Entrevista

Juan José Millán, psicopedagogo director del gabinete ÁREA 44

¿Zona libre de niños? Me resulta un concepto terrible, como si se tratara de una zona libre de humo
Por Blanca Álvarez Barco 4 de abril de 2019
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Imagen: Farina6000

Los trenes, aviones u hoteles solo para adultos cada día cuentan con más clientes. ¿Es necesario cerrar zonas a los pequeños o tener horarios sin ellos? ¿Molestan los niños? ¿Por qué? El psicopedagogo Juan José Millán, director del gabinete ÁREA 44, cree que los niños de hoy, como los de ayer, necesitan correr, saltar, reír en alto… pero los adultos no siempre atendemos a estas necesidades. Trata de encontrar una explicación en los cambios sociales, pero también en que los padres tenemos cada vez más dificultades para poner límites y normas y, además, estamos desbordados por las ocupaciones y problemas que tenemos fuera de casa, que nos agotan.

Aumentan los trenes silenciosos, vuelos sin niños, hoteles y restaurantes solo para adultos. ¿Por qué cree que tienen tanto éxito?

Este fenómeno me resulta muy peculiar, aunque quizá sea producto de los cambios sociales. Hay muchos padres y madres que están separados o divorciados y que disfrutan de la custodia compartida, por lo que me imagino que parte del éxito de estos espacios que excluyen a niños triunfan por dos motivos. El primero de ellos, porque estos padres quieren “descargarse” de hijos en los momentos en que “no tocan”, para centrarse en planes personales, con parejas, etc. Y, por otra parte, detrás cada separación o divorcio existe una intrahistoria en la que pueden quedar subyacentes sentimientos de culpabilidad, no solo hacia el excónyuge, sino también hacia la situación a la que quedan relegados sus hijos, y quizá estar en un restaurante, avión u hotel con otras familias con niños pueda estar recordando constantemente a este padre o madre su “fracaso” matrimonial/familiar/parental, cuando lo vive así.

No todos los niños son vándalos, pero necesitan moverse. ¿Cree que ahora no les dejamos gritar, correr ni jugar y queremos que sean robots más que niños?

“Ser padres exige de nuestro tiempo, de nuestra dedicación y de momentos específicos para nuestros hijos”

No siempre atendemos a las necesidades evolutivas de los niños, que necesitan experimentar, caerse, gritar, correr… y no les dejamos porque nos molestan. En ese momento sacamos el teléfono o la tableta y les enchufamos para que estén tranquilos y nos dejen descansar. Lo que percibo como realmente preocupante en esta dinámica es que siempre se encuentra una justificación a esa situación: “es que llevo todo el día trabajando y necesito descansar”, “tengo que trabajar y si están corriendo y gritando no me concentro”, “necesito un respiro”… Pues mire, no. Ser padres exige de nuestro tiempo, de nuestra dedicación y de momentos específicos para nuestros hijos.

¿Y ese es el problema, que somos cómodos?

El problema creo que está en la dificultad que hoy en día tienen los padres de cara a poner límites a sus hijos, a establecer ciertas normas, mecanismos de recompensa y a lo desproporcionado de los castigos. Los niños terminan por aprender que todo vale y quedan supeditados a nanny-phone o nanny-tablet, que parece ser lo único que en muchos casos sirve para que estén de la forma que los padres consideran que deben, y que no es como tiene que ser. Ser padre significa tirarse por el suelo, disfrazarse, saltar, convertirse en cuentacuentos, asombrarse con cosas que dejaron de generarnos asombro hace décadas, construir una mochila con recursos de juego, aprovechar las cajas de cartón para convertirlas en coches o castillos, mancharse, quedarse afónico jugando en el parque… y todo ello asignando normas, espacios, límites y tiempos. La tarea, sin duda, no es fácil, pero es nuestra misión. Así lograremos tener niños, no autómatas.

¿Por qué parece que nos molestan tanto los niños?

Por una parte, los mecanismos de recompensa juegan un papel, cuanto menos curioso, en este asunto. Llegamos a casa después de un duro día de trabajo y, lejos de sentarnos a disfrutar de una tarde/noche con una buena música, una serie o una película, sentados en nuestro confortable sofá, hemos de ponernos a preparar la cena, ayudar a alguno de nuestros hijos con el examen de mañana o con los deberes, escuchar un problema que ha tenido en el colegio, encontrarnos con una nota del profesor que dice que se ha portado mal, peleas entre hermanos, gritos, ganas de jugar y… ¡quieren estar con nosotros! Llevan todo el día en el colegio, sin parar, y nos necesitan. Pero es que somos sus padres. A veces, llegar a casa no es sencillo: los niños igual están enfadados, tristes, con una adolescencia precoz efervescente, y los padres, que a lo mejor llevamos trabajando desde las ocho de la mañana, no queremos encontrarnos eso.

Pero también molestan a otras personas.

Sí, también está la incomprensión de otros adultos. A mí como padre me sucede en el supermercado o en el cine que algunos ojos me buscan y al encontrarme parece que me exigen pedir perdón o que se despierte en mí la voluntad de irme de donde estoy porque los niños están jugando, llorando o simplemente porque se ríen como niños viendo una película.

¿Los padres de ahora tenemos menos paciencia que nuestros padres o más cargas?

“Fuera de casa y de la familia, tanto el padre como la madre tenemos más ocupaciones, más problemas y estamos más cansados al llegar al hogar”

Sin duda la familia ha cambiado mucho, muchísimo. Y no creo que tengamos menos paciencia. Pero sí creo que fuera de casa y de la familia, tanto el padre como la madre tenemos más ocupaciones, más problemas y estamos más cansados al llegar al hogar. Compartimos menos tiempo con nuestros hijos y eso hace que fabulemos sobre lo que consideramos que debería ser el tiempo juntos, esperando que sea magnífico, de película… Y la realidad no es así: hay peleas, enfados, conflictos… Y ahí entra en juego nuestro cansancio, nuestra ansiedad, nuestro estrés y la frustración de encontrarnos que lo que iba a ser un fantástico día o tarde en familia se tuerce.

¿Cree que los restaurantes, hoteles… sin niños son una moda, un negocio por explotar o una necesidad para los adultos de relajarse y estar en entornos sin niños?

Me cuesta dar una respuesta. Me planteo si podría entender ciertos emplazamientos, horas, etc., en los que habría una zona libre de niños, pero me resulta tan terrible el concepto, que me da la sensación de que es como si se tratara de una zona libre de humo o en la que pone un cartel de “no se permiten perros”, por ejemplo. Lo que me preocupa es que quien vende este concepto está transmitiendo de forma implícita “los niños molestan y aquí no van a molestarte” y lo está convirtiendo en una oportunidad de negocio. Y ya sabemos cómo va el mundo de la oferta y la demanda: si lo oferto es porque lo van a comprar… y así sucede. La gente lo compra, refrendando esa tesis y explicando al empresario: “Véndeme espacios en los que no haya niños que puedan molestarme”. Creo que es una muestra más de nuestra sociedad actual, con ciertas conductas inesperadas que de pronto se observan como válidas y lógicas. No me extrañaría que esta tendencia se instalara y hubiera que terminar preguntando al hacer una reserva algo como “¿Quedan habitaciones en plantas para niños?, ¿Se permiten niños en el alquiler de esta vivienda? o ¿Se admiten niños en el restaurante?”, igualando en muy larga medida a una mascota. No hay coherencia entre esta postura y la búsqueda de una sociedad en la que las bases sean la inclusión, la tolerancia, la igualdad y la convivencia global.

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