Dermatólogos y alergólogos advierten de los riesgos de tomar el sol sin protección

La exposición moderada favorece la síntesis de vitamina D y la acción estimulante de la luz solar contribuye a evitar las depresiones
Por EROSKI Consumer 28 de junio de 2003

La piel tiene una serie de mecanismos naturales de adaptación y defensa para protegerse de las agresiones de las radiaciones solares, como el espesamiento de la capa córnea, la producción de melanina, la activación de moléculas antioxidantes, los sistemas de reparación del ácido desoxirribonucléico (ADN) y la secreción de citoquinas. Sin embargo, estos mecanismos de protección son insuficientes para la mayoría de las personas y, más aún, para aquellas que permanecen largo tiempo expuestas al sol.

Son muchos los expertos en dermatología y alergología que coinciden en señalar que si se conocieran una serie de cuestiones básicas sobre la radiación solar, no se permanecería horas y horas tumbados en la playa. La aparición de carcinomas de piel es un riesgo, como también lo es el envejecimiento prematuro de la piel, además de otras alteraciones de tipo alérgico.

La luz ultravioleta que incide en la piel no tiene la misma composición e intensidad en todas las estaciones del año. Según avanza el día, el conjunto de la radiación total va disminuyendo hasta desaparecer en el momento del crepúsculo, pero así como los rayos UVB decrecen más deprisa, los UVA lo hacen de forma proporcional a la luz visible. Incluso con el cielo cubierto, en ausencia de sol directo, estamos expuestos a una importante cantidad de radiación A.

Energéticamente, y durante el verano, hay por lo menos diecisiete veces más rayos UVA -responsables de la pigmentación directa de la piel, produciendo un bronceado inmediato ya que provocan la fotooxidación de los precursores de la melanina- que de UVB -poseen mayor energía pero penetran poco en la piel y a corto plazo son responsables del enrojecimiento de la piel-, pero esta proporción va incrementándose en función de parámetros medioambientales.

«Hay que insistir en que aunque el cielo esté nublado existe riesgo de que la piel se queme, pues el vapor de agua de las nubes apenas absorbe la radiación ultravioleta; en playas de arena muy clara puede haber una exposición solar indirecta, en apariencia imperceptible al estar bajo una sombrilla, debido a la refringencia de los rayos solares», explica el doctor Roberto Pelta, especialista en alergología.

Durante el proceso de bronceado la radiación ultravioleta destruye células cutáneas, alterándose la función de las proteínas que confieren a la piel su elasticidad (colágeno y elastina). Además, la eficacia de los mecanismos de defensa en cada persona es diferente y depende de la situación en que se encuentre.

Sin embargo no todos son inconvenientes, ya que la exposición moderada al sol favorece en nuestra piel la síntesis de vitamina D, que es fundamental para prevenir el raquitismo en los niños. «Se trata de una sustancia que facilita la absorción intestinal del calcio que aportan los productos lácteos y otros alimentos», explica el doctor Pelta. Por otro lado, la luz solar posee una acción estimulante capaz de equilibrar el sistema nervioso, produciendo una sensación de bienestar que contribuye a evitar las depresiones.

En 1985 se detectó por primera vez un deterioro progresivo de la capa de ozono atmosférica en la Antártida, con el consiguiente riesgo de que cada vez nos veamos más expuestos a los rayos UVC, de gran poder calórico y capaces de incrementar notablemente la incidencia del cáncer de piel. En cuanto a la posibilidad de que suframos una exposición reiterada a los UVB, este especialista recuerda que hay que tener presente que estos rayos juegan un papel destacado en el desarrollo de tumores malignos a partir de las células pigmentarias que intervienen en el complejo proceso del bronceado.

También se ha observado una relación causa-efecto entre el influjo de los rayos UVB y la formación de cataratas y ciertas degeneraciones de la conjuntiva en el globo ocular que, por ello, son más comunes en marineros y campesinos. Para evitar en lo posible los influjos negativos de los rayos solares, es preciso interponer una serie de barreras físicas entre sus rayos y la piel, empleando las ropas más adecuadas y usando «filtros» en forma de cremas, lociones y emulsiones, acordes con el tipo de piel de cada persona. «En cualquier caso -dice Roberto Pelta- no se debe exponer al sol a bebés menores de seis meses de edad. En verano hay que procurar sacarles de paseo a primera hora de la mañana o a última hora de la tarde».

Aunque son las quemaduras las lesiones solares más conocidas, existen otras muchas afecciones inducidas por la radiación ultravioleta. Las más comunes son la de tipo alérgico, como la erupción de pequeños granitos enrojecidos y con frecuencia acompañados de vesículas de contenido líquido (prúrigo solar), así como la presencia de ronchas o habones en la piel (urticaria solar). Puede ser preciso administrar antihistamínicos, pero oralmente, ya que si se dan en forma de crema pueden generar una dermatitis alérgica de contacto.

Sigue a Consumer en Instagram, X, Threads, Facebook, Linkedin o Youtube