¿Por qué hay tanta violencia juvenil?

Diferentes profesionales que tratan con estos jóvenes nos explican los múltiples factores que intervienen en el proceso de conversión del niño inocente al chaval violento
Por Verónica Palomo 17 de noviembre de 2021
joven violencia
Imagen: MART PRODUCTION

Casos tan mediáticos como la agresión mortal a Samuel Luiz en A Coruña o la brutal paliza al joven Alexandru en Amorebieta (Bizkaia) ponen el foco en la violencia juvenil, una realidad no muy preocupante en nuestro país, pero que alarma a la sociedad. ¿Qué está pasando? ¿Qué puede llevar a un adolescente a delinquir de esta manera? Trabajadores sociales, psicólogos forenses y abogados nos desgranan la raíz del problema para saber cómo enfrentarnos a él.

En 2020 fueron condenados en España por sentencia firme 11.238 menores, un 20,4 % menos que en 2019. La pandemia ha tenido algo que ver en este bajón, pero la estadística oficial revela que la tendencia en el número de menores condenados desde el 2014 ha sido a la baja. Estas cifras que muestra el Instituto Nacional de Estadística (INE), con datos del Ministerio de Justicia, revelan que la criminalidad juvenil en España no es preocupante, sobre todo si la comparamos con otros países.

Para que nos hagamos una idea, dos datos. En Suiza, uno de los países más ricos y con poca población (no alcanza los nueve millones de habitantes), el año pasado se dictaron más de 20.600 sentencias contra menores, un 10 % más que en 2019. Y según la policía metropolitana de Londres, solo en la capital del Reino Unido se han cometido más de 20 homicidios a manos de jóvenes en lo que va de año y la ciudad está camino de registrar el peor año de asesinatos entre adolescentes desde 2008.

Tipos de violencia

Aunque el índice de delincuencia juvenil no sea preocupante, tampoco debemos pasar por alto la violencia con la que se relaciona a diario una parte de los adolescentes, una dura realidad que también existe y que se manifiesta no solo en las calles. Hay muchas violencias: acoso escolar, sexual, filioparental (la ejercida de los hijos a los padres)… Pero su versión más sangrienta y mediática han sido, sin duda, los linchamientos que han tenido lugar este verano y que se han saldado con la muerte de dos jóvenes, Samuel (en A Coruña) e Isaac (en Madrid), y con otro, Alexandru (en Amorebieta, Bizkaia), gravemente herido.

Las imágenes en las que se puede observar a una manada de jóvenes agrediendo salvajemente producen daño e indignación en la gran mayoría de la sociedad, que se pregunta por qué. ¿Qué lleva a un adolescente a cometer este tipo de actos? ¿Tienen sus padres alguna responsabilidad? Si matan como adultos, ¿por qué no cumplen su pena como tales? Hablamos con los profesionales que tratan cara a cara con estos jóvenes y nos explican los múltiples factores que intervienen en el proceso de conversión del niño inocente al chaval violento.

Factores de riesgo en la violencia juvenil

En todos los procesos judiciales en los que hay adolescentes implicados, el departamento fiscal cuenta por ley (L.O. 5/2000) con un equipo psicosocial especializado que realiza una evaluación psicológica de este menor. Las conclusiones se plasman en un informe que facilita al juez la decisión a la hora de dictar sentencia sobre qué medida educativa será la más ajustada a ese adolescente.

Basándonos en esos informes, sabemos que no existe un perfil único. “Es complicado realizar un perfil psicológico, precisamente porque no debemos caer en etiquetas ni tópicos, que no hacen más que estigmatizar a estos adolescentes que, por muchas causas, acaban cometiendo actos vandálicos o agresivos. Pero, tanto desde la psicología como desde la criminología, sí existe una serie de factores de riesgo en el comportamiento violento o antisocial y que están relacionados con la familia, la educación, el contexto social y, por supuesto, aquellos aspectos más psicológicos relacionados con la personalidad del adolescente”, explica Manuel Casado, psicólogo forense y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).

violencia familiaImagen: cottonbro

Los profesionales que trabajan con menores conflictivos saben que, cuando se interviene terapéutica o educativamente con ellos, no hay un factor único que nos explique dicha conducta, sino que hay diferentes causas. El reto de los profesionales es identificarlos con la ayuda del joven para poder abordarlos. Toni Cano, psicólogo experto en violencia y justicia juvenil, enumera algunos factores que hay que tener en cuenta:

  • Carencia afectiva.
  • Padres ausentes.
  • Déficit en la supervisión de lo que hacen.
  • Desconocimiento del grupo de amigos con el que se relaciona.
  • Mal uso de las nuevas tecnologías, tanto en tiempo como en la disminución de relaciones interpersonales sanas.
  • Falta de habilidades parentales para educar desde un modelo democrático y positivo, sobre todo a la hora de poner límites y normas.
  • Presencia de la violencia entre los padres.
  • Ser víctima de maltrato, tanto psicológico como sexual.

Para chavales que llevan esta “mochila” a la espalda, cuando aparecen otras emociones como la ira, la rabia o la tristeza, es más fácil que estos sentimientos terminen degenerando en conductas violentas.

Recuperar la autoridad moral de padres y profesores

El concepto “autoridad” está muy mal visto hoy en día. Es lo que opina José Javier Navarro, educador social y profesor del Departamento de Trabajo Social y Servicios Sociales de la Universidad de Valencia. “Es importante recuperar esa autoridad moral perdida a efectos de tener una relación saludable entre padres e hijos”, señala. La pregunta es inevitable.  ¿Qué hemos hecho para perderla? “Hay una cierta pérdida de rumbo en lo que se refiere a ser padre. Para evitar el conflicto se termina diciendo que sí a todo.

