El sabor de Polonia

Los interminables menús ofrecen una carta con variados entremeses fríos y calientes, guarniciones que se eligen aparte y deliciosos postres que sirven también para la merienda, una costumbre que todavía prevalece
Por EROSKI Consumer 4 de agosto de 2004

Viajar a Polonia es hacerlo a un país que florece pero que, al menos por el momento, conserva un toque de ingenuidad, evidente también en su oferta gastronómica y restauradora. La rigurosidad del horario como demostración de orden, control y derechos laborales, tan occidental ello, no se ha impuesto todavía y es fácil compartir desayuno con quien come, o merendar, (todavía se merienda), con quien cena.

Al sentarnos en una de las mesas de los innumerables restaurantes, coquetos espacios ganados a bajo suelos, a sobre suelos, a patios interiores o simplemente al zaguán de una casa, se acercará con una sonrisa un joven camarero que nos atenderá con cálido respeto. Nos ofrecerá una carta que parece un breve libro, con más de 20 páginas repletas de líneas, en las que se presentan los entrantes, platos fríos, sopas, ensaladas, platos calientes de carne y pescado, guarniciones y postres. Decidir qué comer es pues tarea difícil pero precisa, ya que las raciones son tan hermosas que acumular diferentes propuestas convertiría la comida en un festín interminable.

Entremeses y sopas

En los entremeses comparten espacio patés, ‘carpaccios’, (efectivamente, la gastronomía italiana adaptada está muy presente), pudings y revueltos de huevo, con platos de pasta fríos o calientes (los raviolis son los reyes). Dos platos que hay que probar en este espacio son ‘el sledz’ o arenque escabechado, fuerte y picante, acompañado, si se quiere, de un chupito de vodka; y ‘el tátar’ o bistec de buey con pepinillos. Las ensaladas, ricas y variadas, merecen un capítulo aparte, la gran mayoría de veces acompañadas por queso Feta, pepino y cebolla, coles rojas o zanahorias ralladas.

También merecen dos páginas en el menú las sopas, de gran tradición local. Si bien la mayoría carecen de sémola, y tienen cebolla, algunas opciones son tan rocambolescas que incluyen alubias e incluso callos (‘el flaki’), pues la casquería, aunque difícil de encontrar en menús de turistas, es muy típica de lugares más aislados. Si se gusta de los caldos, es un lugar exquisito para probar opciones muy diferentes, algunas de ellas más parecidas a un puré, como ‘el grochówka’, o ‘el barszcz’, un caldo de remolacha que se sirve con carne envuelta en hojaldre y tiene un sabor muy dulce.

Carne muy hecha

En los platos fríos y en los platos calientes siempre están presentes el cerdo, el buey y la ternera, a un punto que para nuestra costumbre es considerado muy hecha. La oferta de pescado es bastante reducida, casi limitada al fletán, la carpa y el salmón, y algo más extensa en la costa báltica, pero sin grandes pretensiones. Las técnicas culinarias van desde el frito, asado o guisado, aunque muchas veces se oculta su hacer entre deliciosas salsas de crema, nata y harina. Existe la particularidad que la guarnición se debe elegir (y pagar) aparte. A su efecto se encuentra casi al final de la carta al menos dos páginas describiendo las posibilidades. Patatas fritas, polacas (lo que nosotros llamamos a la panadera), pimientos amarillos y rojos, puré de patata o de puerro, sofrito de cebolla y pepino, son algunas de los acompañamientos que convierten la ración en un verdadero reto para los grandes comedores. De cualquier forma, no puede dejarse Polonia sin probar las chuletas de cerdo rebozadas o ‘klotet schabowy’, y el lacón marinado o ‘golonka’.

Deliciosos postres

Para terminar, los postres. Como decíamos, en Polonia todavía se merienda, por lo tanto, la carta de postres es espectacular pues incluye los platos de merienda, que van desde los helados, las tortitas, los crepes, pasteles de queso, ‘plum cake’, piezas de fruta, macedonia de frutas, copas con cremas parecidas a la catalana y quesos frescos con mermeladas. Un manjar diferente para nuestros paladares son todos aquellos granizados, cremas o tortas en las que las protagonistas son las frutas silvestres tan comunes por esas latitudes y raras, al menos en un menú corriente, por las nuestras. Arándanos, frambuesas, fresitas, grosellas y moras tiñen de colorido y sabor el final de la comida.

Los postres se ofrecen siempre junto al café que, salvo que se evite expresamente, será tazón de agua oscura e insípida. El té es un buen sustituto, o solicitar expreso, aunque entonces el brebaje será un dedal casi denso.

Como una buena comida no puede degustarse sin un buen vino, Polonia es un buen lugar para degustar caldos chilenos, argentinos, israelitas y sudafricanos. Sobre todo el precio de estos últimos es muy interesante. Por la consistencia de sus platos, las variedades que priman son el Merlot y el Cabernet.

Cartas en inglés

En los lugares turísticos, siempre existe un ejemplar del menú en inglés, o al menos con la traducción a este idioma de los títulos polacos. De cualquier forma, el polaco, a pesar de ser eslavo, se escribe con alfabeto latino y las coincidencias con el español no son tan raras. Además, se habla casi como se escribe, con lo que a un viajero interesado no le resulta tan difícil terminar entendiendo lo básico.

Por lo tanto, lo dicho: ‘Smacznego’ (buen provecho).

Sigue a Consumer en Instagram, X, Threads, Facebook, Linkedin o Youtube