¿Qué son los bonos basura?

Conceden altas inversiones pero la posibilidad de quiebra real de las empresas que los emiten les confiere un elevado riesgo de impagos
Por Rosa Cuevas 10 de abril de 2009
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Imagen: peter mueller

Malos tiempos para el ahorro

No corren buenos tiempos para los ahorradores. El Euribor está de capa caída: no sólo sigue a la baja, sino que a la mínima de cambio vuelve a anotarse un récord nunca antes conocido. Una bajada ansiada y aplaudida por los hipotecados, que acogen con los brazos abiertos las reducciones que ello supone en la cuota mensual de su crédito, pero que ocasiona daños colaterales en aquellos ahorradores que tienen contratados productos financieros. Al estar tan bajos los tipos de interés, las entidades bancarias no están dispuestas a pagar tanto por los ahorros de sus clientes. Adiós a los depósitos estrella con una rentabilidad irresistiblemente atractiva. Y si a todo ello se le añade el ingrediente más dañino del que huye toda receta financiera, la desconfianza y el recelo que suscitan algunas entidades en la conciencia del consumidor, el panorama se antoja algo complicado. No obstante, la cara positiva es que, afortunadamente, para ahorrar siempre hay otras opciones. Los fondos de inversión pueden ser un buen refugio en el que cobijar los ahorros hasta que la crisis pase, pero si lo que se busca es un producto seguro y sin riesgos, ¡atención! Porque no vale cualquiera. Es el caso de los ya conocidos como “bonos basura”. Repudiados por algunos y apoyados por otros, lo cierto es que conviene tomar precauciones y conocer algunas de sus particularidades antes de invertir el capital en ellos.

Su origen

Malos tiempos para el ahorroEste término nació en Estados Unidos, en la década de los años 80, cuando un número importante de “empresarios” comenzó a comprar compañías que tenían dificultades financieras, pero que poseían patrimonios que superaban ampliamente el endeudamiento. La película Wall Street, y su personaje principal Gordon Gekko, protagonizado por Michael Douglas, retratan a la perfección la figura empresarial que reinaba en esa época.

Para obtener la dirección de esas compañías, estos “empresarios” emitían los llamados “bonos basura”, lo que en inglés se conoce como “junk bonds”. Una herramienta más de la ingeniería financiera con la que se ofrecía una rentabilidad muy elevada pero que tenía unos altísimos riesgos: el de la quiebra inminente de las empresas en las que se invertía, y el consiguiente impago de las rentabilidades.

Los bonos basura son los que presentan un riesgo mayor y como compensación ofrecen un tipo de interés muy elevado

Con el capital obtenido por la venta de los bonos, los “empresarios” tomaban el control de la compañía y pagaban los intereses de los bonos basura. Los 80 fueron la época de máxima euforia de este tipo de bonos, pero su presencia y participación han sido permanentes en el mercado de las inversiones, con etapas de resurgimiento y otras de mayor declive.

¿Quién les pone ese título?

Los “bonos basura” -coloquialmente hablando pues su nombre oficial es el de bonos de baja calidad crediticia- son los que presentan un riesgo mayor que otro tipo de bonos como pueden ser los emitidos por el Estado, y como compensación ofrecen un tipo de interés muy elevado. Por ello reciben este nombre, un tanto despectivo, porque su nivel de riesgo sobrepasa todos los límites de una inversión común y corriente. Y, ¿quién dice que son arriesgados? Las agencias de calificación o de rating, que les conceden una baja calificación crediticia, de las peores.

Estas agencias son entidades auxiliares especializadas en el análisis de valores y empresas. Son intermediarias de la información, y sus conclusiones sobre la capacidad de una compañía para hacer frente a sus obligaciones financieras, a corto y largo plazo, quedan reflejadas en el “rating”. De esta manera, orientan a los inversores sobre la toma de decisiones, pero sus calificaciones y comentarios no son ni mucho menos de obligado cumplimiento. Cualquier calificación crediticia no debería ser interpretada como una recomendación de compra o venta de un valor, aunque las agencias de “rating” trabajan con predicciones, probabilidades y proyecciones de futuro sobre la posibilidad de que un emisor de bonos quiebre incumpliendo sus compromisos.

Por el momento, existen en el mercado financiero tres grandes agencias de “rating”: Standard & Poor’s, Moody’s, y Fitch. Estas entidades publican sus calificaciones en las que se suelen combinar letras, en mayúsculas o minúsculas, y números. En la práctica, la nomenclatura varía de una agencia a otra, pero por norma general las mejores calificaciones suelen contener la letra “A” y aquellas que son peores la “B”. De esta forma, los bonos basura suelen ostentar por ejemplo según la agencia Fitz, la calificación BB+.

