El primer verano del bebé, ¿qué hay que tener en cuenta?

Evitar la exposición directa al sol y las cremas protectoras antes de los seis meses y procurar una buena hidratación son algunas de las claves para el verano del niño
Por Cristian Vázquez 11 de julio de 2016
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Imagen: mangostock

Con los calores más intensos del primer verano del bebé aparecen muchas dudas en los padres, sobre todo si son primerizos. ¿Qué prácticas son importantes en esta época del año y qué cuidados específicos se deben tener? Para que nños y adultos disfruten de estos meses de la mejor manera y sin riesgos, este artículo ofrece consejos sobre cuatro áreas claves: tener cuidado con el sol, utilizar las prendas de ropa y las cremas protectoras más apropiadas, procurar una hidratación adecuada y saber a qué prestar atención al preparar una visita a la playa o a la piscina.

1. Cuidado con el sol

Si la intensidad de los rayos del sol en esta época resulta peligrosa para los adultos, lo es aún más para los bebés, cuya piel es mucho más sensible, más delgada y con menor capacidad de generar melanina (el pigmento que produce la coloración de la piel y protege contra las radiaciones solares). Además, la piel tiene «memoria»: los efectos del sol son acumulativos y hay evidencias de que una exposición elevada en la primera infancia podrían ser causa de melanomas y otras afecciones de la piel años después.

Por ello, la recomendación es evitar que los niños queden expuestos al sol en los horarios de mayor intensidad (entre las 12:00 y las 16:00), aunque incluso un buen rato antes y después los rayos caen con mucha fuerza. Lo más idóneo es salir a la calle por la mañana o en las últimas horas de la tarde, además de procurar que la luz directa les llegue a la piel lo menos posible.

2. Ropa y cremas apropiadas para la época

Se debe procurar vestir a los bebés con prendas de tela fresca y ligera, si es posible confeccionada con tejidos que impidan el paso de los rayos solares.

Con respecto a las cremas protectoras, es fundamental evitar su uso durante los primeros seis meses de vida del niño. Las sustancias que contienen pueden resultar perjudiciales más que protectoras para el pequeño, ya que su piel es todavía demasiado sensible y representa, debido a su poca masa corporal, una proporción mayor de su cuerpo que en niños mayores o adultos. En el caso de que, pese a todo, sea inevitable que quede durante un rato expuesto al sol, la Asociación Americana de Pediatría sugiere la aplicación de muy pequeñas cantidades de crema, con un factor de protección mínimo de 15, en las partes donde la piel es más sensible, como la cara y el dorso de las manos.

A partir de los seis meses, sí se puede aplicar crema protectora «con filtros físicos y que haya sido formulada específicamente para su piel», explica la ‘Guía de cuidados de la piel del recién nacido y del bebé‘, editada con el aval de la Federación de Asociaciones de Matronas de España (FAME).

3. Una hidratación adecuada

Uno de los mayores riesgos de las épocas muy calurosas es la deshidratación. Los niños se pueden deshidratar con mucha rapidez, por lo cual hay que poner mucha atención a sus necesidades.

Los bebés, durante su primer semestre vida, no deben beber agua: la forma en que se hidratan es a través de la leche, ya sea materna, si son amamantados, o de fórmula, si por algún motivo no han podido tomar el pecho. El menor de seis meses «no necesita ningún otro líquido, ni agua, ni infusiones», explica el Comité de Lactancia Materna de la Asociación Española de Pediatría (AEP). Y, para que quede claro, agrega: «Ni siquiera en los meses de mucho calor, ni siquiera si le llevan de vacaciones a India en agosto».

Después de los seis meses se le puede ofrecer agua «de vez en cuando», informa el mismo Comité, si el bebé ya come otros alimentos. Recomienda, además, no añadir azúcar al agua, ni dar zumos u otras bebidas en su lugar.

4. A conocer la playa o la piscina

Para la mayoría de los niños (y adultos), la playa y la piscina son los mejores sitios pasar el verano. Y está claro que el gusto por el agua se puede adquirir desde bebés. Por supuesto, hay que tener cuidado sobre todo en dos sentidos.

El primero es evitar que el pequeño desarrolle miedo al agua. Para tal fin, hay que procurar que la adaptación al medio acuático sea progresiva, es decir, comenzar poco a poco, jugando en la orilla o el bordillo, y permitir que el niño siga sus propios ritmos, sin obligarle ni forzarle. Practicar juegos ayuda mucho, además de ofrecer «ayuda instrumental»: manguitos, flotadores, churros y otros elementos.

El segundo factor de vital importancia es la seguridad. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los ahogamientos son una de las mayores causas de muerte infantil. Y los bebés y niños pequeños se pueden ahogar en niveles de agua muy bajos, de modo que se deben extremar las precauciones en este sentido.

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