Dieta BARF para mascotas: sin evidencia científica y con riesgos (también para ti)

La dieta BARF está de moda y se le atribuyen múltiples beneficios para las mascotas, pero tiene poco respaldo científico y supone varios riesgos para su salud… y la tuya
Por Beatriz Robles Martínez 24 de noviembre de 2020
dieta BARF mascotas
Imagen: iStock

Si no tienes cerca un perro o un gato es probable que nunca hayas oído hablar de ella, pero es una tendencia al alza (con repercusiones sobre la salud humana). Hablamos de la dieta BARF (Bones And Raw Food); de huesos y comida cruda. O, en una evolución publicitaria exitosa, de comida cruda biológicamente apropiada (Biologically Appropiate Raw Food). La dieta BARF consiste en incluir ingredientes de origen animal sin cocinar (carne, vísceras, huesos, leche o huevos) en la alimentación de perros y gatos domésticos. Y es controvertida, porque cuenta con poco respaldo por parte de las instituciones encargadas de la sanidad animal y humana, y entraña riesgos.

¿Tiene sentido dar comida cruda a las mascotas?

Intuitivamente, la idea es muy buena: aproximar la alimentación de los animales de compañía a la dieta que seguirían si estuviesen en libertad en un entorno natural para mejorar su calidad de vida y prevenir problemas de salud. Parece un planteamiento sin fisuras. Pero se resquebraja al llevarlo a la práctica, en el momento en que se pasa de la teoría a las condiciones reales en las que viven nuestras mascotas (que ni se acercan a las que tendrían en estado salvaje).

No es lógico pretender domesticar a un animal y que nada cambie en su biología. Es verdad que los lobos, ancestros y modelo al que podría parecerse un perro en estado salvaje, tienen una capacidad limitada para digerir los hidratos de carbono. Pero también tienen una esperanza de vida muy inferior en un entorno absolutamente distinto. Los perros ya no son lobos, y en esta evolución han incorporado diversos cambios genéticos, entre ellos, la capacidad de digerir almidón o cambios en el metabolismo de las grasas (aspectos que se consideran cruciales en la domesticación).

¿Quién inventó la dieta BARF?

El empujón al planteamiento BARF vino en la década de los 90 de la mano de publicaciones sin base científica, y es una tendencia que se ha ido abriendo hueco en un contexto en el que no solo hay más perros y gatos en los hogares, sino que además ya no son meros animales con los que convivimos, sino parte de la familia en mayor o menor grado.

Emocionalmente es complejo establecer un vínculo tan profundo con un ser vivo que dependerá por completo de su “humano” durante toda su vida y que, previsiblemente (y en el mejor de los casos), morirá antes que él. Este es el loable motivo que ha facilitado el crecimiento de la popularidad de las dietas BARF entre los dueños de mascotas: la búsqueda del bienestar de sus animales.

Se ha investigado sobre las razones específicas que llevan a interesarse por este tipo de alimentación. Destacan el respeto a la naturaleza carnívora de los perros o mejorar su salud. Pero también tiene peso una mala experiencia previa con la comida para animales, la desconfianza en las marcas comerciales de pienso o la presencia de aditivos (el mismo miedo que tenemos con la alimentación humana). Algunas crisis alimentarias han contribuido a asentar esta preocupación.

Dieta BARF vs. pienso

En 2007, comida para animales procedente de China y adulterada con melamina (una sustancia que se empleaba como fuente de nitrógeno) produjo numerosas muertes de mascotas en EE.UU. y provocó que se cambiase la legislación. La difusión de bulos sobre piensos, o la retirada de productos por distintos incumplimientos (algo que también se hace en alimentación humana y demuestra que el sistema de control funciona), también han dado alas a la idea de que la comida comercial no es de fiar.

