Entrevista

Marta Garaulet, doctora en Farmacia

La falta de un patrón regular en los horarios de comidas favorece la obesidad y el riesgo cardiovascular
Por Maite Zudaire 31 de marzo de 2010
Img marta garaulet
Imagen: CONSUMER EROSKI

Profesora titular de Fisiología y Bases Fisiológicas de la Nutrición en la Universidad de Murcia, Marta Garaulet (doctora en Farmacia) viajó a Boston para investigar la nutrigenómica en el tratamiento de la obesidad. Es autora de libros prácticos como “Pierde peso sin perder la cabeza”, “Niños a comer” o “535 recetas para adelgazar comiendo”. Optimista racional, sus convicciones provienen de profundos estudios analíticos que adelantan la cercanía de soluciones racionales para combatir la obesidad, la gran enemiga de la salud del siglo XXI en el mundo occidental. Atiende a EROSKI CONSUMER al término de su ponencia en el II Congreso de la Federación Española de Sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética (FESNAD), celebrado a principios de marzo en Barcelona. Su exposición ha despertado la curiosidad y el interés de un público heterogéneo compuesto por médicos, nutricionistas, sanitarios e investigadores que tienen un nexo y un objetivo comunes: la nutrición y convertir la alimentación en una herramienta aliada de la salud.

Su ponencia en el II Congreso de la FESNAD se centra en “Nutriómicas en obesidad”. ¿Cómo se acerca al ciudadano un término tan novedoso y, en apariencia, tan complejo?

Se refiere a la interacción de la nutrición y distintas ciencias relacionadas con la genética. Lo interesante es que mediante nuestros hábitos de vida o nuestra alimentación somos capaces de interactuar con nuestros genes y provocar que estos se expresen o no. Si impulsamos la expresión de los genes protectores para la salud y que se apaguen o no lleguen a expresarse los genes que son dañinos, habremos logrado un hito. Además, la nutrigenética aspira a conocer la variante génica que dicte el diseño de una dieta a medida que ayude a alcanzar los objetivos de pérdida y mantenimiento de peso.

Fue en Estados Unidos donde investigó en el ámbito de la nutrigenómica, junto con el profesor José María Ordovás, durante su estancia en la Universidad de Tufts. ¿Qué le ha marcado más de su investigación y acercamiento a la nutrigenómica?

Hay dos momentos fundamentales. El primero son los estudios del doctor Antonio García Ríos, con el equipo de Francisco Pérez Jiménez, de la Universidad de Córdoba, y del propio José María Ordovás, que indicaban que variantes génicas, en principio protectoras frente al riesgo cardiovascular, con el hábito tabáquico se convierten en dañinas. Esto demuestra el efecto tan negativo que tiene el tabaco sobre nuestra salud. Algo semejante sucede con la obesidad y su interacción con los genes. Si el individuo es obeso, polimorfismos que en principio eran protectores frente a riesgo de enfermedades metabólicas como cánceres o el infarto de miocardio, se adormecen con el exceso de peso y pierden sus capacidades protectoras. El mensaje es positivo: hemos desechado que somos consecuencia de nuestros genes. Hoy, gracias a las nutriómicas, modulamos nuestros genes con nuestras decisiones, en la vida y en la alimentación.

Han comprobado una respuesta distinta a la dieta según los polimorfismos o las variantes genéticas de cada individuo, entre ellos el gen “clock”. ¿Cómo lo consiguieron?

“Modulamos nuestros genes con las decisiones que tomamos en nuestros hábitos de vida y de alimentación”

Nuestro objetivo fue examinar diferentes polimorfismos del gen reloj “clock” y su posible asociación con la obesidad de los individuos, la ingesta de energía y grasa y diferentes factores de calidad de sueño en el ser humano. Nuestros resultados mostraron que, de los cinco polimorfismos estudiados, tres se asociaron con la obesidad y la ingesta. Los individuos portadores de la variante génica comían más, dormían menos e ingerían más grasa. Estaban más obesos y, en particular, tenían una mayor obesidad abdominal, caracterizada por ser la de mayor riesgo metabólico.

¿Lo determinaba el gen?

En la revista científica “American Journal of Clinical Nutrition” se ha publicado que esas asociaciones sólo se desarrollan si el individuo come mal. Es decir, los individuos con un alto contenido de grasas saturadas (bollería industrial, embutidos, etc.) en su dieta y baja ingesta de aceite de oliva fueron quienes engordaron al desarrollar polimorfismo, o tuvieron obesidad abdominal o alteraciones de la glucosa. Sin embargo, las personas que comían con un contenido en aceite de oliva (ácido oleico) superior a la media, a pesar de la variante génica, no estaban más obesos, ni tenían mayor riesgo de resistencia al metabolismo de la glucosa.

La conclusión es interesante. Se podría decir que con una buena alimentación somos capaces de revertir los efectos deletéreos (que pueden causar la muerte por envenenamiento) de ciertos polimorfismos génicos.

