El aspartamo

Se trata de un edulcorante descubierto en 1965 formado por la unión de dos aminoácidos
Por EROSKI Consumer 13 de enero de 2004

Los edulcorantes surgen para cubrir un puesto alternativo al consumo de azúcar común o de otras sustancias energéticas como la fructosa y la miel. Los edulcorantes, por definición, son aditivos alimentarios que confieren su sabor dulce a los alimentos.

Los nombres de estos aditivos, muchos de ellos difíciles de pronunciar o cuando menos de recordar, cada vez nos resultan más conocidos, ya que a día de hoy se comercializan en cualquier servicio de alimentación y en la mayor parte de bares, cafeterías y restaurantes. Años atrás, eran las tiendas especializadas y las farmacias, los únicos establecimientos que disponían de estos productos. Estas sustancias las encontramos en distintas formas, que se adaptan a los usos que se les vaya a dar: granulado, líquido o pastillas.

Tipos de edulcorantes

Los edulcorantes, entre los que se incluye el aspartamo, constituyen un grupo de aditivos que ha suscitado gran polémica, e incluso en ocasiones, a algunos de ellos se les ha relacionado con riesgo de cáncer. La Unión Europea, para autorizar cualquier tipo de aditivo, los somete al estricto examen del Comité Científico para la Alimentación Humana (SCF, siglas en inglés), que es el organismo que dictamina si una sustancia o producto se puede utilizar. Una vez aprobada la sustancia, el comité fija la Ingesta Diaria Admisible (IDA), que garantiza que ni siquiera un consumidor con hábitos de consumo muy diferentes a los de la media vaya a superar el máximo recomendable. La continua vigilancia a la que son sometidos los aditivos permite constatar una satisfactoria seguridad.

El aspartamo, a debate

El aspartamo, que lleva las siglas (E 951), es un edulcorante descubierto en 1965. Está formado por la unión de dos aminoácidos (constituyentes básicos de las proteínas), fenilalanina y ácido aspártico.

Esta sustancia no existe en la naturaleza, pero sí sus componentes, en los que se descompone tras la digestión. Tiene un elevado poder edulcorante, es unas 200 veces más dulce que el azúcar. Por este motivo, a pesar de que aporta energía, se emplea en tan poca cantidad, que su valor energético resulta inapreciable. A diferencia de otros edulcorantes, carece de regusto.

Presenta un inconveniente y es que no resiste bien las altas temperaturas, por lo que no puede usarse en productos sometidos a calentamientos fuertes. Es por ello que su empleo en la industria alimentaria es amplio, pero limitado: refrescos, chicles, zumos, cereales, postres, edulcorante de mesa, lácteos, mermeladas, productos farmacéuticos, etc.

Tras numerosos estudios para valorar la inocuidad del aspartamo, se puede afirmar con rotundidad que es una sustancia inocua salvo en personas que padecen fenilcetonuria, una enfermedad congénita rara por la cual, quien la padece acumula cantidades muy altas de fenilalanina en sangre, lo que resulta tóxico y origina retraso mental y otras alteraciones importantes que merman la salud y la calidad de vida. Por este motivo, en el etiquetado de los productos que incluyan este aditivo, es obligatorio que aparezca mensajes que aludan a la enfermedad, como «no apto para fenilcetonúricos» o «contiene una fuente de fenilalanina». La ingesta diaria admisible es de 0-40 miligramos por kilogramo de peso (SCF).

¿Es realmente necesario?

El aspartamo, al igual que el resto de edulcorantes no calóricos constituyen una alternativa al consumo de azúcar y permiten seguir disfrutando a muchas personas del sabor dulce, con la ventaja de que no aportan calorías, no producen caries y no influyen en la glucemia o niveles de azúcar en sangre.

El empleo de aspartamo puede resultar ventajoso para quienes padecen exceso de peso, diabetes o hipertrigliceridemia; enfermedades en las que se ha de controlar la ingesta de azúcares sencillos. Para la población sana, los edulcorantes no son necesarios, puesto que el consumo moderado de azúcares es perfectamente compatible con una dieta equilibrada.

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