Residuos radiactivos de alta actividad

Requieren una gestión muy estricta por su peligrosidad para la salud y el medio ambiente
Por EROSKI Consumer 9 de diciembre de 2005

Los residuos radiactivos de alta actividad son aquellos que emiten altas dosis de radiación, proviniendo en su gran mayoría del combustible y otras sustancias de las centrales nucleares y del desmantelamiento de éstas, así como de la fabricación de armas atómicas. El resto de este tipo de residuos, que se estima en menos del 10% del total, procede de diversas actividades relacionadas con la investigación científica, la medicina o la industria, así como algunas sustancias del proceso minero de purificación del uranio.

La peligrosidad de este tipo de residuos reside fundamentalmente en que una cantidad muy pequeña puede originar dosis de radiación letales para la salud humana y para el medio ambiente.

Una cantidad muy pequeña puede originar dosis de radiación letales para la salud humana y para el medio ambiente
Asimismo, el periodo de tiempo en el que estos residuos siguen siendo radiactivos, y por lo tanto, peligrosos, es muy elevado, incluso de decenas de miles de años en algunos casos, por lo que los sistemas de gestión y almacenamiento deben ser muy rigurosos.

En este sentido, un sistema de gestión de este tipo de residuos debe contar con una buena relación entre ahorro de costes económicos y seguridad que implique todo el proceso de manipulación, tratamiento, acondicionamiento, transporte y almacenamiento. En cuanto a la manera de gestionarlos, existen básicamente dos métodos. Por un lado, en el denominado «ciclo abierto», los residuos están formados por los propios elementos de combustible gastado, que son almacenados definitivamente bajo tierra a gran profundidad, en formaciones geológicas seguras. En este caso, su principal inconveniente es el posible filtrado de los residuos a la superficie. Por otro lado, en el «ciclo cerrado» se procede al reprocesamiento de los elementos del combustible gastado para poder reutilizarlos. Las investigaciones de los últimos años buscan el perfeccionamiento de este último sistema, dado los riesgos del ciclo abierto. Países como Suecia, Canadá, Estados Unidos o España aplican la opción de ciclo abierto, mientras que otros países como Francia o Japón están aplicando la opción del ciclo cerrado.

En cualquiera de los dos ciclos, el combustible tiene que ser almacenado durante un tiempo. En el caso de las centrales nucleares, se guarda en sus propias piscinas, en unos bastidores metálicos blindados que permiten que su actividad radiactiva vaya decreciendo, de manera que posteriormente pueda tratarse o trasladarse. Para evitar el escape de radiación al medio ambiente, se utiliza un sistema de barreras múltiples. La primera barrera, «química», acondiciona el residuo en una matriz sólida, estable y duradera. En el caso del ciclo cerrado, se suele utilizar la técnica del vitrificado para transformar por medio de fusión los remanentes líquidos. La segunda barrera «física» es el contenedor, construido con metales de gran resistencia para evitar un contacto con el exterior. La tercera barrera «de ingeniería» la constituye la instalación en donde se colocan los residuos. Finalmente, la cuarta barrera «geológica» es el lugar subterráneo en donde se ubican los residuos, que debe ser altamente estable e impermeable.

Por su parte, las centrales nucleares envejecen en 30 ó 40 años y deben ser desmanteladas, por lo que los materiales de la zona del reactor, con residuos de alta actividad, deben ser también gestionados adecuadamente. Para ello, se llevan los materiales a almacenes de residuos radiactivos, por medio de robots especialmente diseñados y operarios con equipos de protección, hasta que se decida qué tipo de ciclo se va a utilizar. En el caso de la central de Chernobil se optó como medida de emergencia por la cobertura de toda la central con hormigón, un sistema que no garantiza que puedan evitarse fisuras por los que escape la radiactividad de un material que debe permanecer encerrado cientos de años.

Residuos radiactivos en España

En 1964, con la publicación de la Ley 25/1965 sobre energía nuclear, se reguló en España el uso de la energía nuclear con fines pacíficos, la cual se revisaría posteriormente con la Ley 54/1997 del Sector Eléctrico. La Central Nuclear de Zorita (Guadalajara) fue la primera que comenzó a funcionar en España, en 1968. Con la publicación del Real Decreto 1522/1984 se autorizaba la constitución de la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos (ENRESA), que se encarga de la gestión de los residuos radiactivos.

En España, las instalaciones susceptibles de generar residuos radiactivos de manera más o menos continuada son siete Centrales Nucleares, con un total de nueve reactores, tres reactores de investigación, en proceso de desmantelamiento, una fabrica de elementos de combustible, y unas mil instalaciones radiactivas de diverso tipo. Con la excepción de la central Vandellós I, cuyo desmantelamiento se aprobó en 1998 tras permanecer nueve años sin funcionar, todas las centrales utilizan la modalidad de ciclo abierto. La gestión de los residuos radiactivos se financia por aquellos que producen los residuos,

La gestión de los residuos radiactivos se financia por aquellos que producen los residuos
que deben efectuar el pago en el momento en que se producen dichos residuos. En el caso de los residuos radiactivos generados en las instalaciones radiactivas, éstas pagan a ENRESA en el momento de la retirada de los residuos, según su tipo y cantidad.

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