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Esta investigación, que se enmarca en el proyecto europeo Forward (Food Waste Reduction) y cuenta con financiación de la Unión Europea, se desarrolla en dos comunidades autónomas (Madrid y País Vasco) y están implicados más de 40 centros educativos y más de 200 hogares. Uno de esos hogares participantes es el de una de las colaboradoras de Consumer, que nos cuenta cómo se desarrolla este estudio y las primeras conclusiones.
En busca de las causas del desperdicio alimentario
Este proyecto contempla no solo determinar el tipo y el grado de desperdicio e identificar sus causas y los comportamientos que lo originan, sino también desarrollar una campaña de sensibilización que anime a reducirlo a partir de pequeños gestos cotidianos. Para ello, el estudio se desarrolla en dos fases.
- En una primera etapa, que acaba de finalizar, se recogió durante una semana toda la información sobre el desperdicio alimentario en cada hogar. Cada familia participante tuvo que registrar cuántos alimentos tiraron a la basura, qué productos se desecharon y por qué.
- En una segunda fase, que se desarrollará en septiembre y octubre, se pondrá en marcha una campaña de sensibilización que ayude a introducir pautas de consumo más sostenibles y reducir el desperdicio en los hogares.
“Según nuestra experiencia, la propia recogida de datos supone para las personas participantes un primer hito de sensibilización, ya que ponemos especial atención en lo que tiramos y cómo gestionamos los alimentos en nuestros hogares”, afirma Mari Cruz Martín, responsable de Enraíza Derechos y promotora del estudio.
Tras la campaña de sensibilización se volverá a cuantificar el desperdicio en los mismos hogares para comprobar si se ha cumplido el objetivo: desechar menos alimentos en casa.

¿Qué alimentos se tiran más?
La primera fase del estudio arroja resultados sobre los tipos de alimentos más desperdiciados, los motivos y el perfil de los hogares con mayores niveles de desperdicio.
Un primer dato preocupante: la media en los hogares encuestados se sitúa en tres kilos de alimentos desperdiciados a la semana. Respecto al tipo de alimento, destacan las frutas y los alimentos frescos muy perecederos, que representan el 52 % del desperdicio total. Le siguen los platos o recetas elaboradas (15,1 %), lo que refleja la presencia significativa de sobras. En tercer lugar, aparecen las verduras y las hortalizas (11,1 %), otro grupo de alimentos frescos muy susceptibles al deterioro si no se planifica bien su consumo.
Aunque la mayoría del desperdicio —un 68, 6 %— corresponde a las partes no comestibles, como cáscaras, huesos o espinas, por lo que sería inevitable, el 20,4 % lo conforman las partes comestibles, es decir, alimentos que pueden consumirse, pero que se desechan. Este dato, junto el más del 10 % de desperdicio que combina ambas partes, es decir, trozos de alimentos que incluyen partes comestibles con otras no comestibles, —por ejemplo, en un muslo de pollo se desperdicia parte de carne y parte de hueso—, representa una oportunidad clara de mejora en términos de hábitos de consumo y conservación.
Las razones de este problema
¿Y por qué se desechan esos alimentos? Para los hogares, el principal motivo del desperdicio —el 81,3 %— radica en que son trozos que no se aprovechan en el cocinado. Esto incluye restos como pieles, huesos, tallos u otras partes que, aunque pueden ser comestibles o reutilizables, se descartan habitualmente. Esta cifra apunta a la necesidad de fomentar un mayor conocimiento sobre la cocina de aprovechamiento.
En segundo lugar, un 46,2 % del desperdicio se debe a los restos del plato, lo que sugiere que se sirven cantidades excesivas o que no se consumen por completo. Otros motivos, como el olvido de alimentos en la nevera o despensa (11,6 %), una conservación inadecuada (6,6 %) o la caducidad (3,1 %), aunque con menor peso, revelan unas malas prácticas en la planificación y el almacenamiento.
