Desperdiciar alimentos, un hábito contaminante

Un nuevo estudio asegura que la leche arrojada por el fregadero es tan contaminante como miles de coches
Por Maite Pelayo 31 de mayo de 2012
Img fregadero
Imagen: Liz

Desperdiciar alimentos tiene un elevado coste medioambiental. Así lo corrobora un reciente estudio, que asegura que la leche arrojada por el fregadero es tan contaminante como miles de coches. Si todavía no había suficientes razones para no despilfarrar alimentos, uno de los actuales objetivos prioritarios en la Unión Europea, a los motivos económicos y sociales se añade ahora uno más. Hay fórmulas para reducir el impacto de los desechos de materia orgánica en el ambiente, como planificar bien la compra, conservar de modo adecuado los alimentos y congelar otros que se hayan cocinado y no se consuman en ese momento, para no tener que tirarlos.

Desperdiciar alimentos es insostenible desde el punto de vista medioambiental, ya que los desechos se convierten en basura contaminante. Además, producir esos alimentos que después acaban por desaprovecharse tiene un coste ecológico, que ahora se ha cuantificado. Las autoridades europeas no saben cómo poner freno a un dato relevante: cada europeo desperdicia alrededor de 180 kilos de alimentos al año, de los cuales los hogares son responsables del 42% del total del despilfarro: unos 76 kilos por persona al año. De esta cantidad, más de la mitad es evitable y se debe, sobre todo, a la falta de concienciación, las actitudes culturales de infravaloración de los alimentos, la escasez de conocimiento sobre su uso eficiente y la falta de planificación de las compras. Es una situación lastrante desde el punto de vista económico, poco solidaria con el resto de los habitantes del planeta y, ahora ya se sabe, insostenible.

Desperdiciar leche

Los residuos orgánicos que se tiran por el fregadero pueden contaminar las aguas

Un grupo de investigadores británicos asegura que un gesto tan cotidiano como tirar los restos de la leche del desayuno por el fregadero equivale, en contaminación medida en huella de carbono, a las emisiones provocadas por los tubos de escape de miles de automóviles. La huella de carbono es una medida de impacto ambiental definida como la totalidad de gases de efecto invernadero (los denominados GEI, como el dióxido de carbono o el óxido nitroso) emitidos por efecto directo o indirecto de un individuo, organización, evento o producto.

La investigación se ha llevado a cabo en la Universidad de Edimburgo, en Escocia, y estima la leche desperdiciada en Reino Unido en unas 360.000 toneladas. Según estos científicos, esto generaría emisiones de gases de efecto invernadero equivalentes a 100.000 toneladas de dióxido de carbono, lo mismo que emiten alrededor de 20.000 coches en un año. Un coste ecológico que podría evitarse.

Efectos de la materia orgánica en el agua

Los alimentos desechados tienen un doble efecto medioambiental negativo: por un lado, como basura orgánica que se descompone en el entorno o termina por incinerarse y emite en ambos casos gases de efecto invernadero; por otro lado, el coste de recursos e impacto en el medio ambiente que genera su producción y que es en vano. Hay que tener en cuenta que los residuos orgánicos que se echan por el fregadero pueden contaminar las aguas. Es lo que ocurre al verter aceites por el fregadero. Cuando llegan a ríos y lagos, quedan en la superficie y forman una película que impide la correcta oxigenación del sistema, que termina por deteriorarse.

Un exceso de materia orgánica en las aguas aumenta la denominada «Demanda Biológica de Oxígeno» (DBO), un índice que mide la cantidad necesaria de este gas para descomponer la materia. En este proceso, además de consumirse oxígeno, se genera dióxido de carbono. Si la demanda es muy alta, debido a la elevada presencia de sustancias orgánicas que se deben degradar, no solo se produce mucho CO2, sino que el oxígeno no estará disponible para que lo utilicen otros organismos, plantas y animales, que desaparecerán.

Gestionar la comida

Además de desaconsejar verter los restos del desayuno por el fregadero y gestionar de manera adecuada la comida que se compra para no malgastarla, el estudio escocés da otros consejos a los consumidores. Si se redujera a la mitad la cantidad de carne de pollo consumida en el Reino Unido y otros países desarrollados (26 kilos/persona y año) para llegar a niveles inferiores, como los de Japón (12 kilos/persona y año), las emisiones de gases de efecto invernadero se podrían disminuir en una cantidad equivalente a retirar millones de automóviles de las carreteras.

