Radioterapia

Utilizada en el tratamiento del cáncer, impide que en muchos casos se deba extirpar la parte afectada
Por Azucena García 18 de julio de 2019

Radioterapia, quimioterapia y cirugía son los tres tratamientos básicos de la lucha contra el cáncer. Su combinación potencia las posibilidades de sanar el tumor, aunque no siempre es necesario recurrir a las tres de forma conjunta. Concretamente, la radioterapia se puede emplear sin necesidad de utilizar ninguna otra técnica y sus resultados son tan positivos que, en muchas ocasiones, evita la extirpación de la zona del cuerpo afectada. Se emplea sobre todo cuando el tumor está localizado y no existe metástasis, y los avances en la radiofísica han permitido que el tejido sano apenas resulte afectado por las radiaciones. Además, en general el tratamiento es bien tolerado por los pacientes y apenas se producen efectos secundarios.

Radiaciones ionizantes

La radioterapia es una técnica de tratamiento del cáncer basada en la emisión de radiaciones ionizantes. La especialidad médica que se encarga de administrarla es la oncología radioterápica y se utiliza para acabar con las células tumorales detectadas en una parte del organismo,

Se utiliza para acabar con las células tumorales detectadas en una parte del organismo

es decir, las radiaciones no se aplican sobre todo el cuerpo sino que se dirigen sólo a la parte en la que se detecta el tumor. Explica la presidenta de la Asociación Española de Radioterapia y Oncología (AERO), Ana Mañas, que la radioterapia “es el único tratamiento, junto con la cirugía, capaz de curar el cáncer” e insiste en que, sobre todo, se emplea de manera individual, sin combinarlo con otros tratamientos, cuando el tumor está localizado y aún no hay metástasis. “La emisión de radiaciones bloquea y anula el tumor, que está delimitado, y permite proteger los tejidos cercanos y sanos de las radiaciones”.

En concreto, la radioterapia utiliza partículas similares a las de los rayos X, pero de mayor energía, que son capaces de penetrar en el cuerpo, destruir las células malignas e impedir que crezcan y se reproduzcan. Aunque el resto del organismo sano se protege para que no se apliquen sobre él las radiaciones, a veces es inevitable rozar el tejido sano que rodea al tumor y destruir células buenas, que tienen, por otra parte, una gran capacidad de regeneración. Precisamente, la destrucción de estas últimas células es lo que da lugar a los posibles efectos secundarios.

La radioterapia se emplea en todo tipo de tumores y puede aplicarse antes de intervenir quirúrgicamente al paciente para reducir el tamaño del tumor, o después de una operación para acabar con las células malignas que hayan quedado, pese a la extirpación del tumor. No obstante, puede ocurrir que tras un tratamiento con radioterapia no sea necesario pasar por el quirófano, ya que según Ana Mañas “en muchos casos impide la cirugía mutilante, especialmente en el cáncer de laringe y en el de mama”. Además, se trata de una técnica muy útil para tratar los tumores pequeños; de difícil acceso mediante cirugía, así como los grandes; cuya extirpación completa sería imposible, los detectados: a los que se intenta reducir el dolor, y en aquellos casos en los que el objetivo es “controlar la metástasis y evitar fracturas óseas”, completa la presidenta de AERO.

Casi el 70% de los pacientes oncológicos recibe tratamiento de radioterapia, que puede administrarse de dos maneras:

Radioterapia interna o braquiterapia. Mediante intervención quirúrgica, cerca del tumor o dentro del mismo se coloca por un periodo limitado de tiempo material radiactivo en forma de hilos, vectores o semillas. El paciente debe permanecer ingresado tres o cuatro días y las radiaciones tienen un potente efecto sobre las células cancerígenas, con una menor afección en el tejido sano. Una vez que el material radiactivo está fuera del organismo del paciente, éste no supone ningún peligro para las personas que le rodean “porque la radiación no se contagia ni las personas se convierten en material radiactivo”, aclara Ana Mañas. Sí resulta preferible, no obstante, que las mujeres embarazadas y los niños no se acerquen al paciente porque son más vulnerables a la radiación.