El binomio que existe entre la alta rentabilidad de los bonos basura y el riesgo que se corre con esta inversión puede resultar muy atractivo

Estas entidades auxiliares llevan más de un siglo trabajando, pero no por ello están exentas de recibir críticas. De hecho, su reputación y valía han sido cuestionadas durante determinados episodios, como por ejemplo la actual coyuntura económica. Cuando la crisis estalló en EE.UU., las agencias de calificación fueron puestas en el ojo del huracán por no haber reaccionado con la rapidez adecuada para alertar a los inversores sobre los riesgos de invertir en valores respaldados por hipotecas subprime. Estas entidades siempre se han defendido con dos potentes argumentos para eludir responsabilidades: el primero, que sus evaluaciones y calificaciones son tan sólo meras opiniones, y el segundo, alegando que su función no es detectar los fraudes financieros.

Oportunidad, ¿sí o no?

El binomio que se da entre la alta rentabilidad de los bonos basura y el riesgo que se corre con esta inversión puede resultar muy atractivo, como señala Alberto Matellán, director de Estrategia y Macroeconomía de Inverseguros. Pero, tal y como recomienda, “habría que esperar unos meses más para ver cuál es el devenir de las turbulencias del mercado en general”. En cualquier caso, Matellán aconseja que siempre que se pueda no se invierta todo el capital en estos bonos, sino que se opte por pequeñas partes. No obstante, es una operación altamente arriesgada y no apta para ahorradores prudentes o no muy experimentados en estas lides.

Pongamos por ejemplo, que una empresa emite un bono a un año de 200 euros por el que ofrece un interés del 10%. Entonces, el bono se emite a fecha del 1 de enero del 2010 y vence el 1 de enero del 2011, momento en el que si todo va bien se devuelve a sus titulares los 200 euros de capital, más los 20 de intereses que se han generado. En total, suman 220 euros. A medida que se acerque la fecha de vencimiento, el precio de venta del bono se irá acercando cada vez más a los 220 euros, pues la fecha de cobro de los intereses se aproxima también. Pero, ¿qué sucede si en ese intervalo de tiempo la empresa suspende pagos o entra en quiebra? En ese supuesto, tenemos dos problemas: por un lado, existe la gran posibilidad de que llegada la fecha de vencimiento del bono la empresa no pague los 220 euros prometidos, y por otro, el precio de venta del bono baja estrepitosamente pues muy pocos querrán pagar por algo cuyo valor ronda los cero euros, dependiendo de la situación particular en la que se encuentre la empresa.

Los bonos del Estado pueden ser una alternativa interesante, pues combinan una rentabilidad medianamente atractiva con la seguridad

Supongamos que el bono cotiza en el mercado a 15 euros. El inversor que pague esos 15 euros los puede perder, pero existe la posibilidad de que la empresa no desaparezca y que cuando llegue el 1 de enero del 2011 pague los 220 euros, tal y como se había pactado. Eso supondría que el inversor que compró el bono por 15 euros ha multiplicado su inversión casi por 15 en poco tiempo, ya que desembolsó 15 y va a recibir 220. Hay además otra situación que se puede dar: la empresa quiebra pero al liquidar sus activos, paga la parte de la deuda que sea posible con el dinero obtenido y los inversores reciben por ejemplo 30 euros por cada bono. Para los inversores que compraron los bonos por 200 euros antes de que las cosas se pusieran feas para la empresa la pérdida es del 85%, pero para el que vio en esos bonos una oportunidad e invirtió en ellos comprándolos a 15 euros, la operación le ha permitido multiplicar por dos el dinero invertido.

Siempre hay alternativas

Está claro que los “bonos basura” no son la mejor opción para los inversores más cautelosos o para aquellos que no desean vivir pendientes de las páginas sepias de los periódicos o del destino de las empresas en las que hayan invertido. Sin embargo, conviene tener en cuenta que no existe en el mercado ningún producto similar que ofrezca una rentabilidad tan alta. Probablemente, dentro del mercado de renta fija sean los bonos del Estado una de las alternativas más interesantes, pues combinan una rentabilidad medianamente atractiva- aunque muy lejos de la concedida por los “junk bonds”- con la seguridad que da saber que a priori el riesgo de quiebra del Estado es inofensivo.

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