El proceso de higienización industrial y doméstico

Por José Juan Rodríguez Jerez 24 de septiembre de 2001

El objetivo de cualquier acción de higienización debería ser proporcionar un producto capaz de cumplir con aquello que el consumidor desea y/o necesita. Para ello es necesaria una buena calidad de producto e información adecuada sobre la correcta aplicación.

La información que busca el consumidor debe proporcionarse en la etiqueta y la publicidad. Partiendo de esta premisa, hay que diferenciar entre los productos que existen en el mercado y que pueden ser utilizados en limpieza y desinfección de superficies, baños o utensilios. La elección de un desinfectante u otro se debe basar en el riesgo potencial que se desea controlar.

El objetivo general de la acción de higienización debería ser asegurar una buena limpieza y garantizar la desinfección. En un país como España, en el que se utilizan una gran cantidad de productos con esta finalidad, la única manera de comprobar, a nivel doméstico, el grado de consecución de esta limpieza es mediante la observación visual y la apreciación de olores, deseables o desagradables. Éste es el principio general, no apreciar ningún resto o residuo tras la aplicación de un producto concreto y no detectar olores extraños.

En el ámbito publicitario esta premisa está muy clara, hasta el punto que hay muchos ejemplos en los que se pretende convencer al consumidor haciéndole ver que todo queda brillante. Es evidente que si un detergente es capaz de disolver los diferentes residuos orgánicos, no quedará nada apreciable a simple vista.

Desde hace poco tiempo se está introduciendo en el lenguaje de los consumidores el empleo de productos con acción desinfectante, con los que se pretende que, además de eliminar los residuos macroscópicos, se eliminen los microorganismos, o lo que lo mismo, los residuos microscópicos que no se pueden ver. En nuestro país existe el hábito de añadir periódicamente un desinfectante ampliamente utilizado, como la lejía o el hipoclorito sódico, aunque se están desarrollando otros productos que permitan una cierta eficacia, pero con un aroma y un aspecto más agradable.

Esta tendencia debe llevar a los fabricantes a aplicar medidas autocorrectoras, tendentes a producir y comercializar productos que posean la capacidad de desinfección real sobre superficies. Una medida en la que se corresponda la demanda de los consumidores con lo que se indica la publicidad.

La limpieza doméstica e industrial ¿una necesidad imprescindible?

Con la limpieza se pretende eliminar la suciedad, es decir, los residuos macroscópicos. Jennings, en 1965, definía la suciedad como la materia que se encuentra fuera de lugar. Una materia que podrá ser de diferentes orígenes y de diferente composición. Porque no es lo mismo la composición de la materia fecal, que la de los residuos minerales procedentes del agua o la de los restos aportados por el aire o por las personas que utilicen las cocinas.

Esta suciedad, además, puede poseer en sí misma una elevada contaminación bacteriana, como por ejemplo el caso de la materia fecal u otros residuos sólidos; o por el contrario, una escasa contaminación, como puede ocurrir con otros residuos macroscópicos. En ambos casos los microorganismos, aún cuando se eliminen los restos visibles, llegarán a las superficies y desarrollarán un sistema de adherencia –biofilm– que les garantizará su anclaje y su posible multiplicación.

Un aspecto destacado que se debe tener en cuenta es que la suciedad puede ser de diferente naturaleza y composición. Y, la facilidad de eliminación, radicará en lo fácil que resulte disolverla. Siempre utilizamos agua para limpiar se debe conseguir disolver la suciedad en esta agua. Y por lo tanto, disolver restos de carbohidratos, al igual que muchos minerales, es relativamente sencillo por su elevada hidrofilidad,. Pero esta tarea resulta mucho más difícil para las grasas -insolubles en agua y que necesitan disolventes aniónicos o no iónicos alcalinos- y las proteínas -disolventes alcalinos. Las proteínas se desnaturalizan si se utiliza calor para su limpieza, lo que implica una redisolución muy complicada. Por este motivo, es imprescindible el empleo de solventes a pH alcalino, que aseguren la separación y el arrastre.