La investigación identifica también formas de reducir la contaminación en otros puntos de la cadena alimentaria. Sugiere que la industria agroalimentaria podría rebajar las emisiones de gases GEI mediante la búsqueda de formas más eficientes de producción. La agricultura es fuente de emisión de gases de efecto invernadero como el óxido nitroso, según se destaca en el estudio.

Las previsiones sobre el aumento del consumo de carne en el mundo durante las próximas décadas son también preocupantes para estos autores, ya que la producción de carne envía a la atmósfera más emisiones que los cultivos, debido a las grandes cantidades de cereales que se siembran para alimentar al ganado. Y no solo en cuanto a producción de gases GEI. El gasto de agua en la producción de carne de consumo es, según muchos expertos, insostenible desde el punto de vista medioambiental.

Planificar la compra de alimentos

Al margen de esta investigación, no es la primera vez que ciertos hábitos de consumo se relacionan con el deterioro medioambiental. La gran cantidad de basura doméstica orgánica e inorgánica, sobre todo procedente de las cocinas y generada en los países desarrollados, o la globalización en el consumo de alimentos que a menudo proceden de países distantes miles de kilómetros, son algunos de los «puntos negros» que inciden de manera muy negativa en el entorno.

Son conductas de consumo respetuosas con el medio ambiente: una compra responsable en la que se eviten, en la medida de lo posible, los materiales plásticos, la correcta selección y gestión de los residuos domésticos, evitar verter aceite por el fregadero o el consumo de alimentos procedentes de zonas cercanas. De todas ellas, hay que señalar una fundamental: no desperdiciar alimentos es la mejor manera de ahorrar dinero y ser solidario, además de contribuir a no contaminar el entorno.

SIETE ACCIONES PARA NO DESPILFARRAR ALIMENTOS
  1. Planificar. Antes de comprar, debe pensarse en los menús previstos para unos días, revisar los ingredientes de los que ya se dispone y escribir una lista para los que se necesitan. Elegir formatos para singles, si es el caso, y no acumular alimentos, aunque estén de oferta, si no se utilizarán. Es recomendable no realizar la compra con hambre porque se tenderá a adquirir más alimentos de los necesarios.

  2. Conservar. Es fundamental mantener los alimentos de acuerdo a las instrucciones que figuran en el envase para conservarlos en óptimas condiciones. Muchos se conservan a temperatura ambiente, pero una vez abiertos, necesitan refrigerarse. Hay que mantener la nevera en óptimas condiciones de uso y revisar de forma periódica su buen funcionamiento.

  3. Rotar. Tras la compra, deben ponerse los productos más antiguos de la despensa y la nevera en la parte delantera, a la vista, y colocar detrás los nuevos. De esta manera, se evitarán sorpresas al descubrir alimentos caducados que habían estado semiocultos y que será necesario desechar.

  4. Revisar. Es recomendable revisar el estado de los alimentos almacenados, sobre todo los que no están a la vista. Se deben planificar los menús, utilizar los productos que caduquen antes y dar prioridad a los alimentos más perecederos.

  5. Aprovechar. Las sobras pueden utilizarse en la comida siguiente, como ingrediente en una nueva preparación o congelarlas para otra ocasión, siempre que se respeten las necesarias condiciones de higiene. Es preferible servir cantidades pequeñas de comida, sobre todo entre los niños, y destacar la posibilidad de repetir, antes que tirar los alimentos ya servidos.

  6. Congelar. Los alimentos que se hayan cocinado y no se consuman pueden congelarse en porciones adecuadas para disponer de ellos más adelante. Este proceso debe programarse y no ser fruto de la improvisación tras días de mantenimiento de las sobras en la nevera. Uno de los alimentos más desechados es el pan duro: conviene adquirir a diario la cantidad necesaria y, si sobra, usarlo en pudines, tostadas, sopas o congelarlo en porciones.

  7. Reciclar. Separar los residuos domésticos según sus características (orgánicos, papel, vidrio) para su posterior tratamiento y reciclaje. Algunos restos de alimentos, como las frutas y verduras ya pasadas o sus peladuras, pueden convertirse en compost y utilizarse como abono para las plantas.

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