Radioterapia externa. La fuente de radiación se encuentra fuera del organismo del paciente, a cierta distancia de él en equipos de grandes dimensiones. Es el tratamiento más común y no suele requerir que el paciente se quede ingresado, sino que acuda al centro hospitalario cada día, de lunes a viernes (los fines de semana y festivos se descansa para que las células sanas afectadas puedan regenerarse), de dos a tres semanas, para recibir la dosis. Antes de la primera sesión, se marca con pintura (duradera) la zona sobre la que se va a aplicar el tratamiento, una serie de puntos que indican el lugar exacto por el que deben penetrar las radiaciones y que en ningún caso, si se borran, deben ser dibujados de nuevo por el paciente. Mientras se realiza el tratamiento el enfermo se queda solo en una sala, tumbado y sin moverse, para que la radiactividad se dirija exclusivamente al tumor. En todo momento está vigilado por un circuito cerrado de televisión, controlado por el técnico de radiación, que se encarga también de escuchar al paciente -a través de un intercomunicador-, por si siente algún problema o molestia.

Planificación del tratamiento

El tratamiento para cada paciente se plantea siempre de manera individual, en función del tipo de tumor, el tamaño y la localización de éste, el estado de salud del paciente y otro tratamiento que pudiera recibir al mismo tiempo. Asimismo, es desarrollado por un amplio equipo de profesionales conformado por:

  • Oncólogo. Es el médico encargado de prescribir el tratamiento y supervisarlo.
  • Físico de radiación. Responsable de asegurar el control de calidad del equipo de radiación y que analiza la dosis correcta para cada paciente.
  • Ingeniero. Es el profesional encargado de revisar periódicamente las máquinas y asegurar un buen mantenimiento.
  • Técnico de radiación. Personal de enfermería que conoce el manejo de los aparatos y coloca al paciente en la posición correcta para recibir el tratamiento.
  • Enfermera de radiación. Provee al enfermo de la medicación necesaria, si la hubiera, antes de cada sesión y puede informarle del tratamiento y sus posibles efectos secundarios.

José Maria de Frutos, secretario de la Sociedad Española de Física Médica, explica en este sentido la importancia de que todo el personal “esté bien coordinado” y destaca la minuciosidad del trabajo de los radiofísicos, que determinan el punto exacto por el que se deben aplicar las radiaciones. “El radiofísico es la persona encargada de preparar las máquinas para el tratamiento, analizar la distribución de las dosis, preparar la unidad de radiación, comprobar el control de calidad y aspectos como la energía de la radiación, y localiza la ubicación exacta en el que se debe aplicar el tratamiento”, detalla. “El radiofísico es también el responsable de la protección radiológica en el hospital, tanto de público como de personal, y se ocupa de estimar y, en la medida de lo posible reducir, la dosis de radiación que se imparte a la población como consecuencia de pruebas diagnósticas”, agregan desde la SEFM.

En primer lugar, el paciente acude a una cita con el oncólogo radioterapeuta, quien elabora la historia clínica y realiza una exploración física general y otra específica del tumor. En este encuentro el médico explica al paciente los detalles del tratamiento, resuelve sus dudas y le informa de la necesidad de firmar un documento de consentimiento para recibir el tratamiento. Posteriormente, al enfermo se le hace un TAC O Tomografía Axial Computarizada (una prueba de diagnóstico radiológica mediante la utilización de rayos X y procesamiento de las imágenes por ordenador) en la misma posición en la que recibirá el tratamiento, y se planificará éste en tres dimensiones. Es en este momento cuando se marca el punto central por el que se aplicará la radiación y se delimita el área afectada.

