¿Sabemos lo que comemos?

Un estudio avanza en las pautas para reforzar las razones por las cuales comer debe ser un acto meditado y consciente
Por Maite Zudaire 1 de marzo de 2012
Img comiendo
Imagen: El disparate

Comer implica tomar decisiones: qué, cuánto y cómo comer. También podría añadirse cuándo y dónde. Las respuestas hay que encontrarlas. Para que sean las acertadas, se precisan conocimientos, cada día más asequibles. Investigadores de la Facultad de Salud Pública de Harvard han puesto en evidencia una cualidad clave que la rapidez de la vida diaria ha ocultado: la consciencia. La alimentación correcta implica comer mientras cada uno se ve y se reconoce y juzgar esa visión y ese reconocimiento.

Hay que pensar qué se come

Una alimentación consciente colma el apetito con menos cantidad de comida

Se puede caminar sin necesidad de pensar los pasos, pero no se puede escalar sin cavilar. Del mismo modo, se come sin necesidad de reflexionar sobre cómo acercarse la comida a la boca, pero hay que pensar en qué se come. Alimentarse es un acto cotidiano, pero no debe ser un acto inconsciente.

Investigadores neoyorquinos solicitaron a un grupo de comensales que levantasen una cucharada e interrumpieran el acto de llevarla a la boca para destinar unos segundos a pensar qué iban a comer. Muchos fueron incapaces de acertar. Comían, pero no sabían qué. Se les había olvidado. Las prisas, que se alientan de modo erróneo desde pequeños («come rápido«), no son buenas compañeras, incluso si solo se come un emparedado para el almuerzo. Esos diez minutos delante del ordenador o en la sala del café han de pautarse con conocimiento.

Elegir qué comer para satisfacer a los comensales

La consciencia debe regir todos los pasos: desde la elección de qué comer hasta cuándo dejar de hacerlo porque ya se ha ingerido suficiente. No es necesario elevar a la categoría de trascendental algo tan natural como la alimentación, pero tampoco se puede caer en la torpeza de reducir el cumplimiento básico al de saciar el hambre. Los autores del informe, que acudieron a una empresa puntera de tecnología para realizar la prueba, buscaron la satisfacción de los comensales en un proceso de introspección, sin olvidar el disfrute. Partieron de la necesidad de un término muy actual, como es «desaprender»: quitar el mal hábito de «tomar cualquier cosa y de cualquier manera».

Sin tener en cuenta la elección del menú, se instaba a masticar, saborear, buscar el placer en los bocados y satisfacer el apetito, así como la apetencia. Daba igual si era una chocolatina, una hamburguesa o una ensalada. Hubo que observar, sostener, interiorizar y disfrutar de la comida. Se intuía y se quería apuntar el aprendizaje que se logra tras sintonizar la acción de comer con el conocimiento de lo que se come. Se identificó que el tiempo destinado a comer se aprovechaba más para alimentarse y no se permitía que algo ajeno alterara el momento.

Las propias necesidades durante ese espacio se imponían a otras que interrumpían sin respeto el momento de la comida. Y se descubrió que una alimentación consciente colma el apetito con menos cantidad de comida.

Medir las cantidades de comida

Comer rápido significa comer más y elegir peor

La alimentación consciente se ha manifestado como una barrera contra la sobrealimentación. Disfrutar del olor, el sabor, el color, la textura y la forma, en definitiva, disfrutar con los cinco sentidos de la comida conduce a no querer correr. Un efecto secundario es sentir placer durante más rato, pero más despacio, lo que lleva a levantar una barrera al hartazgo, esta vez inconsciente.

En el proceso de alimentarse, de disfrutar con una hamburguesa y poner todo el interés en lo que se hace, se llega a escuchar al organismo cuando avisa que ya se ingirió suficiente. Esta victoria en la lucha contra la obesidad y la mala alimentación llega porque se reconoce que comer rápido significa comer más y elegir peor. Dicho de otra manera: la consciencia no implica destinar más rato a la comida, sino destinar todo el tiempo de la comida a comer, lo que incluye elegir cuándo terminar de comer.

EL COMIENZO DE LA COMIDA, CLAVE PARA UN BUEN FINAL

El mundo va muy deprisa y con la velocidad se pierde la capacidad de introspección. Se quiere llegar a la meta y se olvida que lo importante es recorrer el camino. Trasladar estos pensamientos a la alimentación es definitivo en la lucha contra la obesidad. Es dotar de más herramientas a la sociedad que trabaja para lograr una alimentación equilibrada y sana y un estado de forma con mayor bienestar. Para comenzar a trabajar la consciencia hay que hacerlo, como siempre, por el principio.

Jan Chozen Bays, doctora en pediatría de Harvard y autora de Mindful Eating: A Guide to Rediscovering a Healthy and Joyful Relationship with Food (Comer consciente: una guía para redescubrir la relación saludable y divertida con la comida) se preguntó por qué comemos uno u otro alimento o si solo lo hacemos porque estamos tristes y estresados. Por eso, la primera pregunta que hay que hacerse antes de empezar a comer es si se quiere comer y cuánto. Planteada la cuestión, la ingesta de alimentos será consciente y buscará dar respuesta a una necesidad.

Lograr el hábito de preguntarse y responderse, de comenzar la comida y condicionar el final, precisa de constancia, pero la ventaja es que en el proceso de aprendizaje se pone en práctica la consciencia, y eso ya es un éxito.

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