Porco celta, un producto con una larga historia

La tendencia generalizada por consumir productos con propiedades organolépticas originales puede ayudar a que su carne se asiente en el mercado
Por Elena Piñeiro 4 de agosto de 2009

El porco celta empezó a desaparecer hacia los años cincuenta. Hasta entonces, ocupó un lugar destacado en los establos de Galicia, pero eso no impidió que se convirtiera en una especie en peligro de extinción. Hoy en día, comienza a ser considerado un referente gastronómico de primer orden por la calidad y el sabor de su carne y de sus productos derivados. La Universidad de Vigo, en el Campus de Ourense, trabaja en un proyecto de investigación para establecer las bases científicas que permitan mejorar la productividad del cerdo de raza celta. El objetivo es establecer el efecto de la edad de sacrificio y de la utilización de la castaña en la dieta de finalización sobre la calidad de su carne.

Img porcoImagen: UCO

Las cualidades de la carne de porco celta son diferentes a las del cerdo tradicional. Su producción se cuida más, lo que repercute en el precio final (más caro) y los lechones crecen con mayor lentitud, en comparación con otras razas. Además, se destetan a los 40 días, mientras que en las granjas industriales lo suelen hacer a los 21, tienen menos cantidad de lomo que sus competidores y para curar un jamón hacen falta, como mínimo, dos años.

Una cuidada alimentación

Junto a la genética, el sexo y la edad de sacrificio del animal, uno de los factores más influyentes en su calidad organoléptica es el tipo de alimentación. Las antiguas explotaciones se basaban en una dieta compuesta a partir de lo que encontraba el propio animal cuando pastaba por los caminos y por el monte. Esta alimentación se completaba, en su mayoría, con productos de la huerta: coles, patatas, nabos, remolacha y, en épocas otoñales previas a las matanzas, se les daba un acabado en los «soutos» (bosque de castaños) o «carballeiras» (bosques de robles), donde sólo ingerían pasto, setas, castañas y bellotas.

La alimentación es uno de los factores que más influyen en la calidad y particularidad de la carne del porco celta

Para ampliar los conocimientos sobre la genética y la morfología de este animal, el Instituto Orensán de Desenvolvemento Económico (INORDE) y la Universidad de Vigo desarrollan un estudio científico, cuyos resultados pretenden mejorar la calidad de los productos. La investigación analiza la productividad y se plantea establecer el efecto de las castañas en la dieta de finalización y la edad de sacrificio en la composición nutricional y la calidad de la carne.

En total, en el estudio se utilizan 40 lechones cedidos por el INORDE, machos y hembras destetados y castrados a los dos meses de vida. Se ensayan dos edades de sacrificio, a los 14 y a los 17 meses, y dos dietas de finalización en los últimos tres meses de cebo: una a base de piensos y otra compuesta por castañas. Con los resultados que se obtengan, se establecerán unas bases científicas que permitan mejorar la productividad y utilización de los recursos autóctonos para su alimentación.

Una carne saludable

Los productos del monte favorecen que esta carne se asemeje a la del cerdo ibérico. La carne de cerdo, calificada durante muchos años como grasa, perjudicial para la salud, es uno de los alimentos cuya grasa total es, en gran parte, rica en ácidos grasos insaturados, reconocidos por sus cualidades saludables.

Los cerdos ibéricos alimentados de forma parecida a los celtas, con bellotas y pasto de montanera, ricos en ácido oleico (monoinsaturado), tienen una carne con un perfil graso saludable que se puede incluir en una dieta equilibrada e, incluso, si se eligen las partes magras, en dietas bajas en calorías.

SALVADO DE LA EXTINCIÓN

En la Unión Europea, los dos países que más porcino producen son Alemania y España. Nuestro país es el que registra un mayor consumo en comparación con la ingesta de carnes en el resto de países europeos. La cría de cerdo ha sido determinante en la subsistencia de la economía familiar y en el medio rural. En Galicia, el cerdo celta fue un pilar de apoyo para las familias, que repartían la vida del animal entre los establos y el propio monte para proporcionarle una alimentación natural. Ésta hacía posible una mejor subsistencia de la raza y confería a su carne una calidad especial.

La influencia en el campo de los cambios socioeconómicos ocurridos a partir de los años setenta, como el desarrollo a gran escala de la ganadería intensiva y la puesta en marcha de nuevos y diferentes sistemas de producción, hizo que los animales dejaran de ir al monte. Su alimentación cambió, entraron nuevas razas más productivas y el cerdo autóctono casi llegó a extinguirse.

Las propias asociaciones de productores aseguran que la recuperación de esta raza autóctona se ha dado gracias al recuerdo de la calidad de aquellos jamones, lacones y chorizos anteriores a la “urbanización del campo” y al valioso interés de un grupo de veterinarios que han puesto ilusión y entusiasmo en su recuperación. En la actualidad, la carne de porco celta encaja en un mercado donde la tendencia está dirigida a un consumidor más exigente, que busca productos de calidad, con características organolépticas genuinas.

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