En conjunto, los resultados reflejan que el desperdicio se produce, por una parte, por causas estructurales, como la propia gestión del hogar, con menos tiempo para cocinar y planificar las comidas. Según el estudio, estas tareas siguen recayendo mayoritariamente en las mujeres, por lo que abogan por desarrollar programas de conciliación y corresponsabilidad familiar.
Por otra parte, también se debe a hábitos cotidianos, como la forma de cocinar en la que se tiran muchos restos que se podrían aprovechar. Esto se puede modificar con información, sensibilización y recursos prácticos, como consejos y recetas sobre cocina de aprovechamiento.
¿Quién desecha más?
Según el estudio, los hogares con hijas e hijos generan más residuos alimentarios, especialmente si son mayores. En contraste, los hogares pequeños o de jóvenes independientes desperdician menos. Sin embargo, estos últimos tienen la sensación de desperdiciar más alimentos de los que en realidad tiran, un gesto que demuestra que son más conscientes de su despilfarro y que los responsables del estudio relacionan con una mayor conciencia medioambiental.
Si hablamos de la percepción, más de la mitad de los encuestados cree tirar comida una o dos veces por semana, mientras un tercio, en el que abundan más las personas mayores, afirma no desperdiciarla nunca. En cualquier caso, el desperdicio está bastante normalizado en todo tipo de hogar.
En la gestión doméstica, la planificación previa de las comidas no es una práctica sistemática, lo que, unido a una frecuencia de compra elevada, puede favorecer decisiones impulsivas y aumentar el riesgo de desperdicio. A pesar de ello, la mayoría de los hogares afirma tener habilidades culinarias suficientes, aunque en algunos casos la falta de tiempo se presenta como una barrera para aprovechar los alimentos. Las personas que cocinan habitualmente suelen generar más desperdicio, en parte porque manipulan alimentos frescos que incluyen partes no comestibles y porque producen más sobras.

¿Y qué pasa en los colegios?
Además de en los hogares, uno de los objetivos del estudio es cuantificar y reducir el desperdicio en los comedores escolares.
En una primera fase se recogieron datos de seis centros: responsables de la investigación se acercaron a estos centros a pesar con una báscula todas las sobras de los platos de los alumnos que se tiraron a la basura.
- Según los datos, se desecharon casi 20 kilos de alimentos por comedor al día. Los platos con menos éxito, es decir, los que más sobras generaron, fueron las legumbres, las ensaladas y los guisos de patata.
- Con los datos obtenidos, se desarrollaron diferentes acciones de sensibilización y formación con el objetivo de concienciar al alumnado, familias y personal y conseguir reducir a final del curso un 10 % el desperdicio.
En una segunda fase, que tendrá lugar con el nuevo curso, se llevarán a cabo acciones en más de 40 centros y se volverán a registrar los datos.
¿Qué hacemos con estos datos?
En conjunto, el estudio revela que el desperdicio alimentario es un fenómeno complejo, influido por múltiples factores estructurales y culturales. No basta con ofrecer información genérica: es necesario diseñar estrategias específicas que tengan en cuenta el tipo de hogar, las competencias culinarias, las percepciones subjetivas y las rutinas. Solo así será posible avanzar hacia una gestión doméstica más consciente, eficiente y sostenible.
Aunque los datos sobre el desperdicio a menudo pueden abrumar, no se trata de crear culpables, sino de trabajar desde la individualidad hacia la reducción colectiva. Además, hay que tener en cuenta que para calcular ese desperdicio se han incluido partes no comestibles de los alimentos, por lo que parte de ese desperdicio no se puede reducir. Mari Cruz Martín concluye: “Nosotros ponemos cifras sencillas, entre 400 y 500 gramos a la semana por persona. ¿Seremos capaces de reducir hasta el 2030 de 400 a 200 gramos de nuestro desperdicio? Creemos que este reto es asumible, motiva, no apabulla y no culpabiliza”.