Una vez terminado este estudio, se nos planteó la duda de si los resultados se podrían replicar en una muestra española mediterránea, por lo que analizamos el ADN de 500 pacientes del Método Garaulet -derivado de la dieta mediterránea-. Cuando analizamos los mismos polimorfismos del gen “clock”, antes estudiados en la población norteamericana, comprobamos que, de nuevo, los pacientes portadores del alelo menor del gen “clock” tenían un mayor grado de obesidad y, en particular, de obesidad abdominal. También constatamos, todavía más interesante, que estos pacientes con el polimorfismo (30% de la población estudiada) perdían peso con mayor dificultad durante las 30 semanas de tratamiento dietético.

¿Se puede decir que tenemos un reloj biológico que marca el efecto de los alimentos?

Los humanos tenemos en nuestro cerebro una región denominada “núcleo supraquiasmático”. Se localiza encima del quiasma óptico y es capaz de poner en hora nuestro organismo, es nuestro reloj central. En él se expresan una serie de genes que dan lugar a proteínas que ponen en marcha el reloj central. Estos genes, llamados genes reloj, forman dímeros y, así, se dividen en dos grupos: unos que activan este reloj central, como el “bmal1” y el “clock”, y otros que lo desactivan o deceleran, como son la pareja “per” y “cry”. La expresión y traducción de estos genes en proteínas tiene un ritmo circadiano, es decir, de 24 horas. Hay unos 12 genes reloj que están en constante funcionamiento en el cerebro humano.

¿Cómo han llegado a obtener estos resultados?

“Comer a ciertas horas, podría favorecer una mayor acumulación de grasa”

La ciencia ha probado el funcionamiento de diferentes relojes periféricos en distintos tejidos. Recientes descubrimientos confirman que el corazón, el hígado y el páncreas tienen relojes periféricos que funcionan de manera autónoma, aunque el reloj central es capaz de modularlos. Nuestro equipo de investigación ha sido pionero en demostrar que el tejido adiposo humano también dispone de un reloj circadiano interno, lo que tiene gran relevancia en la relación entre obesidad y cronobiología. Nuestros resultados obtenidos en cultivos de tejido adiposo humano han demostrado que la grasa humana expresa genes reloj, que además fluctúan a lo largo de 24 horas y que parecen ser capaces de regular y poner en hora a otros genes importantes del metabolismo adiposo.

¿Qué puertas abren estas investigaciones?

Todo apunta a la idea de que en el funcionamiento del tejido adiposo hay horas. Esto podría indicar que el exceso de grasa en el organismo humano, es decir, el sobrepeso y la obesidad, no sólo se asocian con qué comemos, sino también con cuándo lo hacemos. Podría suceder que comer a ciertas horas favoreciera una mayor acumulación de grasa.

Esto podría explicar cómo está contraindicado para un individuo comer determinados alimentos si quiere tratar su trastorno. ¿El consumo de pan, un alimento muy consumido en nuestro país, tendría un mayor rendimiento energético en unas personas que en otras?

Sabemos que un nutriente tan señalado como la glucosa, que se halla básicamente en alimentos del grupo del pan, se absorbe y metaboliza mejor por la mañana que por la noche, lo que puede tener consecuencias metabólicas importantes en el individuo. Otro ritmo circadiano muy conocido es el de los corticoides. Estas hormonas, que ayudan a activarnos, también aumentan el apetito y sus concentraciones son mayores por la mañana para ayudamos a enfrentamos a la actividad matutina. Por la noche, en cambio, los corticoides disminuyen para permitirnos dormir con tranquilidad. Cuando hay alguna alteración en estos ritmos, como en situaciones de estrés o en trabajos a turnos, la fisiología del individuo se modifica, se altera su sueño, su ingesta y se ha descrito que en estas circunstancias el individuo suele engordar.

¿Se entiende que hay un momento óptimo para comer?

“El sobrepeso y la obesidad no sólo se asocian con qué comemos, sino también con cuándo lo hacemos”

Todavía estamos lejos de aceptar esta afirmación. Sin embargo, sabemos que retrasar la comida hacia la noche no es adecuado y que, sin embargo, es más aconsejable tomar un elevado contenido calórico en el desayuno, por la mañana. Nuestras hormonas y enzimas tienen horarios fisiológicos marcados por nuestro reloj interno. Si comemos a deshora, no tendremos sincronizadas nuestras hormonas y enzimas fisiológicas con nuestra ingesta, esto puede llevar a una situación de “lipotoxicidad”, es decir, que el exceso de energía que tomemos tenga más efectos negativos sobre nuestro organismo porque se acumule en zonas indeseables, como hígado o páncreas, o que se dificulte su oxidación.

Entonces, la diferencia entre la ganancia y la pérdida de peso está determinada en parte por el momento del día en que se come, más allá del valor energético de la propia comida.

Aunque el valor energético es lo más importante, el momento de ingesta puede condicionar que los alimentos se acumulen más o menos o tengan una mayor o menor lipotoxicidad, aunque todavía falta mucha investigación en este sentido. Sabemos que la alimentación es, junto con la luz, el sincronizador externo más importante de los ritmos circadianos de nuestro organismo. Los humanos comemos, en general, a las mismas horas. Recientes estudios han demostrado que la falta de un patrón regular en los horarios de comidas favorece la obesidad y el riesgo cardiovascular. Si picamos continuamente o alteramos los ritmos de comidas, la información que recibe el organismo es confusa y los ritmos circadianos internos se alteran y causan cambios importantes en nuestro metabolismo, en nuestra ingesta y en el peso. Sabemos que es importante qué se come, pero también seguir una cierta regularidad en las comidas.