Pero la autoridad no es algo que se gane a base de prohibir, sino a fuerza de tener mucha mano izquierda. Se recupera diciendo que no, pero desde el acompañamiento. Decir “no” es necesario para que el niño se dé cuenta de que por más que pida una cosa no la va a tener”, explica Navarro.

Pero no solo los padres han perdido la autoridad moral, también los profesores. Una encuesta realizada por la Universidad de Alicante sobre el profesorado indicaba que un 58 % de las familias percibían que los maestros ya no tenían esa autoridad que siempre les había caracterizado. Pero todo ello es el reflejo de la sociedad en la que vivimos.

Lo primero que hay que enseñar es a condenar la violencia. Si los niños crecen viendo como el resto de la sociedad adulta la utiliza entre ellos en su día a día, es complicado que los menores aprendan a no utilizarla cuando les surja un problema.

Los alumnos tienen que sentir que el docente les ayuda a alcanzar sus objetivos y tienen que percibirle como una persona a la que poder acudir en busca de soluciones a sus conflictos. Pero si el resto de la sociedad adulta no respeta esa autoridad moral, los niños y jóvenes tampoco lo van a hacer.

Vivir en una sociedad en la que se prima el individualismo y difícilmente se valoran conceptos básicos como la empatía, la cooperación o el respeto, tampoco ayuda. “Todos tendríamos que asumir nuestra pequeña responsabilidad y no culpar a los jóvenes. Esto, por supuesto, no es una disculpa para aquellos que ejercen la violencia, sino una explicación y argumentación de responsabilidad compartida. Cuando trabajas con adolescentes, introducir aspectos como la empatía y la asertividad es muy difícil si están inmersos en una sociedad que no prima dichos valores”, explica Toni Cano. Al final, si no damos respuestas y mensajes creíbles y realistas a los jóvenes, no los interiorizan.

El poder del grupo de amigos

Sería injusto responsabilizar exclusivamente a las familias. Hay más factores que influyen, y el peso que ese joven violento le dé a la visión que el grupo social viene de él o ella es un muy importante. El profesor de psicología clínica Manuel Casado explica que, por ejemplo, “la presión social de los amigos no causa el mismo efecto en un contexto educativo o deportivo que en uno lúdico. Si, además, le añadimos el consumo de alcohol o drogas de forma desproporcionada y en un espacio de poco control social, el riesgo de cometer actos violentos termina multiplicándose”.

violencia jovenImagen: MART PRODUCTION

Para la psicóloga clínica y forense Elena Garrido, “la mayoría de los jóvenes se integran socialmente en grupos sanos de ocio, deportivos o culturales, pero otros desarrollan y fomentan su identidad en la admiración del grupo, en la exhibición publica de ideas conflictivas o en la osadía de cometer actos vandálicos para generar una falsa sensación de poder y autoestima. Un linchamiento multitudinario se puede producir por la imitación o la incitación del otro, la ausencia de empatía y la necesidad de demostrar a los demás que se pertenece al grupo”, comenta.

Esta profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona considera que la sociedad es cada vez más consumista, artificial e individualista y fomenta el “ser el mejor”, el estar entre los más admirados y envidiados, aunque para conseguirlo tengamos que recurrir a la agresividad. Esa es la raíz del bullying. El acosador, que suele tener una gran falta de autoestima, hace lo que hace para sentirse aceptado y reivindicado por los demás, que normalmente permanecen impasibles ante su agresividad o le ríen la gracia. Todos somos muy sensibles al rechazo o la aprobación del grupo, por ello, si la mayoría dice “no, eso no me parece bien”, el acoso se va desinflando.

El papel de las redes sociales

El informe ‘La opinión de los estudiantes’, publicado en septiembre por las fundaciones Mutua Madrileña y Anar, destacaba que, a pesar de que el acoso escolar cayó el año pasado porque los estudiantes dejaron de asistir a clase de forma presencial, uno de cada cuatro alumnos reconocía que conocía a alguien que sufrió ciberbullying o acoso virtual durante la pandemia. Es decir, que estos nuevos canales (Internet y las redes sociales) han hecho posible seguir perpetuando la violencia, ya sea a través del envío de contenidos sexuales, humillando, difundiendo rumores y bulos, acosando o amenazando.

“Las redes sociales han conseguido avances importantísimos en cuanto a nuestra forma de relacionarnos, pero esta información instantánea (a través de imágenes, vídeos y texto) juega con el factor de poder hacerla pública de forma anónima y eso, lamentablemente, muchas veces vulnera la privacidad. Mal empleadas, las redes colaboran en la posibilidad de causar daño a los demás, y más en la etapa de la adolescencia y primera juventud, cuando es muy importante la forma en cómo nos ven los otros”, explica Manuel Casado. “Las redes pueden suponer un nuevo medio de hacer daño, pero eso no las convierte en una mala herramienta”, opina Elena Garrido. “Son las personas quienes hacen un mal uso de ellas para proyectar su violencia”, asegura.

Lo mismo ocurre con la pandemia, una situación que por mucho que haya afectado psicológicamente a los adolescentes no justifica ni explica el comportamiento violento. “Los confinamientos, la dificultad de ver a los iguales y la pérdida de referentes de rutina pueden afectar psicológicamente al joven, pero una circunstancia estructural como es una pandemia no debe convertirse en una excusa para la comisión de actos delictivos o vandálicos”, matiza Garrido.

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