Para rematar, la investigación abierta por la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense) para estudiar la posible relación entre el consumo de piensos “libres de cereales” (que se consideran de mayor calidad) y el desarrollo de miocardiopatías extiende las sospechas también a la gama “premium”, aunque no se haya probado esa asociación ni se hayan emitido recomendaciones para evitar esas marcas. A estos motivos se suman también componentes sociales, culturales y éticos: si los piensos están hechos con subproductos que los humanos no comemos, ¿por qué dárselo a los animales?

Qué beneficios promete la dieta BARF

La dieta BARF se propone como la estrategia dietética para conseguir todo un abanico de beneficios para el animal: reforzar el sistema inmune, mejorar la salud de los dientes, la piel y el tracto gastrointestinal, reducción del riesgo de cáncer… incluso se postula como la vía para conseguir efectos positivos sobre su comportamiento.

? Lo que dice la teoría

La teoría es que todo ello se conseguiría solo a partir de alimentos crudos de origen animal; fundamentalmente carne, vísceras y huesos. Alimentos que, si se cocinasen, perderían esas propiedades, ya que la cocción destruiría los microorganismos “buenos” que mejoran la flora intestinal.

De acuerdo con la teoría, si no hay tratamiento térmico, no hay alteración de las proteínas, las enzimas que tienen de forma natural permanecen intactas, y esto mejoraría la digestibilidad al permitir una mejor absorción. Además, se producirían cambios en la flora intestinal que, unidos al contacto con los microorganismos de la carne, reforzarían la respuesta inmune.

? Lo que muestra la realidad

La realidad es que, a pesar de que sus partidarios tratan de apoyarse en investigaciones con aparente legitimidad, no hay evidencia científica que avale estos resultados. Como recogen algunas revisiones de calidad, los estudios son escasos y no hay información sobre el efecto a largo plazo. Únicamente se ha encontrado cierto efecto beneficioso sobre la flora intestinal y la calidad de las heces. Eso es todo. Por contra, la investigación robusta desaconseja esta práctica por razones nutricionales y de seguridad alimentaria.

Dieta con alimentos crudos, ¿por qué suponen un riesgo?

riesgos dieta BARFImagen: iStock

La dieta BARF supone riesgos reales de seguridad alimentaria para las mascotas, pero también para las personas.

? Riesgos de la dieta BARF para tu mascota

Por una parte, la idoneidad de las dietas basadas en alimentos crudos (ya sea a partir de productos comerciales o elaboradas en casa) depende en exclusiva de los conocimientos de los dueños (quienes, a su vez, siguen consejos sin aval científico emitidos por personas sin formación). El resultado es que, analizadas bajo la lupa, presentan desequilibrios en su contenido en nutrientes, como se recoge en diversos estudios (ver 1, 2, 3, 4).

Es más, algunos aparentes beneficios que observan los dueños, como que los animales tienen el pelo más lustroso, se debe al alto contenido en grasas de la dieta, que puede causar alteraciones gastrointestinales e incrementar el riesgo de obesidad.

Pero, además, esta dieta supone un riesgo físico real al incorporar huesos que pueden provocar fracturas dentales u obstrucciones intestinales. A pesar de que se alega que los huesos sin cocer no producen estos daños, no hay evidencias de ello.

Los partidarios BARF proponen que tanto el sistema digestivo como el sistema inmune de perros y gatos es distinto al nuestro, y que esos patógenos no les enferman. No es verdad. Claro que pueden enfermar con manifestaciones similares o distintas a las nuestras (que no aparezca diarrea, por ejemplo) y también pueden morir. Pero la mayoría de los dueños ni siquiera consideran la posibilidad de que la comida cruda pueda suponer un riesgo de que el animal sufra una intoxicación alimentaria.

Es más, las empresas que comercializan carne BARF carecen de conocimientos hasta el punto de asegurar que su producto no tiene patógenos porque se somete a una congelación rápida que los destruye. Ojalá fuera tan fácil. Las temperaturas frías pueden destruir algunos parásitos con determinadas condiciones, pero no destruyen los microorganismos, solo ralentizan su crecimiento. Cuando la carne se descongela, siguen vivos y coleando. Los estudios muestran, de hecho, que estos productos específicamente diseñados sí presentan patógenos.

