Alimentos enlatados: ¿envases de salud o envases de pereza?

Abrir una lata para comer, en función de su contenido y de su preparación, puede convertirse en una opción saludable o una mala elección
Por Maite Zudaire 22 de mayo de 2014
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Imagen: Seba S

Ante un alimento fresco y de temporada no hay competencia posible, ni en salud ni en sabor. Sin embargo, no siempre hay tiempo (o ganas) de hacer la compra o de cocinar. Las excusas no lo justifican, pero hay una realidad que atender: las latas de conservas son, muchas veces, un comodín socorrido. Por eso conviene disponer de una despensa saludable en casa o, en su defecto, de criterio para acertar con las elecciones que hacemos al comprar. En este artículo convertimos el abrelatas en un aliado de una dieta sabrosa y se ofrecen consejos para distinguir a las latas de salud de las latas de pereza.

La lata, un continente muy seguro

Hasta no hace mucho, las latas pertenecían a lo que se conoce como alimentación de segunda gama. Si los productos frescos y en estado natural son la primera, cuando se cocían y conservaban en lata las frutas, verduras, legumbres y pescados conformaban la segunda. También se incluían la leche y las sopas. Pero en los últimos tiempos, la tecnología ha logrado que las latas sean el envase de aluminio y acero perfecto para contener, además de ingredientes, recetas completas.

Los procesos de manufactura han evolucionado de manera notable. El alimento nunca tiene contacto directo con el metal y su sellado al vacío lo protege contra la entrada de luz ultravioleta y de oxígeno y la formación de microorganismos. Además, los alimentos enlatados no necesitan refrigeración, excepto las llamadas «semiconservas», como las latas de anchoas, que se encuentran en las cámaras frigoríficas de tiendas o supermercados. Toda esta seguridad tiene el valor añadido de que las latas son 100% reciclables, por lo que ayudan a preservar el medio ambiente. Tras esquivar la amenaza de ser tachadas como obsoletas, han recuperado posiciones en la compra, en la cocina y en la alacena.

Desde sencillos espárragos hasta sofisticados estofados… en lata

Las latas de conservas han ampliado sus contenidos, que van desde sencillos alimentos hasta platos mucho más completos. ¿Cómo elegir? ¿Cómo saber cuáles merecen la pena? Una pista que puede ayudarnos a tomar buenas decisiones es la distancia que separa el aspecto del alimento o plato original y el del procesado. Es decir, un espárrago de lata es casi igual al espárrago fresco, sucede lo mismo con la piña al natural, con los berberechos e incluso con las lentejas cocidas. Sin embargo, unos callos a la madrileña poco o nada tienen que ver con las tripas que se compran en una chacinería, ni que decir de una sopa, de las albóndigas o incuso de una ensaladilla.

Así, abrir una lata puede ser un gesto de salud para preparar unos guisantes o unas judías verdes o, por el contrario, un gesto de pereza que termina en unas habas con todo tipo de condimentos o un pollo con guarnición. A favor del gesto saludable están multitud de ideas y trucos sencillos con los que descubrir platos y mejorarlos. Las latas son las mejores aliadas para preparar entrantes, confeccionar salsas, ilustrar las pastas, o para incluir esa ración de legumbre o de pescado que se resiste a aparecer en la cotidianidad.

Leer la etiqueta de una lata, clave para la salud

Según la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN), cuyo objetivo es promover la salud en el ámbito de la nutrición, los consumidores pasan un promedio de 35 segundos manipulando cada producto en la compra y reconocen una notable preocupación por las etiquetas de alimentos. Las etiquetas responden a una norma general cuyo propósito es garantizar el derecho de los consumidores. Y, si bien se cumple, la tendencia es que el consumidor realice una lectura rápida y superficial del etiquetado, aunque cada vez más se disponen de pautas para entenderlo a fondo.

Como todos los alimentos procesados, las etiquetas de las latas resumen los datos importantes sobre el producto particular que contienen. El consumidor, por lo general, prima el interés por las calorías, en ocasiones por el sodio, pero no debe obviar el dato más importante, y que aparece en último lugar: los ingredientes. De ellos se sabe qué grasa, azúcar o sodio es parte del alimento original o cuáles están añadidos en su procesamiento. Y como aparecen en orden decreciente según la cantidad presente, también se puede deducir cuánto se espera encontrar del ingrediente principal al abrir la lata.

Además, hay que tener muy en cuenta la información que se ofrece sobre los aceites vegetales, líquidos de cobertura, saborizantes y conservantes naturales, muy recurrentes en los enlatados. El aceite vegetal es, principalmente, aceite de soja. Y cuando es de girasol, la norma permite que el fabricante pueda añadir una cantidad mínima de aceite de soja sin especificarlo. Esto, que en términos generales es inofensivo, puede suponer un problema para quienes tienen alergia o intolerancia a la soja o sus derivados.

Enlatado casero, más perecedero

Si bien las latas parecen casi eternas, las que se confeccionan en casa duran bastante menos que las industriales. Hay que tener muy presente que, si bien la vida útil depende tanto de las propias características de los alimentos como de las técnicas de conservación de los mismos, una lata casera no ha pasado por los estrictos procesos a los que son sometidas las latas industriales. En cualquier caso, una lata hecha en el hogar nunca deberá superar el año de almacenaje.

No es corriente enlatar en casa, o no lo es tanto como embotar, aunque existen aparatos domésticos para hacerlo. Más usual es llevarlo a cabo en una cooperativa o entre un grupo vecinal. Conservar alimentos de la huerta, o dedicar unas jornadas entre amigos o familia a enlatar bonito, setas, pimientos, habitas… proporciona una especial satisfacción y puede ser un éxito con solo respetar unas normas de higiene que aseguren que se está realizando una conserva segura.

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