Cada año se producen en la Península Ibérica alrededor de 2.200 movimientos sísmicos

El terremoto de Argelia del pasado día 21 pudo sentirse en todo el Mediterráneo español
Por EROSKI Consumer 3 de junio de 2003

Los movimientos sísmicos registrados la semana pasada en Argelia han vuelto a poner de manifiesto la preocupación por las catástrofes naturales, tan impredecibles como destructivas. La relativa proximidad geográfica del seísmo más devastador, el del pasado día 21, cuyos efectos pudieron sentirse en Baleares y toda la costa mediterránea española, suscita dudas sobre hasta qué punto una calamidad similar pudiera llegar a darse también dentro de nuestras propias fronteras.

Cada año se producen alrededor de 2.200 movimientos sísmicos cuyos epicentros se localizan en España o Portugal. A pesar de lo abultado de la cifra, nuestro país está considerado, a escala mundial, como de baja sismicidad, aunque si se tiene en cuenta sólo el continente europeo, ese valor aumenta hasta alcanzar un grado medio. En Europa, la palma se la llevan países como Italia o Grecia, mucho más activos sísmicamente que la Península Ibérica.

De esos 2.200 terremotos anuales, apenas dos al mes son lo suficientemente fuertes como para ser sentidos por la población, y muy pocos tienen la capacidad de ocasionar daños y víctimas. El resto, la inmensa mayoría, pasan del todo inadvertidos para los ciudadanos de a pie, aunque son puntualmente registrados por las más de cincuenta estaciones que componen la Red Sísmica Española, considerada como la mejor y más avanzada de cuantas existen en Europa.

En España, los terremotos tienden a concentrarse en áreas muy concretas, especialmente en las costas andaluzas y levantinas, Pirineos y Galicia, aunque ocasionalmente se producen fuertes temblores fuera de estas zonas, fenómenos que intrigan de manera especial a los sismólogos, ya que no responden a los patrones habituales. Dos ejemplos recientes de estas «anomalías» son los movimientos sísmicos registrados este mismo año en Zamora, ambos con una magnitud superior a 4 en la escala Richter y que, a la luz de los conocimientos actuales, simplemente no deberían haberse producido.

Imposible predecirlos

«La palabra predicción es tabú para un sismólogo», explica Emilio Carreño, el jefe de área de la Red Sísmica Española, organismo integrado en el Instituto Geográfico Nacional y dependiente del Ministerio de Fomento. De hecho, no existe forma de saber dónde y cuándo va a producirse un temblor, ni cuál va a ser su magnitud. «Que yo sepa -afirma Carreño-, sólo ha habido un caso en el mundo, y fue en China, en el que se predijo con éxito un terremoto, se evacuó a tiempo a la población y se salvaron muchas vidas».

Lo que sí se sabe es que la corteza terrestre, una capa de entre 10 y 60 kilómetros de grosor (en los fondos marinos es mucho más delgada que en los continentes), se encuentra rota en varios fragmentos, las llamadas placas tectónicas, que se desplazan de manera independiente, separándose o chocando unas con otras, flotando sobre la inmensa masa de magma de 2.900 km. de espesor que compone el manto terrestre. Estas placas actualmente se mueven a una velocidad de 1 ó 2 cm. por año. Y cuando una placa se desplaza con respecto a otra colindante, entre los bordes de ambas se producen tensiones, que se van acumulando hasta que la roca se fractura. El resultado es una violenta sacudida, o terremoto.

Torsión

La Península Ibérica está sometida a la presión de varias de estas grandes placas. Por un lado, la placa euroasiática, de la que la propia Península forma parte, «empuja» en dirección sur, en oposición frontal a la placa continental africana, que se mueve hacia el norte. A este duelo se suma otra fuerza, la ejercida desde el oeste por la placa dorsal oceánica. El resultado de estas tres fuerzas combinadas sobre la Península es un movimiento de torsión de la misma.

Este fenómeno de torsión es, precisamente, el responsable de la mayor parte de los terremotos que se producen en la zona pirenáica, normalmente de escasa magnitud. El «choque», en el sur, de las placas euroasiática y africana provoca, sin embargo, movimientos sísmicos más violentos, como los que se producen en las costas andaluzas o el terremoto de Argelia de hace poco más de una semana. Más raros son los «terremotos intraplacas», es decir, los que tienen lugar lejos de los bordes de las placas continentales, como los ya mencionados temblores de Zamora de hace algunos meses, que no tienen explicación aparente.

No parece probable que en España se produzcan terremotos superiores a una magnitud 6 en la escala de Richter. De hecho, apenas si se han contabilizado una docena de temblores que superen este valor desde el ocurrido en Tabernes (Valencia), en 1396.

En las escalas que manejan los sismólogos no son perceptibles por la población los temblores que tengan una magnitud inferior a 3,5 en la escala de Richter. Movimientos entre 3,5 y 6 son capaces de causar ligeros daños en edificios y otras estructuras. Una magnitud que oscile entre 6 y 8 puede causar graves daños en ciudades. Los seísmos con magnitudes superiores a 8 son conocidos como «grandes terremotos» y acarrean la destrucción total de ciudades y otras obras humanas.

Aunque cada terremoto tiene una magnitud única, su efecto sobre las poblaciones varía enormemente según la distancia al epicentro, las condiciones del terreno, los estándares de construcción y otros factores tales como la profundidad a la que se ha producido el seísmo. Estos efectos son precisamente los que mide la escala de intensidad, o Mercalli, que se expresa con un único número romano, entre el I y el X.

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