? Riesgos para ti

La superficie de la carne cruda, también la que se vende para consumo humano, puede estar contaminada con numerosos microorganismos o parásitos. Algunos de ellos conocidísimos patógenos como Escherichia coli o Listeria monocytogenes, que pueden producir intoxicaciones alimentarias graves. Las altas temperaturas los destruyen y nos permiten consumirlos con garantías.

Sin embargo, si se alimenta a las mascotas tanto con preparados comerciales para dieta BARF como con carne cruda del súper, hay riesgo real de que nos expongamos a esos microorganismos y que pasen a nuestros alimentos por contaminación cruzada. O que el animal sea portador asintomático de ellos y nos los transmita por contacto directo (ese lametazo cariñoso que nos encanta) o a través de sus heces (cuando las recogemos, por ejemplo).

Para complicar más el terreno, la presencia y posible dispersión de bacterias resistentes a los antibióticos amplía el riesgo a un problema de salud pública.

¿Cómo se toma la decisión de alimentar con comida cruda?

En la mayoría de los casos, se toma buceando en Internet o leyendo revistas especializadas en el tema. En pocas ocasiones se hace siguiendo un consejo veterinario, porque entidades de referencia y autoridades sanitarias, como la American Veterinary Medical Association (AVMA), la Canadian Veterinary Medical Association (CVMA), la Food and Drug Administration (FDA) o el Center for Disease Control and Prevention (CDC), advierten sobre los riesgos que conlleva para la salud animal y humana.

Los partidarios de la dieta BARF atribuyen esta postura a un supuesto desconocimiento de los veterinarios (que no estarían formados sobre los beneficios que aportan y, por lo tanto, no serían capaces de orientar sobre ellas) o a conflictos de interés, tanto de las autoridades (que tendrían vínculos opacos con los fabricantes de comida para mascotas), como de los profesionales de la sanidad animal (ya que la venta de piensos aporta ingresos a muchas clínicas).

Estos pueden parecer argumentos válidos. Pero caen por su propio peso cuando esas recomendaciones oficiales no hablan de evitar la comida casera o natural en favor del pienso o de otro tipo de alimentos manufacturados, sino los alimentos crudos o poco cocinados. Si la carne o las vísceras se someten al calor, se destruyen los patógenos y su ingesta es segura, igual que sucede con los productos destinados al consumo humano. El supuesto interés económico no existe.

Además, en los postulados de las dietas BARF se encuentran nexos comunes con otras corrientes que pretenden “abrir los ojos” de la población y que suponen una amenaza real a la salud pública. Se presentan como adalides de una verdad que se oculta a la ciudadanía y muestran a sus portavoces como valientes que desafían al “establishment en pro del bien común, aunque entre ellas abunden las personas sin formación reconocida más allá de la impartida en “instituciones” que promueven esas pautas (que, curiosamente, se presentan como organismos autorizados en la materia, con un aire oficial que imita al de las organizaciones a las que pretenden desacreditar).

La estrategia se basa en cuestionar el consenso de las entidades de referencia y las autoridades, generar dudas sobre la validez de las posturas oficiales y hacer real un debate inexistente en la comunidad científica. Para ello, se apoyan en un conocimiento simple, intuitivo y aparentemente cierto, presentado en un lenguaje pretendidamente científico.

Esa es una de las claves que sostienen estas teorías: la verosimilitud. Si no hubiera un trasfondo plausible, se desecharían de inmediato. Pero el discurso puede estar bien construido, de forma que se requiere entrenamiento y formación científica para rebatirlo y probar que está basado en anécdotas y alejado de los datos. Además, cuenta con el aliado del componente emocional, del convencimiento de los dueños de que es beneficioso para un miembro de su familia. ¿Quién no quiere dar lo mejor a los suyos?

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