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La industria alimentaria sigue haciendo uso de esa idea al incluir en sus productos reclamos relativos a la ausencia o la reducción de grasa. Pero ¿estos mensajes nos garantizan que el alimento es una buena opción nutricional? Analizamos cuatro productos que llevan distintas alegaciones sobre su contenido en grasa para conocer su significado y saber si son mejores que los convencionales.
Fabada Litoral

🔎 ¿De dónde viene la grasa?
En esta fabada nos encontramos con 4,1 g de grasa por cada 100 g (12,3 g por ración de 300 g), de los que 2,1 g (6,4 g por ración) corresponden a grasas saturadas. Las grasas proceden fundamentalmente de las carnes procesadas —chorizo extra, morcilla curada y panceta ahumada— que suponen cerca del 15 % del producto.
Curiosamente, pese a tener menor cantidad de estos alimentos, la versión con el contenido reducido en grasa es un 22 % más cara que la original.
🔎 Un porcentaje señala cuánta grasa se ha reducido
Cuando nos encontramos que la reducción de grasa se indica con un porcentaje significa que este producto contiene esa cifra menor de grasa en comparación con otros productos similares del mercado. Es lo mismo que poner “contenido reducido de grasa” y para hacer esta declaración se exige que dicha reducción sea de, al menos, un 30 % con respecto a otros productos similares.
Si compramos esta fabada con la versión original de la misma marca, la reducción de grasa es de un 53 %. Esto se consigue al bajar la proporción de panceta ahumada de la receta a un 2,8 %, ya que en la original supone el 5 %.
Crema bombón Clesa

🔎 El origen de su grasa
La grasa de este producto procede de la leche parcialmente desnatada (0,6 %), que es el ingrediente principal del producto, y del cacao desgrasado y la leche desnatada en polvo (0,1 %).
Al igual que hemos visto en la fabada, este producto es más caro que su versión original, que contiene 3 g de grasa/100 g, pero no incorpora azúcares añadidos, en tanto que este sí.
🔎 Se indica la cantidad de grasa
En este caso, el porcentaje que aparece en el envase nos indica la cantidad concreta de grasa que contiene este producto: un 0,7 % mg (materia grasa). Llama la atención la presentación de este dato, ya que la tipografía del cero es mucho más grande que la del siete. Este postre lácteo cumple las condiciones para declarar “bajo contenido en grasa”, pero prefiere, al parecer, presentar la información de esta forma tan llamativa.
Queso Burgo de Arias

🔎 0 % de materia grasa
Esta mención es equivalente a decir “sin grasa”. Para poder hacer esta declaración, el alimento debe contener un máximo de 0,5 g de grasa por cada 100 g. Este queso lo cumple, ya que entre sus ingredientes el único que puede aportar grasa es la leche y es desnatada que, a su vez, solo puede tener como máximo 0,5 g de grasa por cada 100 ml. La versión original lleva 14 g de grasa por cada 100 g, y 10 g de ellos corresponden a grasas saturadas. Esta versión no contiene grasas saturadas.
🔎 La grasa y el colesterol
En el reverso del envase aparece la frase: “Un menor consumo de grasas saturadas contribuye a mantener niveles normales de colesterol sanguíneo”. Esta declaración puede hacerse en los alimentos sólidos si la suma de grasas saturadas y trans no es superior a 1,5 g/100 g y, en cualquier caso, si esta suma no aporte más del 10 % del valor energético. Son condiciones que este queso cumple, puesto que no contiene grasa de ningún tipo.
La versión sin grasa es un 11 % más cara que la versión original, que tiene la misma cantidad de nutrientes interesantes, como proteínas, calcio o fósforo que la versión sin grasa.
Pechuga de pavo El Pozo

🔎 Bajo en grasa
Un alimento puede llevar esta mención si contiene como máximo 3 g de grasa por 100 g, algo que se cumple en este derivado cárnico que contiene 1 g de grasa. Esa pequeña cantidad de grasa procede de la carne de pavo, que de forma natural contiene poca grasa: alrededor de 2, 5 g por cada 100 g de pechuga.
El valor de grasa es especialmente bajo porque la carne de pavo supone solo el 65 % del producto. Más del 30 % restante es agua y contiene también una cantidad significativa de sal: 1,8 g por cada 100 g. A partir de 1,25 g/100 g se considera mucha sal.
☝️ Antes de comprar
- No todo lo “bajo en grasa” es saludable. Muchos productos destacan la reducción o ausencia de grasa, pero esto no garantiza que sean una mejor opción nutricional. Aunque algunos alimentos como carnes procesadas o postres azucarados pueden llevar estos reclamos, su consumo ha de ser ocasional y moderado.
- La naturaleza del alimento importa más que la grasa. Es más relevante fijarse en la composición global del alimento que en si tiene menos grasa. Por ejemplo, un queso fresco sin grasa puede ser una buena alternativa si el original tiene muchas grasas saturadas, pero otros procesados siguen sin ser recomendables aunque tengan menos grasa.
- Ojo con otros nutrientes. Al reducir la grasa, algunos productos pueden aumentar otros ingredientes menos saludables, como azúcares añadidos o sal, lo que puede compensar negativamente la reducción de grasa.
- El precio suele ser más alto. Las versiones “bajas en grasa” o “sin grasa” suelen ser más caras que las originales, aunque a veces la diferencia nutricional no justifica el sobrecoste.