Una vez que comienza la radiación del tumor, en varias sesiones con una duración entre 15 y 30 minutos (la preparación del paciente es muy importante y conlleva varios minutos), el oncólogo realiza un seguimiento del paciente para comprobar los efectos de la radioterapia. También es necesario realizar este seguimiento cuando el tratamiento ha concluido para conocer los resultados y controlar que el tumor no se reproduce.

A cada sesión de radioterapia el paciente debe acudir con prendas que no se ajusten al cuerpo, sino más holgadas y de algodón para evitar presiones. También es recomendable no exponer al sol la parte sobre la que se aplican las radiaciones, puesto que la piel en esa área está muy sensible, ni emplear colonias, cremas o geles perfumados sin consultar antes al médico. Si hubiera que depilar la zona afectada, hay que evitar hacerlo con una cuchilla, que podría provocar heridas y cortes, y emplear una máquina eléctrica de corte. Si fuera necesario vendar, tampoco se debe recurrir a cinta adhesiva, sino al papel o la tela. Evitar frotar la zona en la que se han dibujado los puntos, una dieta completa y un buen descanso son otros factores a tener en cuenta.

Efectos secundarios

Según la Sociedad Americana de Cáncer (American Cancer Society), alrededor del 50% de las personas con cáncer que reciben dosis estándares de radiación en el abdomen presentan náuseas y vómitos durante el tratamiento. Estos síntomas pueden presentarse de una a dos horas después de cada sesión y pueden durar varias horas. Además, de las personas que se tratan con radioterapia en todo el cuerpo, como en el caso de transplante de la médula ósea, entre el 57% y el 90% padecen también náuseas y vómitos si no se les dan medicamentos para prevenirlos. No obstante, Ana Mañas, asegura que “en general, el tratamiento es tolerado por el paciente y apenas produce efectos secundarios”. Aunque -añade-, en cualquier caso, “pueden más los pros que los contras”.

Cuando se producen, los efectos secundarios de la radioterapia pueden ser agudos o crónicos, según la dosis que se recibe,

Los efectos secundarios de la radioterapia pueden ser agudos o crónicos, según la dosis que se recibe

el ritmo de las dosis, el volumen de tumor irradiado y otros tipos de tratamiento, como la quimioterapia, que se reciben al mismo tiempo. Por ello, aunque el tratamiento no suele ser doloroso y a veces ni siquiera roza la piel del paciente, las radiaciones sí pueden provocar algunos síntomas, no muy graves, además de las náuseas y los vómitos.

La fatiga es el efecto más común de la radioterapia, como consecuencia de la destrucción de células sanas. Los médicos recomiendas por ello realizar un plan de ahorro de energía para evitar la apatía y descansar “tanto como el cuerpo pida”. No hay que favorecer la inactividad total ni llevar el mismo ritmo que se mantendría en circunstancias normales, sino seguir una práctica moderada. También pueden producirse cambios sanguíneos con descensos en la cantidad de glóbulos rojos y blancos, y cambios en la piel, puesto que el área tratada puede enrojecer, oscurecerse y provocar picores. Lo más importante es no rascarse y no tratarla sin consultar al médico. Otros síntomas son la aparición de edemas, la pérdida de apetito y, en consecuencia, la pérdida de peso, la falta de deseo sexual y, a nivel estético, cuando se trata un tumor en la cabeza, la radioterapia produce la caída del cabello, que vuelve a recuperarse varias semanas después de terminar el tratamiento.

Respecto al futuro, los especialistas afirman que “se mueve en tres direcciones”: la sofisticación de la tecnología para tratar tumores pequeños sin dañar el tejido, la mejora del índice terapéutico para pasar del 50% de casos tratados con éxito en la actualidad al 60% en los próximos dos años y un mejor conocimiento de la biología molecular para conseguir atacar sólo a las células dañadas. “La radioterapia es un tratamiento seguro y altamente eficaz, cuya mejora veremos en breve”, augura la presidenta de AERO.

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