero los dos grupos más vulnerables son las mujeres mayores y los adolescentes; sobre todo, las chicas adolescentes.

    • Las mujeres mayores experimentan fuertes presiones para mantener su juventud y delgadez y se enfrentan a la imposible tarea de desafiar el proceso natural de envejecimiento.
    • En cuanto a las chicas adolescentes, se ha observado insatisfacción corporal hasta en niñas de 9-12 años de edad en los países occidentales, algo decisivo en el desarrollo de diversos trastornos del comportamiento. Hay investigadores que proponen que los padres deben limitar la exposición de los niños a los medios de comunicación, promover la alimentación saludable y la actividad física, y fomentar la participación de los niños en actividades que aumenten su autoestima.

    El peso ideal o el peso perfecto pueden definirse, en resumen, como un absurdo constructo intelectual, o como una resbaladiza entelequia.

    El peso ideal en personas con exceso de peso

    Hoy se sabe que es casi imposible que una persona con exceso de peso alcance el mal llamado “peso ideal”. Lo cierto es que el objetivo de conseguir un peso corporal normal en el tratamiento de la obesidad está obsoleto. Proviene de épocas pasadas en las que la obesidad no era vista como una enfermedad crónica.

    El enfoque del exceso de peso debe ser realista (reducir el peso corporal en un 5-15% durante un período de tiempo prolongado) y debe tener presente que toda enfermedad crónica conlleva en sí misma la vulnerabilidad a la recaída, aunque se haya conseguido un éxito momentáneo. Deberíamos focalizar más esfuerzos en mantener nuestro peso y no tantos en perderlo. De nuevo, Ancel Keys declaró en 1986 algo que sigue vigente hoy en día: el objetivo de perder peso para llegar a un punto “ideal” da vida a un grandísimo negocio: el de la cosmética, el de los productos farmacéuticos o para-farmacéuticos, el de los institutos de belleza, el de la cirugía plástica, el de las terapias alternativas y un largo etcétera.

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