Diversos estudios sobre la tolerancia a la glucosa y la actividad de la insulina en el organismo humano demuestran una mayor sensibilidad de las células a la insulina y una mayor actividad de esta hormona durante el día. Ante estos resultados, ¿en condiciones normales el organismo metabolizará mejor durante el día los nutrientes energéticos, como los carbohidratos que precisan insulina? ¿De ahí la importancia de un desayuno completo y un almuerzo o comida consistente?

La insulina tiene horarios y esto lo saben muy bien los pacientes con diabetes. Por la mañana, sobre las diez, nuestro tejido adiposo es capaz de producir altas cantidades de una proteína llamada “adiponectina”, considerada un ángel de la guarda, ya que nos protege frente a la resistencia a la insulina. Cuando la cantidad de adiponectina es elevada, la insulina funciona mejor y, en parte, es por ello que durante la mañana tenemos una mejor tolerancia a los carbohidratos que por la noche.

Algunos polimorfismos se relacionan menos con cuestiones biológicas o de metabolismo de los nutrientes y se asocian a aspectos psicológicos o de autocontrol cuando se sigue una dieta (abandono de la dieta, falta de voluntad, más estrés…).

El gen reloj protagonista de la regulación negativa del reloj central en mamíferos es el “period” o “per2”, que frena el funcionamiento de este reloj para que no se acelere durante el día. Diversos estudios han demostrado que la presencia de ciertos polimorfismos de este gen se asocia con diversas alteraciones psicológicas, entre las que destacan la depresión estacional y el trastorno bipolar. Esto nos hizo plantearnos si en la muestra de pacientes Garaulet, con sobrepeso u obesidad, habría alteraciones emocionales o psicológicas relacionadas con la obesidad y si éstas se asociarían a su vez con polimorfismos en el gen “period”. Nuestros resultados confirmaron que los individuos portadores del alelo menor eran más proclives a abandonar la dieta antes de llegar a su meta y en mayor medida, picaban entre horas, tenían estrés por la dieta o comían cuando estaban aburridos, lo que parecía indicar que tenían ciertas características emocionales asociadas con el “per2”.

En un futuro próximo, ¿se podrá hablar de una forma de alimentarse adaptada a las condiciones genéticas individuales?

Aunque las dietas son una alternativa única en el tratamiento de la obesidad, todavía hace falta un largo recorrido en investigación para mejora su efectividad. El sueño es alcanzar una nutrición personalizada, “un traje a medida” para cada paciente. Para ello es interesante la utilización de diferentes herramientas que nos ayuden a conocer a ese paciente. Entre ellas, el uso de cuestionarios que nos permitan identificar las barreras y obstáculos de cada paciente en su pérdida de peso. También es importante conocer si el individuo es un comedor emocional, incluso estudiar la cronobiología del individuo, sus ritmos de sueño y comida. En un futuro, quizá será interesante conocer los genotipos de ciertos genes diana.

¿Los de la obesidad?

Para mi grupo de investigación son especialmente interesantes los genes asociados con la cronobiología. Estos nuevos descubrimientos pueden derivar en una mejora de la nutrición personalizada mediante la combinación del genotipado y la caracterización cronobiológica.

TÉCNICAS CONDUCTUALES DE EDUCACIÓN ALIMENTARIA

Marta Garaulet ha dedicado gran parte de su actividad profesional a desarrollar una terapia para tratar la obesidad que aúna técnicas conductuales de educación alimentaria y dieta. Según la autora, durante su estancia en 1989 en Boston aprendió el uso de la terapia conductual, una metodología que intenta “cambiar hábitos en el paciente y, sobre todo, mantenerlos a lo largo del tiempo”. Más que ayudar a las personas a decidir “qué” cambiar, consiste en conseguir que identifiquen “cómo” cambiar y enseñarles a “controlar los estímulos externos” que les hacen comer. Esto le llevó a fusionar las ideas de terapia conductual con la dieta mediterránea y así surgió el denominado “Método Garaulet”.

En su libro “Pierde peso sin perder la cabeza” explica, de forma amena y sencilla, la base científica de este método de pérdida de peso y educación nutricional basado en la dieta mediterránea, “que ha demostrado ser efectivo, no sólo en el tratamiento de la obesidad sino también en el de las enfermedades asociadas, como diabetes y síndrome metabólico”. Este plan “combina la terapia conductual, la educación nutricional, la actividad física y la dieta mediterránea, todo en forma de terapia de grupo”. Además, al basarse en la dieta mediterránea, la experta asegura que la alimentación es “más rica y palatable que las clásicas dietas hipocalóricas”. “Se puede comer con cuchara, permite caprichos y calorías opcionales para fines de semana y días especiales, y contempla el consumo de legumbres, que aumenta la ingesta de fibra y la sensación de saciedad”.

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