Refugiados: cinco historias de superación de las que podemos aprender

Las personas refugiadas, bien en campos o en ciudades, buscan alternativas para fomentar la autosuficiencia y mejorar su calidad de vida
Por Azucena García 8 de octubre de 2013
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Imagen: ACNUR

Los campos de refugiados son el país inventado de millones de personas, ciudadanos para quienes se habilitan como soluciones transitorias, pero que acaban por convertirse en lo más parecido a un hogar. En ellos construyen nuevas tradiciones, emprenden negocios o se conectan por primera vez a Internet. ACNUR recopila nombres, anécdotas, en definitiva, ejemplos de superación. En este artículo se recogen cinco historias de personas refugiadas que han transformado el cambio en oportunidad.

Esta es la historia de Runiza, de Fahad y de Amani. Pero también es la de Mahdad, la de Ibrahim y la de otras tantas personas que luchan cada día para que su vida y la de los suyos no sean víctimas del destino. ACNUR las denomina «Historias con rostro». Cada persona refugiada tiene la suya.

1. Biomasa para mejorar la protección de las mujeres y de las niñas

Hasta hace un año, las mujeres del campo de refugiados más grande de Uganda, Nakivale, cocinaban en hornos de leña. Mantenían así una tradición transmitida entre generaciones, pero también ciertos peligros. Conseguir la leña implicaba andar cada día una media de cinco kilómetros. En el camino, se exponían a ser víctimas de violación, ataque o robo. Esta es la historia de Runiza.

El uso de biomasa evita que las mujeres y las niñas se expongan a robos y violaciones cuando van a buscar madera

Como otras mujeres, ella ha colaborado para lograr un cambio: que en el campo donde viven se empleen estufas alimentadas con briquetas de barro, desechos orgánicos y residuos agrícolas. Gracias al Instituto de Capacitación Nsamizi para el Desarrollo Social, los propios refugiados han aprendido a construir las estufas y las briquetas y se han olvidado de la leña y del carbón vegetal. Pero sobre todo, de los peligros que implicaba buscarlos.

Hoy Runiza tiene dos estufas para cocinar y ella misma elabora las briquetas. «Los largos paseos para recoger leña son ya un recuerdo lejano», expresa. Ahora evita las caminatas y reduce el riesgo de ataque. La técnica se ha difundido y la seguridad de las mujeres y de las niñas ha mejorado.

2. Clases de informática que conectan con el mundo y con los familiares

Utilizar un ordenador y acceder a Internet se complica debido a las condiciones de vida en un campo de refugiados. Pero no es imposible. El proyecto «Community Technology Access» ha permitido llevar la tecnología a 31 centros de 13 países. Entre otros, el proyecto se desarrolla también en el citado campo de Nakivale, donde vive Fahad. Esta es su historia.

«Empezamos con lo básico. Aprendí a escribir, a buscar archivos y crear carpetas, y a utilizar software como Word y Excel», narra Fahad. Esta formación es fundamental para las personas refugiadas ya que les permite conectarse con el exterior, por ello se fomenta a través de centros de la formación y de cibercafés, donde se instalan ordenadores para que los refugiados practiquen.

Fahad aprendió a crear su propia cuenta de correo electrónico y a buscar en Internet. Dedica tres horas cada día a navegar por la Red, escribir correos y chatear con amigos y familiares que permanecen en Somalia. El proyecto ha sido para él y para numerosas personas la «oportunidad de su vida». Las clases y la conexión a Internet desde los cibercafés no son gratuitas. Los refugiados han de pagar una pequeña cantidad, pero este dinero se invierte en el mantenimiento del material y en el salario de los formadores, que son también personas refugiadas.

3. Emprender en un campo de refugiados

¿Qué se puede hacer cuando vives en un campo de refugiados? Dar clases de francés, abrir un salón de belleza, un taller de sastrería, abrir una tienda para cargar las baterías de teléfonos móviles, ser asistente en la gestión del campo… Esta es la historia de Amani.

En su huida de la República Democrática del Congo, ha pasado por los campos de Kakuma, Ifo y Dadaab, donde reside en la actualidad. Recuerda que «un refugiado podría ser cualquiera, desde un doctor, un profesor, un empresario… hasta un periodista o incluso un granjero». Él estudió Comercio y lo de emprender siempre se le ha dado bien. Ahora lo demuestra en el campo de refugiados y solicitantes de asilo más grande del mundo.

4. Nuevos medios de vida para los refugiados urbanos

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Imagen: ACNUR/R. Nuri

En Kampala, la capital de Uganda, los refugiados somalíes conforman una importante red económica de subsistencia. «Son bien conocidos por su fuerte presencia en negocios como agencias de divisas, supermercados, tiendas, cibercafés, puestos de comida, tiendas de música y mucho más«, explica ACNUR. Esta es la historia de Mahdad.

Desde hace tres años, regenta una tienda de reparación de teléfonos móviles en el barrio de Kisenyi, en Kampala. Conocía el sector porque, cuando vivía en Somalia, tenía un comercio similar. Las ganancias mensuales no son excesivas, unos 193 dólares: un tercio lo destina a pagar el alquiler de la tienda y el resto, a mantener a su familia, compuesta por cinco miembros.

Huir del hogar nunca es fácil. Pero la inseguridad que se vive en su país les llevó a tomar esta decisión en 2009. Los refugiados urbanos buscan en nuevas ciudades las oportunidades que se les niegan en las suyas, pero esto supone empezar prácticamente de cero con sus propios medios y hacer frente a una posible xenofobia por un aumento de la presión sobre los servicios y recursos del lugar de acogida.

5. Reasentamiento: empezar de nuevo para salvar la vida

El reasentamiento de refugiados es una media limitada y excepcional. Supone ser acogido en terceros países y lograr un estatus de protección internacional. Quienes se benefician de él son personas obligadas a huir de su hogar, perseguidas por distintos motivos. En el caso de Ibrahim, la persecución comenzó tras denunciar la falta de acceso a educación o a agua potable en su país.

Su historia comienza en Sudán, prosigue en Libia y Túnez y termina en Madrid, donde tras pasar unos meses en el centro de acogida de Vallecas residen en un piso de alquiler. Los cambios han sido importantes: tienen nuevas tarjetas sanitarias, documentación de protección internacional, nociones de castellano y una plaza escolar para sus tres hijos.

«Ibrahim y Awatif son conscientes de las dificultades económicas que atraviesa España y los retos a los que se van a enfrentar», indica ACNUR, pero nada puede ser tan difícil como lo vivido hasta ahora. Han conseguido permiso de residencia y de trabajo. El siguiente paso es lograr para él, su mujer y sus hijos «un futuro mejor».

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