Lactosa, ¿sí o no?

Se calcula que más del 35% de la población española tiene intolerancia a la lactosa, aunque en muchos casos no es necesario suprimirla por completo de la dieta
Por Isabel Megías 23 de marzo de 2015
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Imagen: Valentyn_Volkov

La lactosa es el azúcar natural de la leche, un hidrato de carbono. Cuando se toman productos lácteos, el cuerpo genera una enzima llamada lactasa. Esta enzima permite que el intestino delgado pueda absorber las moléculas de la lactosa. Sin embargo, si el organismo no genera suficiente lactasa, la lactosa llega al colon y es fermentada por las bacterias que están presentes allí. Cuando la cantidad de lactosa mal absorbida es muy importante, su llegada al colon puede producir molestos síntomas, como diarrea o flatulencia. ¿Cuándo es necesario controlar la ingesta de lactosa? ¿Cómo ponerlo en práctica? El siguiente artículo responde a estas preguntas.

En general, la ingesta de leche o de productos lácteos no supone un problema. Si la secreción de lactasa es buena y no se presentan síntomas tras la ingestión de estos alimentos, no es necesario controlar la lactosa de la dieta. Sin embargo, se calcula que, en la actualidad, entre el 35% y el 50% de la población española podría ser intolerante a la lactosa, aunque los orígenes y la intensidad de los síntomas no son los mismos para todas las personas. ¿Cuándo es necesario suprimir o controlar la lactosa de la dieta?

Cuándo controlar la lactosa de la dieta

Las situaciones patológicas en las que se debe controlar el contenido en lactosa de la dieta son dos:

  • 1. Cuando existe un déficit en la secreción de lactasa (hipolactasia), que puede producirse por diferentes motivos:

    • Temporal. El déficit puede estar ocasionado por otras enfermedades del intestino delgado (brotes de enfermedad inflamatoria intestinal, diarreas u otras alteraciones). En estos casos, la recuperación de la enfermedad intestinal conllevará la normalización en la secreción de lactasa y, por tanto, permitirá introducir de nuevo la lactosa en la dieta.
    • Congénito. También puede deberse al déficit primario congénito de lactasa, una dolencia poco habitual y que se diagnostica los primeros días de vida, cuando el bebé sufre diarrea tras la ingesta de leche. Estos pacientes presentan una ausencia total de lactasa en su organismo.
    • Degenerativo. Por otra parte, existe el déficit primario adquirido de lactasa, que se conoce como intolerancia a la lactosa o malabsorción a la lactosa. Estos pacientes tienen una secreción de lactasa óptima al nacer, preparando así al cuerpo para tolerar bien el principal alimento del lactante (la leche), pero sufren una disminución posterior en la secreción de lactasa. Continúan segregando la enzima, pero lo hacen en un porcentaje muy inferior al normal (entre un 10% y un 30%). Así pues, si la ingesta de lactosa supera su capacidad de absorción, generará los molestos síntomas que se han descrito antes. La mayoría de individuos que deben controlar la lactosa de la dieta se encuentra en este tercer grupo.
  • 2. Cuando se padece galactosemia. En esta enfermedad hereditaria no se metaboliza bien la galactosa (es decir, una de las moléculas que componen la lactosa). Como los individuos con galactosemia no metabolizan de manera correcta la galactosa, se generan alteraciones graves en la salud del individuo.

Cómo llevar a cabo una dieta controlada en lactosa

Tal como se ha señalado, la mayoría de los intolerantes a la lactosa presenta cierta capacidad de secreción de lactasa, de modo que la tolerancia no es nula, aunque sí es limitada. Esto implica que el paciente debe ser capaz de valorar, con la ayuda del dietista-nutricionista, cuál es la cantidad máxima de lactosa que tolera, puesto que no existe en la actualidad ninguna prueba que lo evalúe.

Controlar la lactosa de la dieta significa, por tanto, controlar los siguientes alimentos: leche (entera, semi o desnatada), yogures, flanes, natillas, helados, postres con leche, quesos, salsas elaboradas con leche o con quesos, embutidos que puedan contener lactosa como ingrediente, mantequilla, crema de leche, margarinas con leche y otros alimentos elaborados con lácteos o que contengan lactosa como ingrediente.

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Imagen: CONSUMER EROSKI

Los lácteos fermentados, como los quesos y los yogures, poseen menor concentración de lactosa, puesto que la fermentación provoca la digestión de la misma. Este hecho hace que muchos de los intolerantes a la lactosa toleren bien los quesos fermentados o curados (cuanto más fermentado, menor concentración de lactosa), los yogures, así como otros derivados lácteos fermentados, como la mantequilla.

Uno de los principales problemas de la dieta controlada en lactosa es el déficit en la ingesta de calcio, que puede comportar un mayor riesgo de enfermedad ósea en el futuro. Para evitarlo, el individuo intolerante debería estar atento, con la ayuda de un dietista-nutricionista, a su consumo de calcio. Así, en primer lugar, debe potenciarse la toma de derivados lácteos ricos en calcio y pobres en lactosa, como el yogur y el queso curado.

Según la tolerancia del paciente a estos alimentos, debería valorarse el uso de lácteos bajos o sin lactosa (como la leche sin lactosa) y, por último, incrementar la ingesta de calcio con alimentos ricos en este mineral, tales como las bebidas vegetales enriquecidas en calcio (por ejemplo de soja o de arroz). Hay también preparados enzimáticos de lactasa exógena que pueden ser adquiridos en farmacias y que se consumen junto a la toma de lactosa para evitar los síntomas de esta malabsorción. Y, por supuesto, repartir la ingesta de lactosa a lo largo del día es otra de las recomendaciones.

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