¿Por qué nos atraen más los alimentos menos sanos?
La tendencia a elegir alimentos ricos en grasa y azúcar es inherente al ser humano, ya que de ello ha dependido su supervivencia en otros momentos de la historia
- Autor: Por Julio Basulto
- Fecha de publicación: jueves 28 noviembre de 2013

La palatabilidad -es decir, lo grato que resulta un alimento al paladar- influye muchísimo en nuestras preferencias alimentarias. Cuanto más placenteros sean los alimentos, mayor será nuestra ingesta, en ocasiones por encima del apetito. Según acaban de detallar investigadores de la Universidad de Birmingham, nuestros alimentos preferidos tienen un rasgo en común: su irresistible sabor se potencia con tres ingredientes, sal, azúcar y grasa. Tres ingredientes que, en exceso, resultan peligrosos para la salud, que abundan en nuestro entorno y que se presentan en una amplísima variedad de formas, texturas, aromas y sabores, lo que contribuye a incrementar nuestro riesgo de padecer sobrepeso y obesidad. Pero, ¿por qué nos gustan tanto? ¿Por qué nos atraen más las patatas fritas que unos dados de zanahoria o un apio? El presente artículo da respuesta a estas preguntas, muy ligadas al placer y la biología, pero también a la historia y la filosofía.
El placer de comer
El filósofo griego Epicuro fue uno de los primeros pensadores en documentar el papel del placer en el comportamiento. Para él, el placer puede moldear nuestras acciones y elecciones futuras. Así, experimentar mucho placer al entrar en contacto con un objeto (como puede ser un delicioso bocado de un gofre cubierto de crema) puede influir muchísimo en nuestro manera de interaccionar con dicho objeto.
Sin embargo, ni la biología ni la química orgánica lo explican todo, pues en el control del apetito inciden otras variables. Además de la regulación de energía, también está implicada la "regulación hedónica", en la que participan factores emocionales y de motivación y en la que influye de forma notable la palatabilidad de los alimentos. De entre los más irresistibles, la investigación de la Universidad de Birmingham, antes citada, señala a los siguientes:
- Dulces y postres, como el chocolate, buñuelos, galletas, pasteles, dulces y helados de crema.
- Aperitivos salados, como patatas fritas o galletas saladas.
- Comidas rápidas, como hamburguesas, pizza o pollo frito.
- Bebidas azucaradas, como las gaseosas, té dulce, batidos, café dulce u otras bebidas con azúcar.
Elecciones alimentarias: en busca de la energía
La densidad energética hace referencia a la cantidad de energía disponible en un alimento o bebida, por unidad de peso. De este modo, como el apio crudo aporta pocas kilocalorías por unidad de peso (0,11 kcal/gramo), tendrá menos densidad energética que el chocolate (5,19 kcal/gramo). ¿Por qué somos tan proclives a sobreingerir alimentos con alta densidad energética? Su consumo genera, sin duda, efectos gratificantes y nuestro cerebro nos envía mensajes para que sigamos consumiéndolos, en ocasiones por encima de nuestro apetito.
Para la doctora Fulton, "los procesos neuronales que regulan la motivación de comer pueden anular las señales de saciedad". En dichos procesos influyen los alimentos ricos en azúcar y grasa, ya que pueden generar respuestas neuronales que fortalezcan el futuro comportamiento dirigido hacia estos alimentos a la vez que debilitan las señales cerebrales que nos invitan a dejar de comer un alimento concreto. Ello se convierte en una bomba de relojería si rodeamos a nuestro cerebro de señales que nos invitan a comer y nos recuerdan cómo, dónde y cuándo podemos hacerlo, como sucede en la actualidad.
A lo antes descrito debemos sumar, por último, que existen motivaciones que van más allá, ya que algunas nos dirigen a los alimentos insanos con argumentos como los siguientes: "para olvidar mis preocupaciones", "porque me ayuda a superar la depresión" o "para olvidar mis problemas"; conductas que requerirán un control psicológico.
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