Educar despacio

El movimiento "slow" se traslada a la educación y propone a padres y docentes respetar el ritmo natural de aprendizaje de los niños
Por Marta Vázquez-Reina 18 de marzo de 2011
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Imagen: liz west

El ámbito educativo no ha quedado al margen del movimiento “slow” (despacio). Propuestas como el “slow school”, “slow parenting” o “slow education” intentan trasladar a la educación esta filosofía que rechaza el actual modo de vida acelerado. El objetivo es claro: lograr un cambio de actitud de los agentes educativos -padres, docentes y colegios-, para respetar los diferentes ritmos de aprendizaje y mejorar la calidad del tiempo escolar y extraescolar de los niños.

Imagen: liz west

Empezó hace ya 25 años como una propuesta alternativa a la comida rápida, «slow food» frente a «fast food». Desde entonces, el movimiento denominado «slow», que aboga por ralentizar el ritmo de vida diario y aprender a gestionar bien el tiempo, se ha extendido a otras áreas y ha dado lugar a nueva terminología: «ciudades slow», «slow travel» o «slow home», entre otras. Ahora también esta filosofía de vida se extiende al entorno educativo y propone nuevos modos de abordar la educación tanto en el ámbito escolar como en casa.

Educación acelarada

El ritmo rápido, los objetivos a corto plazo y la presión afectan a los resultados académicos

«Educar más y más deprisa con la finalidad de educar mejor». Así identifica el maestro y pedagogo Juan Domenech las pretensiones de la escuela hoy en día. En su obra ‘Elogio de la educación lenta’, Domenech, uno de los principales impulsores de esta teoría en nuestro país, describe el panorama educativo actual como un mercado de oferta y demanda donde destacan «una educación acelerada, programas sobrecargados y objetivos pensados para ser alcanzados antes de tiempo».

Las consecuencias no son satisfactorias. Como apunta el autor, el ritmo rápido, los objetivos a corto plazo y la presión, además de afectar a los resultados académicos a medio y largo plazo, provocan «situaciones insostenibles, pérdida de creatividad y estrés en los alumnos y profesorado». Además, esta aceleración no beneficia la igualdad, «ya que los ritmos intensos solo tienen respuesta en una parte del alumnado», matiza Domenech.

La propuesta «slow»

Frente a esta situación, los defensores del movimiento «slow» reivindican una educación más flexible, basada en el sentido común. Recomiendan pasar de considerar la actividad escolar como una carrera de relevos en la que el más rápido es mejor, a un camino firme donde importa aprender bien y asentar los conocimientos con un ritmo apropiado. Como señala Joan Domenech, «las actividades educativas tienen que definir el tiempo para ser realizadas, y no al revés».

Por este motivo, el «slow school» o «slow education» apuesta por métodos de enseñanza más eficaces y estimuladores para los alumnos, que atiendan a sus características particulares y modos de aprendizaje. Una de las ideas es evitar la obsesión por la educación precoz y adelantar contenidos académicos en niños que están en edad de aprender, jugar y desarrollarse en otros aspectos no intelectivos.

Se apuesta por métodos de enseñanza más eficaces y estimuladores para los alumnos

Carl Honoré, periodista y uno de los principales divulgadores internacionales del movimiento «slow», resalta en su obra ‘Bajo presión: rescatar a nuestros hijos de una paternidad frenética’, el modelo educativo finlandés. A pesar de que en este país «la escolarización es más tardía, no se mandan deberes y los escolares pasan menos horas en el colegio, sus resultados en las evaluaciones educativas son notorios». El sistema de autoevaluación, la disposición de más tiempo para relajarse, jugar y procesar lo aprendido en el aula son algunas de las claves del éxito en Finlandia.

«Slow parenting»: todo empieza en casa

Hoy en día, muchos progenitores planifican el tiempo de sus hijos hasta el último detalle: de nueve a dos al colegio y después, deportes, idiomas o clases particulares, baño, cena y a la cama. Ésta es una apretada agenda condicionada por la presión social, que ha llevado a los padres a creer como premisas obligadas que el niño debe aprender a leer en preescolar, saber inglés antes de terminar Primaria, un segundo idioma en Secundaria y destacar o «ser el mejor» en algún deporte o actividad artística.

Los progenitores planifican el tiempo de sus hijos hasta el último detalle

Honoré critica la cautividad a la que se somete a la infancia y a la juventud con esta excesiva planificación, no exenta de supervisión por parte de los progenitores. Los denomina «padres helicóptero», ya que planean sobre sus hijos de modo que «asfixian su capacidad de decisión, la conexión con su interior y la inmadurez». Este control milimétrico de su tiempo, afirma el periodista, elimina la posibilidad de disfrutar de momentos de «libertad» para jugar, inventar, descubrir, sufrir contratiempos, o aburrirse, «sus vidas se convierten en extrañamente sosas», concluye.

El «slow parenting» reivindica un cambio de la actitud parental. Éstas son algunas de las pistas que Honoré y otros especialistas aportan para conseguir ralentizar el ritmo y permitir que, tanto padres como hijos, disfruten de su evolución de una forma más pausada:

  • Apostar por el juego sencillo, básico y desestructurado como herramienta de aprendizaje. Jugar e inventar actividades con un simple trozo de cartón o un cajón de arena, buscar bichos o dibujar es más beneficioso para su desarrollo cerebral que muchos de los juegos actuales más sofisticados o tecnológicos.
  • Conseguir despertar en los niños la pasión por aprender, descubrir y sentir curiosidad por las cosas les ayudará más en el futuro que obligarles a adquirir antes de tiempo un exceso de conocimientos.
  • Confiar en su capacidad como padres, sin acudir de modo constante a manuales y libros que explican cómo deben educar a sus hijos. Ellos son quienes mejor les conocen.
  • Pasar más tiempo con los hijos, tiempo de calidad y sin prisas que proporcione, tanto a los padres como a los niños, la oportunidad de conocerse mejor y aprender unos de otros.
  • No intentar llenar los espacios «vacíos» de los niños con actividades planificadas, ser más flexibles y liberarles del estrés al que se someten muchos de ellos. Los hijos tienen que ir a su ritmo, no al de sus padres.
  • Respetar la infancia y no intentar que los niños se conviertan en adultos antes de tiempo.
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