En la mayor parte de los casos son necesarios disolventes que actúen a pH alcalino. Un producto con un pH ácido puede ayudar a disolver las incrustaciones de calcio y otros minerales, normalmente asociados al agua y que se acumulan en superficies por secado del agua potable; pero difícilmente podrá arrastrar la suciedad más consistente y persistente.

Hay que resaltar que muchos microorganismos sobreviven mejor en presencia de grasa, tolerando mejor la acción de desinfectantes. La adición de un tensoactivo facilitará el proceso de limpieza, sobre todo porque podrá permitir la eliminación de lípidos, sin necesidad de alcalinizar el producto. Sin embargo, los depósitos de proteínas son más complicados de eliminar, sobre todo a pH ácido.

No podemos exigir a un único producto que cumpla todas las funciones a la vez, ya que el agente más eficaz será diferente dependiendo de la suciedad. Una incorrecta elección de limpiador puede provocar un resultado no deseado y, en consecuencia, al existir una contaminación bacteriana, se permitirá la proliferación de microorganismos, con el riesgo que conlleva para las personas que interaccionan con las superficies.

La desinfección como objetivo básico

Si se desean mantener unas buenas condiciones higiénicas, tanto a nivel industrial como doméstico, la desinfección de las superficies «duras» debe ser el objetivo fundamental. Para que se produzca una desinfección efectiva, es necesario el empleo de sistemas que permitan la eliminación de los microorganismos, y por tanto, la óptima actuación del producto desinfectante. En este proceso es imprescindible una adecuada limpieza previa de las superficies a tratar.

El proceso de desinfección se verá afectado de una forma importante en función de las condiciones de aplicación de los desinfectantes químicos (tiempo de contacto, concentración, temperatura y pH), de las características de las superficies (composición química, carga superficial, hidrofobicidad y rugosidad) y del tipo de microorganismo contaminante.

El proceso de resistencia de los microorganismos a la acción desinfectante está mediado por una adhesión de los mismos a las superficies, creando una tensión superficial que facilita el depósito de los microorganismos. Tras la formación de este substrato, los microorganismos que crecen en él van a poseer una mayor resistencia a las sustancias antibacterianas y al calor.

Pero ¿cuánto tiempo necesita un microorganismo para «pegarse» a una superficie? En estudios recientes se ha demostrado que microorganismos entéricos, que se encuentran en la materia fecal de cualquier persona y/o animal, pueden adherirse a una superficie tras cinco minutos de contacto. Las condiciones de limpieza y desinfección insuficientes aumentan la facilidad con que se adhieran microorganismos (formación de biofilm), con el consiguiente riesgo posterior. En Canadá y en Estados Unidos se han descrito brotes de toxiinfección transmitidos por microorganismos patógenos localizados en superficies de cocinas y baños.

Además de las sustancias se debe tener en cuenta los materiales. Muchas superficies poseen oquedades en las que pueden depositarse microorganismos. En estos casos el acceso de los desinfectantes es muy difícil, y disminuye su potencial antimicrobiano. Si además la superficie a desinfectar está deteriorada, aún será más fácil la colonización bacteriana y mucho más difícil su eliminación.

Por otra parte, se podría decir que muchos microorganismos de riesgo son muy sensibles a las condiciones medioambientales, destruyéndose por desecación. Sin embargo, algunas enterobacterias patógenas son capaces de sobrevivir adheridos a las superficies habituales más de 8 días a 4º C con humedades relativas comprendidas entre un 35% y un 70%.

Estos datos nos llevan a considerar como de especial riesgo la capacidad de los microorganismos para adherirse y resistir la acción de los desinfectantes habituales. No obstante, tal y como hemos explicado, en cuanto a la desinfección es aplicable fundamentalmente al caso de las bacterias y puede que en cierta medida también para los mohos. Sin embargo, es difícil poder extrapolar el concepto de biofilm para microorganismos del tipo de los virus o los protozoos.

Los virus son partículas que no manifiestan su viabilidad si no infectan a una célula. No van a poder formar un biofilm, aunque pueden verse atrapados por él. En este segundo caso, el virus no se multiplicará, quedándose atrapado en la red polimérica y constituyendo un reservorio de diseminación posterior.

Bibliografía
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